domingo, diciembre 24, 2006

Ier Encuentro Cultura y Arte Anti-Capitalista

El Margen XL


1er Encuentro Cultura y Arte Anti-Capitalista
La tradición anticapitalista, su cultura: viene de lejos. Se remonta hasta el lejano día en que la propiedad común se convirtió en posesión privada, la sociedad se dividió en clases y el trabajo humano llegó a ser fuente de riqueza para el disfrute de unos cuantos. La cultura Anticapitalista corresponde a la herencia de quienes lo han hecho todo y adolecen, a cambio, de lo más elemental.



L
a tradición de quienes han construido con sus manos y su inteligencia un mundo completo, articulado, autentico, humano y vivo; y que han debido resistir, a cambio, en uno, el otro mundo: incompleto, desarticulado, pastiche, inhumano y muerto…el mundo ajeno, el mundo que pertenece al otro: al dueño.




El legado anticapitalista ha sabido trasponer la barrera de la perse
cucn y el tiempo y conservar, además, la versión en código de una nueva sociedad. La calve de una obra en ausencia de dueños: la pauta para la edificación de lo común; Una clave de resistencia que se encuentra condensada en el gesto libertario de la multitud.



Y aquí, sobre las formas de
este gesto de la multitud, que es una de las claves más ilustrativas y bellas de la cultura anti-capitalista, me voy a permitir citar al poeta francés Charles Baudelaire, cuando, ante el paso de una bella mujer apuntó lo siguiente sobre una servilleta de papel:


“La calle, ensordeciéndome, rugía en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, dolor majestuoso,
pasó una mujer, con mano fastuosa
levantando y meciendo el borde de su falda.

Pasó, ágil y noble, con su pierna de estatua.
Yo bebía, crispado como un extravagante.
En su pupila: cielo que el huracán incuba,
la dulzura que hechiza y el deleite que mata…”
Charles Baudelaire, “A una que pasa”
(fragmento), en Las Flores del Mal, Época, 2000, p., 139.



Pero si la tradición anti-capitalista encarna en el gesto libertario de la multitud, su arte es arte del subsuelo: hecho de tierra, de aire, de agua, de fuego y sobre todo, de material humano, más aún: es el arte de la razón humana. Un arte a la distancia, desde el extrañamiento o la duda, o la vacilación del gesto, que es, además, escepticismo, expresión de sospecha sobre la validez de "las cosas ciertas".
Y es que se trata de un arte que ha aprendida a desconfiar de la verdad…de la verdad del amo, es decir, de la verdad-verdad, de la verdad sin duda, de la verdad que ha impuesto el Dinero en todo cuanto existe y no existe sobre la faz de la tierra.



Frente a esta fuerza avasallante, a contra pelo del capital y sus señores, frente a esta fuerza inmensa empezaremos a silbar. Empezaremos a silbar nuestros códigos culturales y lo haremos, desde luego, fuera de los circuitos del mercado, de las instituciones "públicas", los partidos políticos y todo otro poder que trate de utilizar en su favor la expresión libertaria de la multitud. Mañana, quizás en otro siglo, sean estos, nuestros primeros ruidos, parte del lenguaje
común, señales primigenias de una sociedad auto-organizada y libre.



Los aires traen un olor extraño, huele a tiempo nuevo, a tiempo nuestro. Tal y como si se aproximase un remolino en re: en re de revuelta: de revolución. En estos tiempos hay que sacar al campo nuestras artes, todas. Son artes que en tiempos de revuelta suelen Volar como Papalotes. Muchas gracias.

martes, noviembre 14, 2006

Símbolo y Texto

El Margen XXXIXBailando la Significación
Símbolo y Texto
Salvador Rivera
En opinión de Joe Jackson… no, no, éste fue un rockero londinense de la New-Wave. No, quise decir: a juicio de Fredric Jameson la comunión, o mejor, la eucaristía entre el referente y el signo, la transustanciación fluida entre el objeto de la realidad extra lingüística (cuerpo y sangre de Cristo) y la convención que lo sustituye (el pan y el vino) no representa sino el primer paso en el largo proceso de degradación del “Lenguaje Mágico”. Símbolo y referente son, en este sentido, parte de una relación en donde la realidad se simplifica, se codifica, se hace, por decirlo de algún modo, mucho menos difusa y mucho más espesa. Se sabe, por ejemplo, que con el triunfo de la Revolución Francesa y la aplicación de los primeros decretos urbanos durante la época de la Comuna (la primera), tanto las calles como las casas de París fueron numeradas, de tal manera que las antiguas direcciones domiciliarias, mismas que hacían alusión a todos y cada uno de los objetos, personas, acontecimientos y etcéteras aledaños, fueron abruptamente sustituidas por un lacónico: “Número 322 de la calle 13”.

¿Pero qué había sido antes de la numeración la tal calle 13?. Bueno, pues a decir de Françoise Couturier –Francisca la Costurera, la calle 13 no era más que el camino largo, viejo y sin pavimentar ubicado en la parte sur de la ciudad –entre las casas del Duque Lucien Blanc y la condesa Margueritte Calestremé- que, atravesado por el Sena, fue mudo testigo del crecimiento del gran “Tronc Rouge”, árbol en el que tres nobles-pillos habrían sido colgados el día de Nôtre Dame de Tous les Saints, allá por el año de la Segunda Inundación: ¡La Deuxième Inondation! ¡Oh mon Dieu! Oui, oui, l'année dans lequelle l'enfant-roi est mort de la peste, oui, oui. Quelle anné, quelle anné ¡mon Dieu! ¡mon Dieu!… Todo el magnifico relato a cambio de: ¡Calle 13!

Sin embargo, si el cuerpo de Cristo no está más en el pan y el vino, estará en la ostia. Mucho más concentrado, sin perder contenido en los aromas de la uva y en las tierras que le dieron vida, ni menos entre los inmundos mendrugos de la hogaza de pan, pero, por lo mismo, la ostia, el símbolo, mucho más distante del Domingo de Ramos, del asalto al templo, de la Última Cena y la Crucifixión. Es como si el símbolo cobrase cierta autonomía y por efecto de una inversión dialéctica la ostia se transustancie nuevamente en referente, ahora: el referente de la purificación en sí.

Aunque, debe decirse, el referente de la purificación en sí al interior de una sociedad capitalista, más que la ostia, es el dinero. Desde luego, lo es también de la bondad, de la belleza, de la verdad, de todo. La antigua realidad que le había dado origen brilla roja, a la distancia, “como una estrella enana” –nos dice Jameson- frente al mega símbolo-referente-símbolo que es ahora de papel moneda. Cuando Andy Warhol resolvió enmarcar la "$" del dólar y exhibirla en las más importantes galería de New York, Londres y París, no hizo sino llevar el símbolo hasta la distancia máxima respecto a su “enana roja”, su antigua fuente original. Tiempo extremo de la destrucción del “aura” benjaminiana, tiempo de la banalización de las artes, de la mercantilización de las cucarachas y los piojos, tiempos últimos de la modernidad.

Pero aquí no termina la historia (mi pinche relato modernista), qué va, resulta que el símbolo desde su altísimo pedestal de semi-autonomía, posición alcanzada gracias a su propio poder centrípeto, desecante, minimilizador del entorno “natural”, sucumbe en implosión. El mismo ejercicio de tasación dineraria (privatización-mercantilización) de todos los intersticios de la vida, produce el efecto inverso de apropiación colectiva, tumultuosa de esos (mismos) espacios –Acercamiento en Benjamin. Una realidad que se ha tenido que banalizar para ser mercada, pero que ha debido banalizarse, también, como resultado del carácter social de la producción y del consumo.

La solución al conflicto se encuentra en la disolución del símbolo, y esto sucede en el momento en que el símbolo mismo resulta incapaz de contener la tensión entre los determinantes privados y colectivos de la “banalización” . De los despojos del viejo símbolo no deberá emerger la flor entera con pistilo, pétalo y corona, es decir, el antiguo significado por siglos extraviado, la vida en su contexto original. Más allá de esto, el pétalo o alguno de sus múltiples pedazos se “colgará” en cierto texto dotado de una su racionalidad particular. Significantes desprovistos de contextos danzarán ahora entre los infinitos salones de la intertextualidad, al compás, quizás, de La melodía primigenia, del canto original. Aunque quizás, también, de acuerdo al tema, la partitura, la racionalidad de cada texto…

Significantes sin contexto (significado) es tanto como imaginar el funcionamiento de una sociedad en ausencia de ordenador central o su equivalente en la forma dinero. Es decir, un sistema en el que la racionalidad deberá surgir (emerger) más como resultado de relaciones azarosas que por efecto de los mecanismos competitivos del mercado. La implosión del símbolo conlleva, necesariamente, la muerte del mercado. Algo parecido al funcionamiento de la vida: de los organismos unicelulares con o sin núcleo, los pluricelulares, órganos tales como el cerebro, las ciudades en el largo aliento, las hormigas y el software (Véase Jhonson Steven, Emergence).

Paradójico, por debajo de esta danza aleatoria de los significantes, habrá de sonar un tono guía, quizás cósmico, universal, que al final, deberá dictar el (im)pulso de la vida, la sociedad y las arte. Su ausencia sería el escenario de la muerte…Pura aleatoriedad sin sentido.

Por lo pronto quisiera hacer saltar un “significante” de su contexto original para verlo danzar ¡aquí! bajo mi propio texto. Así es que dejo con ustedes a alguien que, de alguna forma inexplicable, le dio cierto grado de calor a este mi texto. Venga pues:

Dee Dee Bridgewater .. "Speak Low"

22-oct-2006

domingo, noviembre 05, 2006

Los Embaucadores

El Margen XXXVIII
De los Embaucadores
Si se toma usted el tiempo de revisar con calma las primeras planas del diario La Jornada durante los últimos meses, se podrá percatar, sin gran esfuerzo, que tras muchos de sus encabezados descansa el supuesto implícito acerca de la “auto-confirmación de las predicciones”, es decir, la certeza de la anticipación como instrumento para modificar el dato duro. Desde el: “AMLO 35.7%, Calderón 35.4%” del día 6 de julio; hasta el “Acepta el TEPJE recurso madre”, del día 30 del mismo mes; o “El TEPJE analiza el conteo voto por voto” del 1 de agosto; pasando por “Hay anomalías en el 60% de los paquetes que se han abierto” del 12 de agosto; o “La conjura contra AMLO, al descubierto”, del 19-VIII; “Clara tendencia contra el regreso a clases”, del 21-X; “Se esfuma el regreso a las aulas en Oaxaca” del 22-X… Y así sucesiva y equivocadamente porque, dicho sea de paso, a ninguna le dieron. Pero el sábado 4 de noviembre el titular -que bárbaro- ese sí que se llevó La Palma de Oro: y es que nos anunciaba que la ‘salida’ de Ulises Ruiz, gobernador de Oaxaca, ya “estaba pactada” … que ya casi, que ya meríto… que sólo hacía falta el acuerdo entre los meros-meros, para que ¡ahora sí¡ los buenos-buenos (los amarillos, pues) entrasen a escena con el firme propósito de dar solución final al prolongado conflicto.

Vana ilusión ¡Prensa de Embaucadores!: la llegada de la PFP a la ciudad de Oaxaca no significará más que la ocupación de la primera plaza para, desde ahí, extender la guerra “civilizatoria” hacia el sur de México y, complementariamente, hacia la profundidad del territorio centroamericano: “Guerra contra las Maras”, le han llamado aquí, "Guerra contra el Terrorismo", le han llamdo allá. Y cuando la situación insurreccional se haya extendido hacia la Ciudad de México y otras zonas metropolitanas de la región, esa misma prensa que hoy “anticipa” solución amarilla, más los genuinos representantes del Imperio, serán, en mancuerna, los operadores de campo contra la revuelta de La Multitud. Una anticipación, la mía, que confirmará el comportamiento de los “anticipadores”... que promete adivinar la verdadera naturaleza de los Adivinadores.
El Margen

martes, octubre 31, 2006

El Asunto Sogem

El Margen XXXVII


El Asunto Sogem
Salvador Rivera
Me voy a permitir dedicar este número XXXVII de El Margen al dramaturgo y abogado Víctor Hugo Rascón Banda y, en general, a mis queridos exprofesores de Sogem-escuelas. Uno, Víctor Hugo, defensor acérrimo de la figura pre-capitalista del “Derecho de Autor”, los otros (especialmente Gerardo de la Torre), apóstoles convencidos de los relatos con “sentido”, es decir, de aquella la vieja forma modernista de escribir.

El contenido del “mensaje” se reduce a una cita, a una sola cita. Cita de Fredric Jameson… Nada más.

“Érase una vez, en los albores del capitalismo y de la sociedad de clase media, una cosa llamada signo, que parecía mantener relaciones fluidas con sus referentes. Este auge inicial del signo… fue fruto de la disolución corrosiva de las viejas formas del lenguaje mágico, a causa de una fuerza que llamaré fuerza de reificación. Su lógica es la de una cruel separación y disyunción, la de la especialización y la racionalización, la de una división Tyloriana del trabajo en todos los campos. Por desgracia, esa fuerza –que había sido la misma creadora de la referencia tradicional- continuó sin tregua, y era la lógica del propio capitalismo. Así las cosas, este primer momento de descodificación o de realismo no puede durar mucho; mediante una inversión dialéctica se convierte a su vez en el objeto de la fuerza corrosiva de la reificación, que irrumpe en el ámbito del lenguaje para separar el signo de la referencia. Esta disyunción no abole del todo el referente, o el mundo objetivo o la realidad, que mantiene una débil existencia en el horizonte como si fuera una estrella consumida o enana roja. Pero su enorme distancia respecto al signo le permite a éste iniciar ahora un momento de autonomía , una existencia utópica relativamente autosuficiente frente a sus objetos anteriores. Esta autonomía de la cultura, esta semi-autonomía del lenguaje, es el momento del modernismo -el subrayado es my- y de un ámbito de los estético que reduplica el mundo sin pertenecer del todo a él…Pero la fuerza de la reificación, que fue responsable de este nuevo momento, tampoco se detiene ahí: en otra fase, aumentada y como si produjese una suerte de conversión de calidad en cantidad, la reificación penetra al signo mismo y desvincula el significante del significado. Ahora la referencia y la realidad desaparecen del todo, e incluso el significado –lo significado- se ponen en entre dicho. Nos quedamos con ese juego puro y aleatorio de significantes que llamamos posmodernidad, que ya no produce obras monumentales del tipo moderno sino que reorganiza sin cesar los fragmentos de textos preexistentes, los bloques de construcción de la antigua producción cultural y social, en un bricolaje nuevo y dignificado: meta-libros que canibalizan a otros libros, meta-textos que recopilan trozos de otros textos. Tal es la lógica de la posmodernidad en general…” Jameson, Fredric, Teoría de la Posmodernid@d , Trotta, 2001, pp., 124-125.

-“Pero…¿Te habrán entendido, mi querido Federico?”- le pregunté
-“Demasiados años en el nacional-desarrollismo, demasiados años de ayuno intelectual, demasiados años `creando´ para permanecer en nómina ” -me respondió.

domingo, octubre 22, 2006

Gota de Tinta


El Margen XXXV
(Posición frente a la posmodernidad imperia)l

Gota de Tinta
Salvador Rivera
Escurre lenta, espesa, concentrada hasta llegar al vértice,
entonces cae:
se desborda en una larga trenza
se expande, se libera… cae.
Cae hacia el abismo, hacia un pozo de luz
hacia el ojo de un huracán eterno.

Espiral que levanta a su paso con pecados,
con glorias, con espectros, con faldas de mujer,
con fósiles marinos, con cánticos de guerra, con selvas,
con dolor…
con rabia.

Cae hacia un torbellino que devora equilibrios,
que desmorona santos, que devela verdades,
que arranca a los videntes, a los chamanes, a los iluminados, todo
que disuelve creencias, reliquias celestiales,
tradiciones sagradas…
la investidura sacramental.

Cae, roza con las salientes, con los peñascos de la duda,
con las filosas navajas de la lucidez,
con los cristales de mi locura:
serpientes de la sospecha;
con los troncos secos de mi intranquilidad:
espinas rojas del deseo.

Cae hasta tomarlo todo, hasta dejarlo todo,
hasta volverse esencia, coágulo;
como una bola mágica, como un huevo… un embrión.

Gota de tinta negra que golpea

¡Plafff!

sobre la superficie blanca del papel.

Pero el golpe la aplasta, la descuartiza, desalma…
la hace letras.
Una fila de letras iletradas,
casi mudas, con poco que decir.

En vano las letras, mis letras buscarán la historia.
Sólo un engaño, un atisbo, pastiche de sí misma, simulación.

Pienso, sin embargo:
"alguno de estos días la gota deberá poder llegar hasta la hoja
sin estallar en letras."

Creo que por eso escribo.
Sólo a la espera de una terca gota, de una espesa gota negra...
que se conserve entera,
entera.


domingo, octubre 08, 2006

El (Anti)Manifiesto Dada

EL MARGEN XXXIV

W., Mehring, Gillot, 1920

A manera de Introducción al Manifiesto Dadaísta escrito por Tristán Tzara en 1918, permítasenos anticipar la opinión -una de tantas- de Walter Benjamin respecto a la trascendencia del movimiento Dada:


“Desde siempre ha venido siendo uno de los cometidos más importantes del arte provocar una demanda cuando todavía no ha sonado la hora de su satisfacción plena. La historia de toda forma artística pasa por tiempos críticos en los que tiende a urgir efectos que se darían sin esfuerzo alguno en un tenor técnico modificado, esto es, en una forma artística nueva. Y así las extravagancias y crudezas del arte, que se producen sobre todo en los llamados tiempos decadentes, provienen en realidad de su centro virtual histórico más rico. Últimamente el dadaísmo ha rebosado de semejantes barbaridades. Sólo ahora entendemos su impulso: el dadaísmo intentaba, con los medios de la pintura (o de la literatura respectivamente), producir los efectos que el público busca hoy en el cine.

Toda provocación de demandas fundamentalmente n
uevas, de esas que abren caminos, se dispara por encima de su propia meta. Así lo hace el dadaísmo en la medida en que sacrifica valores del mercado, tan propios del cine, en favor de intenciones más importantes de las que, tal y como aquí las describimos, no es desde luego consciente. Los dadaístas dieron menos importancia a la utilidad mercantil de sus obras de arte que a su inutilidad como objetos de inmersión contemplativa. Y en buena parte procuraron alcanzar esa inutilidad por medio de una degradación sistemática de su material. Sus poemas son «ensaladas de palabras» que contienen giros obscenos y todo detritus verbal imaginable. E igual pasa con sus cuadros, sobre los que montaban botones o billetes de tren o de metro o de tranvía. Lo que consiguen de esta manera es una destrucción sin miramientos del aura de sus creaciones. Con los medios de producción imprimen en ellas el estigma de las reproducciones. Ante un cuadro de Arp o un poema de August Stramm es imposible emplear un tiempo en recogerse y formar un juicio, tal y como lo haríamos ante un cuadro de Derain o un poema de Rilke. Para una burguesía degenerada el recogimiento se convirtió en una escuela de conducta asocial, y a él se le enfrenta ahora la distracción como una variedad de comportamiento social. A1 hacer de la obra de arte un centro de escándalo, las manifestaciones dadaístas garantizaban en realidad una distracción muy vehemente. Había sobre todo que dar satisfacción a una exigencia, provocar escándalo público.” W. Benjamin (1989), “La Obra de Arte en la Época de su Reproductibilidad”, en Discursos Interrumpidos, Taurus, Buenos Aires.

TEXTO OBRA ORIGINAL
Manifiesto Dada. Revista Dada dc Zurich, número 3 (1918)
Por
Tristán Tzara


La magia de una palabra—
DADA—, que ha puesto a los periodistas
ante la puerta de un mundo
imprevisto, no tiene para nosotros
ninguna importancia

Para lanzar un manifiesto es necesario:
A, B, C.
irritarse y aguzar las alas para conquistar y propagar muchos pequeños y grandes a, b, c, y afirmar, gritar, blasfemar, acomodar la prosa en forma de obviedad absoluta, irrefutable, probar el propio non plus ultra y sostener que la novedad se asemeja a la vida como la última aparición de una cocotte (pajarito en francés) prueba la esencia de Dios. En efecto, su existencia ya fue demostrada por el acordeón, por el paisaje y por la palabra dulce. Imponer el propio A.B.C. es algo natural, y, por ello, deplorable. Pero todos lo hacen bajo la forma de cristal-bluff-madonna o del sistema monetario, de producto farmacéutico o de piernas desnudas invitantes a la primavera ardiente y estéril. El amor por lo nuevo es una cruz simpática que revela un a-mi-qué-me-importísmo, signo sin causa, frágil y positivo. Pero también esta necesidad ha envejecido. Es necesario animar el arte con la suprema simplicidad: novedad.

Se es humano y auténtico por diversión, se es impulsivo y vibrante para crucificar el aburrimiento. En las encrucijadas de las luces, vigilantes y atentas, espiando los años en el bosque. Yo escribo un manifiesto y no quiero nada y, sin embargo, digo algunas cosas y por principio estoy contra los manifiestos, como, por lo demás, también estoy contra los principios, decilitros para medir el valor moral de cada frase. Demasiado cómodo: la aproximación fue inventada por los impresionistas. Escribo este manifiesto para demostrar cómo se pueden llevar a cabo al mismo tiempo las acciones más contradic­torias con un único y fresco aliento; estoy contra la acción y a favor de la contradicción continua, pero también estoy por la afirmación. No estoy ni por el pro ni por el contra y no quiero explicar a nadie por qué odio el sentido común.

DADA— he aquí la palabra que lleva las ideas a la caza; todo burgués se siente dramaturgo, inventa distintos discursos y, en lugar de poner en su lugar a los personajes convenientes a la calidad de su inteligencia, crisálidas en sus sillas, busca las causas y los fines (según el método psicoanalítico que practica) para dar consistencia a su trama, historia que habla y se define. El espectador que trata de explicar una palabra es un intrigante: (conocer). Desde el refugio enguatado de las complicaciones serpentinas hace manipular sus propios instintos. De aquí nacen las desgracias de la vida conyugal.
Jean Arp, Configuraci'on, 1887-1966

Explicar: diversión de los vientres rojos con los molinos de los cráneos vacíos.
Dada no significa nada
Si alguien lo considera inútil, si alguien no quiere perder tiempo por una palabra que no significa nada….El primer pensamiento que se agita en estas cabezas es de orden bacteriológico…, hallar su origen etimológico, histórico o psicológico por lo menos. Por los periódicos sabemos que los negros Kru llaman al rabo de la vaca sagrada: DADA. El cubo y la madre en una cierta comarca de Italia reciben el nombre de DADA. Un caballo de madera, la nodriza, la doble afirmación en ruso y en rumano DADA. Sabios periodistas ven en todo ello un arte para niños, otros santones jesús-habla-a-los-niños, el retorno a un primitivismo seco y estrepitoso, estrepitoso y monótono. No es posible construir la sensibilidad sobre una palabra.

Todo sistema converge hacia una aburrida perfección, estancada idea de una ciénaga dorada, relativo producto humano. La obra de arte no debe ser la belleza en sí misma porque la belleza ha muerto; ni alegre; ni alegre ni triste, ni clara ni oscura, no debe divertir ni maltratar a las personas individuales sirviéndoles pastiches de santas aureolas o los sudores de una carrera en arco a través de las atmósferas. Una obra de arte nunca es bella por decreto, objetivamente y para todos. Por ello, la crítica es inútil, no existe más que subjetivamente, sin el mínimo carácter de genera­lidad. ¿Hay quien crea haber encontrado la base psíquica común a toda la humanidad? El texto de Jesús y la Biblia recubren con sus amplias y benévolas alas: la mierda, las bestias, los días. ¿Cómo se puede poner orden en el caos de infinitas e informes variaciones que es el hombre? El principio «ama a tu prójimo» es una hipocresía. «Conócete a ti mismo» es una utopía más aceptable porque también contiene la maldad. Nada de piedad. Después de la matanza todavía nos queda la esperanza de una humanidad purificada. Yo hablo siempre de mí porque no quiero convencer. No tengo derecho a arrastrar a nadie a mi río, yo no obligo a nadie a que me siga. Cada cual hace su arte a su modo y manera, o conociendo el gozo de subir como una flecha hacia astrales reposos o el de descender a las minas donde brotan flores de cadáveres y de fértiles espasmos. Estalactitas: buscarlas por doquier, en los pesebres ensanchados por el dolor, con los ojos blancos como las liebres de los ángeles.

Jean Arp, Documenta Geigy, 1965

Así nació DADA,
de una necesidad de independencia, de des­confianza hacía la comunidad. Los que están con nosotros conservan su libertad. No reconocemos ninguna teoría. Basta de academias cubistas y futuristas, laboratorios de ideas formales. ¿Sirve el arte para amontonar dinero y acariciar a los gentiles burgueses? Las rimas acuerdan su tintineo con las monedas y la musicalidad resbala a lo largo de la línea del vientre visto de perfil. Todos los grupos de artistas han ido a parar a este banco a pesar de cabalgar distintos cometas. Se trata de una puerta abierta a las posibilidades de revolcarse entre muelles almohadones y una buena mesa.

Aquí echamos el ancla en la tierra feraz. Aquí tenemos derecho a proclamar esto porque hemos conocido los escalofríos y el desper­tar. Fantasmas ebrios de energía, hincamos el tridente en la carne distraída. Rebosamos de maldiciones en la tropical abundancia de vertiginosas vegetaciones: goma y lluvia es nuestro sudor, sangramos y quemamos la sed.

Nuestra sangre es vigorosa.
El cubismo nació del simple modo de mirar un objeto: Cezanne pintaba una taza veinte centímetros más abajo de sus ojos, los cubistas la miran desde arriba complicando su aspecto sección perpendicular que sitúan a un lado con habilidad... me olvido de los creadores (ni de las grandes razones de la a. que ellos hicieron definitivas). El futurismo ve la misma traza un movimiento sucesivo de objetos uno al lado del otro, añadiéndole maliciosamente alguna línea—fuerza. Eso no quita que la buena o mala, sea siempre una inversión de capitales intelectuales.

El nuevo pintor crea un mundo cuyos elementos son sus mismos medios, una obra sobria y definida, sin argumento. El artista nuevo protesta: ya no pinta (reproducción simbólica e ilusionista), sino que crea directamente en piedra, madera, hierro, estaño, bloques de organismos móviles a los que el límpido viento de las a inmediatas sensaciones hacer dar vueltas en todos los sentidos.

Toda obra pictórica o plástica es inútil; que, por lo u sea un monstruo capaz de dar miedo a los espíritus serviles y no algo dulzarrón para servir de ornamento a los refectorios de esos animales vestidos de paisano que ilustran tan bien esa fábula triste de la humanidad.

J., Arp, Muschelgesicht, 1953.

Un cuadro es el arte que se encuentren dos líneas geométricas que se ha comprobado que son paralelas, hacer que se encuentren en un lienzo, ante nuestros ojos, en una realidad que nos traslada a un mundo de otras condiciones y posibilidades. Este mundo no esta especificado ni definido en la obra, pertenece en sus innumerables variaciones al espectador. Para su creador la obra carece de causa y de teoría. Orden = desorden; yo = no-yo; afirmación = negación; éstos son los fulgores supremos de un arte absoluto. Absoluto en la pureza de cósmico y ordenado caos, eterno en el instante globular sin duración, sin respiración, sin luz y sin control.

Amo una obra antigua por su novedad. Tan sólo el contraste nos liga al pasado. Los escritores que enseñan la moral y discuten o mejoran la base psicológica, tienen, aparte del deseo oculto del beneficio, un conocimiento ridículo de la vida que ellos han clasificado, subdividido y canalizado. Se empeñan en querer ver danzar las categorías apenas se ponen a marcar el compás. Sus lectores se carcajean y siguen adelante: ¿con qué fin? Hay una literatura que no llega a la masa voraz. Obras de creadores nacidas de una auténtica necesidad del autor y sólo en función de sí mismo. Conciencia de un supremo egoísmo, en el que cualquier otra ley queda anulada.

Cada página debe abrirse con furia, ya sea por serios motivos, profundos y pesados, ya sea por el vórtice y el vértigo, lo nuevo y lo eterno, la aplastante espontaneidad verbal, el entusiasmo de los principios, o por los modos de la prensa. He ahí un mundo vacilante que huye, atado a los cascabeles de la gama infernal, y he ahí, por otro lado, los hombres nuevos, rudos, cabalgando a lomos de los sollozos.

He ahí un mundo mutilado y los medicuchos literarios preocu­pados por mejorarlo. Yo os digo: no hay un comienzo y nosotros no temblamos, no somos unos sentimentales. Nosotros desgarramos como un furioso viento la ropa de las nubes y de las plegarias y preparamos el gran espectáculo del desastre, el incendio, la des­composición. Preparamos la supresión del dolor y sustituimos las lágrimas por sirenas tendidas de un continente a otro. Banderas de intensa alegría viudas de la tristeza del veneno. DADA es la enseñanza de la abstracción; la publicidad y los negocios también son elementos poéticos.

J., Arp, Knossos, 1920.

Yo destruyo los cajones del cerebro y los de la organización social: desmoralizar por doquier y arrojar la mano del cielo al infierno, los ojos del infierno al cielo, restablecer la rueda fecunda de un circo universal en las potencias reales y en la fantasía individual.

La filosofía, he ahí el problema: por qué lado hay que empezar a mirar la vida, Dios, la idea y cualquier otra cosa. Todo lo que se ve es falso. Yo no creo que el resultado negativo sea más importante que la elección entre el dulce y las cerezas como postre. El modo de mirar con rapidez la otra cara de una cosa para imponer directamente la propia opinión se llama dialéctica, o sea, el modo de regatear el espíritu de las patatas fritas bailando a su alrededor la danza del método.

Si yo grito:

IDEAL, IDEAL, IDEAL,

conocimiento, conocimiento, conocimiento

bumbúm, bumbúm, bumbúm,

registro con suficiente exactitud el progreso, la ley, la moral y todas las demás bellas cualidades de que tantas personas inteli-gentil han discutido en tantos libros para llegar, al fin, a confesar que cada uno, del mismo modo, no ha hecho más que bailar al compás de su propio y personal bumbúm y que, desde el punto de vista de tal bumbúm, tiene toda la razón: satisfacción de una curiosidad morbosa, timbre privado para necesidades inexplicables; baño; dificultades pecuniarias; estómago con repercusiones en la ‘ida’; autoridad de la varita mística formulada en el grupo de una orquesta fantasma de arcos mudos engrasados con filtros a base de amoniaco animal. Con los impertinentes azules de un ángel han enterrado la interioridad por cuatro perras de unánime reconocimiento.

Si todos tienen razón, y si todas las píldoras son píldoras Pínk., tratemos de no tener razón. En general, se cree poder explicar racionalmente con el pensamiento lo que se escribe. Todo esto es relativo. El pensamiento es una bonita cosa para la filosofía, pero es relativo. El psicoanálisis es una enfermedad dañina, que adormece las tendencias antirreales del hombre y hace de la burguesía un sistema. No hay una Verdad definitiva. La dialéctica a una máquina divertida que nos ha llevado de un modo bastante trivial a las opiniones que hubiéramos tenido de otro modo. ¿Hay alguien que crea, mediante el refinamiento minucioso de la lógica, haber demostrado la verdad de sus opiniones? La lógica constreñida por los sentidos es una enfermedad orgánica. A este elemento los filósofos se complacen en añadir el poder de observación. Pero justamente esta magnífica cualidad del espíritu es la prueba de su impotencia. Se observa, se mira desde uno o varios puntos de vista y se elige un determinado punto entre millones de ellos que igualmente existen. La experiencia también es un resultado del azar y de las facultades individuales.

La ciencia me repugna desde el momento en que se transforma en sistema especulativo y pierde su carácter de utilidad, que, aun siendo inútil, es, sin embargo, individual. Yo odio la crasa objetividad y la armonía, esta ciencia que halla que todo está en orden: continuad, muchachos, humanidad... La ciencia nos dice que somos los servidores de la naturaleza: Todo está en orden, haced el amor y rompeos la cabeza; continuad, muchachos, hombres, amables burgueses, periodistas vírgenes... Yo estoy contra los sistemas: el único sistema todavía aceptable es el de no tener sistemas. Completarse, perfeccionarse en nuestra pequeñez hasta colmar el vaso de nuestro yo, valor para combatir en pro y en contra del pensamiento, misterio de pan, desencajamiento súbito de una hélice infernal hacia lirios baratos.

La espontaneidad dadaísta
Yo llamo a-mí-qué-me-importismo a una manera de vivir en la que cada cual conserva sus propias condiciones respetando, no obstante, salvo en caso de defensa, las otras individualidades, el twostep que se convierte en himno nacional, las tiendas de antiguallas, el T.S.H., el teléfono sin hilos, que transmite las fugas de Bach, los anuncios luminosos, los carteles de prostíbulos, el órgano que difunde claveles para el buen Dios y todo esto, todo junto, y realmente sustituyendo a la fotografía y al catecismo unilateral.

La simplificidad activa.
La impotencia para discernir entre los grados de claridad: lamer la penumbra y flotar en la gran boca llena de miel y de excrementos. Medida con la escala de lo Eterno, toda acción es vana (si dejamos que el pensamiento corra una aventura cuyo resultado sería infinita­mente grotesco; dato, también éste, importante para el conocimiento de la humana impotencia). Pero si la vida es una pésima farsa sin fin ni parto inicial, y como creemos salir de ella decentemente como crisantemos lavados, proclamamos el arte como única base de entendimiento. No importa que nosotros, caballeros del espíritu, le dediquemos desde siglos nuestros refunfuños. El arte no aflige a nadie y a aquellos que sepan interesarse por el recibirán, con sus caricias, una buena ocasión de poblar el país con su conservación. El arte es algo privado y el artista lo hace para si mismo; una obra comprensible es el producto de periodistas.


H., Hoch, Prettymaiden, 1920.

Y me gusta mezclar en este momento con tal monstruosidad los colores al óleo: un tubo de papel de plata, que, si se aprieta, vierte automáticamente odio, cobardía, y villanía. El artista, el poeta aprecia el veneno de la masa condensada en un jefe de sección de esta industria. Es feliz si se le insulta: eso es como una prueba de su coherencia. El autor, el artista elogiado por los periódicos, comprueba la comprensibilidad de su obra: miserable forro de un abrigo destinado a la utilidad publica: andrajos que cubren la brutalidad, meadas que colaboran al calor de un animal que incuba sus bajos instintos, fofa e insípida carne que se múltipla con la ayuda de los microbios tipográficos. Hemos tratado con dureza nuestra inclinación a las lágrimas. Toda filtración de esa naturaleza no es más que diarrea almibarada. Alentar un arte semejante significa diferirlo. Nos hacen falta obras fuertes, rectas, precisas y, más que nunca, incomprensibles. La lógica es una complicación. La lógica siempre es falsa. Ella guía los hilos de las nociones, las palabras en su forma exterior hacia las conclusiones de los centros ilusorios. Sus cadenas matan, miriápodo gigante que asfixia a la independencia. Ligado a la lógica, el arte viviría en el incesto, tragándose su propia cola, su cuerpo, fornicando consigo mismo, y el genio se volvería una pesadilla alquitranada de protestantismo, un monumento, una marcha de intestinos grisáceos y pesados.

Pero la soltura, el entusiasmo y la misma alegría de la injusticia, esa pequeña verdad que nosotros practicamos con inocencia y que nos hace bellos (somos sutiles, nuestros dedos son maleables y resbalan como las ramas de esta planta insinuante y casi liquida) caracterizan nuestra alma, dicen los cínicos. También ese es un punto de vista, pero no todas las flores, por fortuna, son sagradas, y lo que hay de divino en nosotros es el comienzo de la acción antihumana. Se trata, aquí, de una flor de papel para el ojal de los señores que frecuentan el baile de disfraces de la vida, cocina de la gracia, con blancas primas ágiles o gordas. Esta gente comercia con lo que hemos desechado. Contradicción y unidad de las estrellas polares en un solo chorro pueden ser verdad, supuesto que alguien insista en pronunciar esta banalidad, apéndice de una moralidad libidinosa y maloliente. La moral consume, como todos los azotes de la inteligencia. El control de la moral y de la lógica nos ha impuesto la impasibilidad ante los agentes de policía, causa de nuestra esclavitud, pútridas ratas de las que está repleto el vientre de la burguesía, y que han infectado los únicos corredores de nítido y transparente cristal que aun seguían abiertos a los artistas.

Todo hombre debe gritar. Hay una gran tarea destructiva, negativa por hacer. Barrer, asear. La plenitud del individuo se afirma a continuación de un estado de locura, de locura agresiva y completa de un mundo confiado a las manos de los bandidos que se desgarran y destruyen los siglos. Sin fin ni designio, sin organización: la locura indomable, la descomposición. Los fuertes sobrevivirán gracias a su voz vigorosa, pues son vivos en la defensa. La agilidad de los miembros y de los sentimientos flamea en sus flancos prismáticos.

La moral ha determinado la caridad y la piedad, dos bolas de sebo que han crecido, como elefantes, planetas, y que, aun hoy, son consideradas validas. Pero la bondad no tiene nada que ver con ellas. La bondad es lucida, clara y decidida, despiadada con el compromiso y la política. La moralidad es como una infusión de chocolate en las venas de los hombres. Esto no fue impuesto por una fuerza sobrenatural, sino por los trusts de los mercaderes de ideas, por los acaparadores universitarios. Sentimentalidad: viendo un grupo de hombres que se pelean y se aburren, ellos inventaron el calendario y el medicamento de la sabiduría. Pegando etiquetas se desencadeno la batalla de los filósofos (mercantilismo, balanza, medidas meticulosas y mezquinas) y por segunda vez se comprendió que la piedad es un sentimiento, como la diarrea en relación con el asco que arruina la salud, que inmunda tarea de carroñas para comprometer al sol.

J., Arp, De la Famille des Etoiles, 1965

Yo proclamo la oposición de todas las facultades cósmicas a tal blenorragia de pútrido sol salido de las fabricas del pensamiento filosófico, y proclamo la lucha encarnizada con todos los medios del


Asco dadaísta

Toda forma de asco susceptible de convertirse en negación de la familia es Dada; la protesta a puñetazos de todo el ser entregado a una acción destructiva es Dada; el conocimiento de todos los medios hasta hoy rechazados por el pudor sexual, por el compromiso demasiado cómodo y por la cortesía es Dada; la abolición de la lógica, la danza de los impotentes de la creación es Dada; la abolición de toda jerarquía y de toda ecuación social de valores establecida entre los siervos que se hallan entre nosotros los siervos es Dada; todo objeto, todos los objetos, los sentimientos y las oscuridades, las apariciones y el choque preciso de las líneas paralelas son medios de lucha Dada; abolición de la memoria: Dada; abolición del futuro: Dada; confianza indiscutible en todo dios producto inmediato de la espontaneidad: Dada; salto elegante y sin prejuicios de una armonía a otra esfera; trayectoria de una palabra lanzada como un disco, grito sonoro; respeto de todas las individualidades en la momentánea locura de cada uno de sus sentimientos, serios o temerosos, tímidos o ardientes, vigorosos, decididos, entusiastas; despojar la propia iglesia de todo accesorio inútil y pesado; escupir como una cascada luminosa el pensamiento descortés o amoroso, o bien, complaciéndose en ello, mimarlo con la misma identidad, lo que es lo mismo, en un matorral puro de insectos para una noble sangre, dorado por los cuerpos de los arcángeles y por su alma. Libertad: DADA, DADA, DADA, aullido de colores encrespados, encuentro de todos los contrarios y de todas las contradicciones, de todo motivo grotesco, de toda incoherencia: LA VIDA.

domingo, septiembre 24, 2006

A la Salud del Pelado


EL MARGEN XXXIII
"Flor de Caña..., ¡Doble!", UN CUENTO DE SALVADOR RIVERA
(A la memoria de Enrique Gorriarán y Walter Ferretti)
El inmenso mar azul del Pacífico centroamericano, una línea larga... una fina línea blanca desde donde comienza la tierra y terminan los ríos, culebras al acecho que devoran todas las manchas pardas del océano. Muy, muy abajo... el suelo arrugado de montañas verdes y amarillas, chipotes tasajeados por un sinfín de caminitos grises por los que, seguramente, deberán transitar otro sinfín de hipotéticas hormigas de color rojo y otras... negras, el cielo en bóveda celeste sin una sola nube, el sol en la otra ventanilla... todavía en el oriente.

La cintura, la costa salvadoreña, casi como en un mapa gigantesco, corre hasta donde mis ojos ya no pueden seguir. Vuelo sobre la Bahía de Jiquilisco, muy cerca del Golfo de Fonseca y a tan solo treinta y cinco minutos de Managüa. Buena hora para llegar a almorzar.

Buñuel, siempre tan ocurrente. Tuvo que haber estado ebrio, o al menos tanto como lo estoy yo ahora, para lograr distinguir que cuando se viaja en un avión, la eternidad está siempre parada frente a uno, justo a diez centímetros de distancia. Es la misma sensación que produce observar un óleo colgado sobre un muro de concreto... tras esta ventanilla nada se mueve. Pobres renacentistas, murieron con la certeza de que la tierra en realidad giraba. ¡Allá ellos!

Managua, otra vez a Managua, que cosa... Ma-na-gua...Agua...Veinte años... hace veinte años ya. Agosto de 1984, noche de lluvia torrencial. Encubierta bajo la sombra de los reflectores antiaéreos la ciudad en penumbras. Aeropuerto Internacional Augusto César Sandino. Bellas mujeres enfundadas en sus uniformes verde olivo. Hangar para uso exclusivo del cuerpo diplomático. Un Lada negro y dos oficiales del Ministerio del Interior: directo hasta el lugar que habría de ser mi residencia durante los cinco años siguientes. Barrio de Las Sierritas a diez minutos del centro de la capital.

Lo que más recuerdo de aquella casa es el palo de mango. Había crecido en el patio trasero y todo el follaje descansaba sobre un techo de láminas. El viento hacía caer la fruta y en épocas de guerra esa lluvia de mangos siempre sonaba a ráfagas de bala sobre metal.

La Contra había llegado hasta los suburbios de Estelí, mis veintitrés años con pistola al cinto y un Kalashnikov entre las mano, se paseaban sobre los callejones estrechos de aquella ciudad sitiada. Corría, corría, corría. Corría para volver a correr... sólo para gritar frente a la casa de Violeta, de mi amada Violeta, para rugir y que oyera la Contra, para exigir lo que mi majestuoso porte merecía:

“¡Dios!.... ¡Dioooos!.... ¡Quítate el puto sombrero que voy pasando!.”

Una escena que bien hubiese podido incluir José Zorrilla en Don Juan Tenorio. Y arrancar, de paso, una lagrimita a los espadachines románticos del siglo XVII.

-“Señor, su Flor de Caña Doble... Sin Coca-cola y con dos hielos... como usted lo pidió”-.Yo creo que por eso estaba tan pinche loco... por la lluvia de frutas... la revolución siempre olió a lluvia de frutas. Tenía un aroma a mango, a café quizás.

-“Señor... ¡Señor!”..."¿Sí?, sí, sí dígame”. “Su Flor de Caña”. “Gracias, señorita. Señorita, disculpe, ¿cuánto tiempo falta para llegar?”. “Unos treinta minutos”. “Gracias”.

¡Mmm!, este ron sabe y huele a madera, a la caoba de todos los verdes árboles que hacen, desde aquí, las veces del extenso paño sobre la mesa de miss conchita. Desde aquí ¿Y desde allá?
En realidad ya bien me lo había dicho Don Juanito...

Una cosa es verla de lejos... y otra platicar con ella”.

Eso fue en el ochenta y cinco u ¿ochenta y seis?... ya no recuerdo. Cuatro o cinco meses de caminar por estas mismas montañas, por la zona de Jalapa y Ocotal... En La Segovia. Pinches moscos, casi ladillas negras que perforaban hasta la lona del impermeable, mis entrañables botas búlgaras... tuve que arrancarlas con unas tijeras vietnamitas... el lodo como masa de nixtamal, el agua fría que mojaba la espalda, las figuras en los troncos secos, el ruido de las ramas que siempre se mecían, que siempre se mecían y que siempre gritaban aunque no las pisara, el verde de las hojas, el verde de las plantas, el verde de la ropa, el verde de las piedras, las plumas verdes de las aves, los ojos verdes de las moscas, el verde de las gotas de lluvia, el verde de los charcos, el verde de mis balas trazadoras, el verde de mis manos, de mis brazos, de mi cara, de mi pelo, el verde de todas las caras, de todas las manos, el verde del aire, el verde de mis pesadillas, de mis recuerdos. Hasta las cucarachas, los grillos, los gusanos y los escarabajos eran verdes, hasta las mochilas de mis compañeros, hasta las tortillas, la carne, mi bigote también era verdes, la culata de los fusiles, la mierda, los meados, hasta la sangre y las costras eran verdes, el humo del cigarro...

-“Señor…debe abrocharse el cinturón de seguridad, estamos en zona de turbulencias”, “muy bien, gracias”. Zona de turbulencias, me lleva la chingada...

- “Señorita, ¡Señoritaaa!...

¡Mierda! mi trago... en fin, hasta Managua. ¿Hotel? Hotel Intercontinental... ¿existirá todavía?... ¡Cosa más grande caballero!... El centro por excelencia del turismo Sandinista de primera clase: la rancia nobleza del populismo latinoamericano, la inteligentsi del Bloque Socialista y otras linduras más. No me gustaba frecuentarlo... no me gustaba pero lo hacía, lo hacía porque era la pasarela de los mejores bizcochos de la revolución. Una construcción piramidal, un mundo de personas conocidas y desconocidas, el mesero siempre servicial con la charola de hielos, el pichel con fresco de coyolito y la botella de ron, bocas de carne de puerco-gallopinto-vigorón y una mesa fresca junto a la picsina ovala. Descansaba de los largos meses en la montaña, disfrutaba de los olores más insignificantes, de los sabores más comunes, de los eventos más distantes, de las palabras... Disfrutaba del sonido de las palabras, de sus acomodos, de los arreglos del vocabulario en Nica, de su pasión y dominio por la sorpresa verbal: ritmo de balada lenta, pegajosa, estúpida, hasta pueril quizás...y un estribillo corto, salto de lengua, tifón del trópico, veneno de alacrán... el aristocrático, sofisticado arte de las emboscadas. Disfrutaba de las miradas, de los párpados con gotas de sudor, del baile en botas militares, de los ritmo de marcha, de sus cuerdas, percuciones, pianos, de las trompetas. Disfrutaba de las trompetas, de su magia pirotécnica... del aire de los tiempos, de la brisa del lago, de la locura, de la revolución, del frenesí...

Cuando calienta el sol... cuando calienta el sol... cuando calienta el sol

-“¿Y deay mexicano?”, así me reconocía la gente a la que yo no conocía.
-“Andá, vení y tomáte un putazo de guaro con los de a píe”. Del saludo a la platica, de la platica a los mejores episodios, de los episodios a las secuencias cinematográficas, desde el cine a la representación teatral... y del teatro hasta el amanecer. El espejo oval de la piscina hacía astillas con la luz de los candiles y olas negras con los himnos de todas nuestras guerras... y olas negras con los himnos de todas nuestras guerras.

-¿Qué es lo que habrá pasado? ¿Qué es lo que se habrá roto?

No sé, yo jugaba muy bien en mi posición de extremo izquierdo. Dado que, con mi única excepción, todo el equipo se integraba por compañeros argentinos, la forma de tocar y mover el balón exigía llevar las cuentas de acuerdo con el compás del tango. Y vaya que lo había logrado interiorizar.

La tarde que enfrentamos a los cubanos fue la tarde del desastre. Yo había recobrado la pelota cerca de la media cancha, y avancé en diagonal hacia la portería contraria. “Pasála che, pasála. ¡Pasála che!”. Y yo la pasé justo hacia la zona que otorgaba todas las ventajas tácticas al oponente. Esa tarde perdimos un gol a cerro.

El Pelado, nuestro indomable capitán de equipo, llegó hasta mi con ojos increíblemente tristes:

-“¿Qué es lo que habrá pasado, che?, ¿Qué es lo que se habrá roto?

-“¿Qué me decís Pelado?”, contesté

Me tomó entonces del hombro y me zarandeó varias veces.

-“¿Qué es lo que habrá pasado?, ¿Qué es lo que se habrá roto?

-“No sé Pelado... no entiendo”, volví a contestar.

El zarandeo era más y más fuerte.

-“¿Qué es lo que habrá pasado?, ¿Qué es lo que se habrá roto?”. Más y más fuerte, más y más fuerte

-"¿Queeeeeé?, ¿Queeeeeé?... ¡Qué quieres carajo!"
- “Sí señor, ¿qué habrá pasado?”, el que pregunta es mi vecino de asiento.
- “¡De qué putas me esta hablando!”.
- “Del estruendo
- “¿De qué estruendo?
- “Del estruendo señor, del estruendo”.

Vuelvo la cabeza hacia la ventanilla y recibo el sol de frente.
-“¿Estamos regresando? ¿Qué pasó?
- “No sé señor, ¡no sé!”, llora mi vecino.
- “No debe preocuparse, amigo”, le digo para tranquilizarlo. “Seguro nos vamos a estrellar…

Y pienso que estoy ya demasiado ebrio para seguirle el paso… Y hablo, y pienso, y pienso, y pienso y aquella tarde espesa se aparece, y aquella tarde espesa también rueda, y se aparece, y rueda:

…Puse la bala de cabeza redonda y roja sobre la canaleta del magazín, oprimí el proyectil con el propósito de vencer la resistencia del muelle impulsor y deslizar la munición, después, hasta el fondo del riel. Tomé entonces el cargador por su porción más curva, lo incliné un poco para hacer coincidir los labios del porta tiros con los bordes metálicos del ‘pozo’ en la parte inferior del fusil y con un pequeño impulso, hice trabar los embragues. Corté cartucho, después dije algo o carraspee, levanté el pie, giré el tobillo. Con el rabo del ojo pasé inspección final a todos los nudos y cuerdas que me permitían mantenerme en pie sobre la rama de aquel árbol, es decir, en esa seiba inmensa y en su altísimo ramal que por más allá de treinta metros flotaba suspenso sobre el piso del bosque. Oradé con la punta y el talón de la bota sobre el tronco, y vi caer pedazos de corteza junto a orquídeas por entre el follaje de la selva, se precipitaban dando tumbos de un gajo a otro, de bejuco en bejuco, traspasaban las copas de los amates, de las caobas, para pegar con los helechos y rodar, al cabo de un instante, ligeras, cuesta abajo sobre la hojarasca. Traté de ajustar el compás de las piernas con tal de no perder el equilibrio por el efecto de las retrocargas, afiancé la culata sobre el hombro, deslicé con el pulgar el seguro hasta la posición “tiro-a-tiro”, sujeté entre la palma izquierda el guardamano de madera y con un rápido giro de brazo, dispuse el cañón en línea horizontal con la barbilla. Observé tras la mira, ajusté la distancia, la altura. Aspiré por la nariz todo el aire que pude, miré de nueva cuenta, volví a corregir, coloqué el índice sobre el gatillo y con la ligereza de quien toca la cuerda de un salterio, jalé de la palanca. El estruendo hizo crispar el dosel del bosque y embadurnar el cielo con el color de los tucanes, los papagayos, los faisanes y un quetzal... ‘Y un quetzal –¡puff!- con el pincel a rastras desde su larga cola’. Estrépito que se extendió, subió por entra las cañadas a la manera como cuando la flama de un dragón estalla al centro de un tapiz bengalí: lengua de mil tonos almagres con sus crestas, rizos de color violeta, índigo, bermellón... Y una línea de luz anaranjada, la línea de la bala trazadora de cabeza redondeada y roja, partió la tarde en dos.

Permanecí parapetado en las alturas, tan inmóvil como la excrescencia de líquenes y hongos salida desde el tronco, la mejilla empotrada al extremo del fusil y el ojo puesto en la trayectoria del disparo. Vi entonces que el trazo lumínico había cruzado limpio sobre el centro del blanco. Esperé hasta que el eco de la explosión se hubo disipado y giré el selector de tiro, ahora, hacia la modalidad de “ráfaga”, deslicé la mano sobre la empuñadura y presioné, ¡rápido!, el dedo contra el disparador. Tres balas contadas salieron desde la boca del cañón. Sin esperar volví a jalar. Y otra vez, y otra, y otra más, hasta que al fin, hubieron de agotarse los treinta cartuchos del cargador. Retiré entonces el magazín vacío para colocar otro nuevo, monté el fusil, puse el seguro, destrabé la bayoneta y corté, con la rapidez de la que fui capaz, todas y cada una de las sogas que me mantenían sujeto a la gran seiba. De mi mochila extraje un pesado rollo de cuerda de nylon con tridente metálico en la punta más un par de guantes de carnaza, trabé firmemente los garfios en una de las horquillas de la floresta, desenredé la soga y me deslicé por ella hasta llegar al suelo. La respuesta enemiga no se dejó esperar. Sonó en ese momento. Era una tupida andanada de proyectiles calibre 5.73 mm., proveniente de un centenar de fusiles R-15 en combinación con el fuego de tres o cuatro morteros RPG-7. Nada extraordinario sólo armamento convencional, los rokets, además, estaban haciendo blanco a unos trescientos metros de mi ubicación, distancia que, en la selva, puede significar tanto como una eternidad. Guardé los guantes en la mochila, con el antebrazo limpié mi frente, la cara, tracé con el índice la ruta de evacuación posible a partir de la densidad y dirección del fuego enemigo, y luego, sólo después de haber besado, besado, besado la culata del fusil e innscrito "Chombo for you" sobre el inmenso tronco de la seiba, inicié el camino de regreso hacia territorio nicaragüense. Calculé entonces que a buen paso y durmiendo sólo lo necesario, sería cosa de dos días para llegar hasta Jalapa, en la Segovia, y comunicar al Jefe, mi enlace con la Dirección de Contra-Inteligencia Militar en Managua, los pormenores y culminación exitosa del operativo. Porque seguro había dado en el blanco…Aunque seiscientos metros eran muchos y máxime si se trataba de un objetivo encubierto. Sin embargo, tanto la demora como la desorganización de la respuesta me hicieron suponer que, a estas horas, el estado mayor del Comando Regional contra-revolucionario debería estar lamentando la muerte de alguno de sus más importantes oficiales y, con mucha suerte, la de su propio comandante en jefe, el exguardia somocista, torturador y criminal a sueldo…

¡Tufff-Tuffff!...El roce de los neumáticos sobre la pista me avisa que hemos llegado ya al aeropuerto de Managua. Tomo el equipaje de mano, hago los trámites aduanales correspondientes y re-defino mi ruta de viaje hacia la Costas del Caribe nicaragüense. Allá me espera una flota de navíos bucaneros con dos de sus naves insignias: “El Pelado” y “El Chombo”…Pero esa es en realidad otra historia que... Ya me encargaré de revelar mucho más adelante...

miércoles, septiembre 20, 2006

Homenaje a Los Sin República


JENNY LA DE LOS PIRATAS
(Bertold Brecht)

Señores: hoy me ven fregar vasos
y soy yo quien les hace la cama.
Gracias les doy si me dan propina,
andrajosa de hotel andrajoso.
Pero ustedes no saben con quién hablan.
Una tarde en el puerto habrá gritos.
y se dirán <<¿Qué gritos son ésos ?>>:
Me verán sonreír mientras friego
y se dirán: <<¿Por qué se sonríe?>>

Y un barco con ocho velas
y con cincuenta cañones
habrá atracado en el muelle.

Ellos me dicen: <¡vete a fregar!>
Y me dan la propina y la tomo.
Las camas les haré, qué remedio.
(Pero esa noche no dormirán.)
Pues por la tarde oirán en el puerto
un estruendo y dirán: <<¿Qué estruendo es ése?>>
Me verán asomarme a la ventana
y dirán: <<¡Qué sonrisa tan rara!>>

Y el barco con ocho velas
y con cincuenta cañones
bombardeará la ciudad.

3

Señores: se acabó ya la risa.
Porque todos los muros caerán,
será arrasada vuestra ciudad,
menos un pobre hotel andrajoso.
Preguntarán: <<¿Quién vive en ese hotel?>>
Y me verán salir por la mañana,
y dirán: <<¡Era ella quien vivía!>>

Y el barco con ocho velas
y con cincuenta cañones
empavesará sus mástiles.

4
Y a mediodía desembarcarán
cien hombres. Y vendrán, ocultándose;
de puerta a puerta, agarrando a todos.
Ante mí los traerán con cadenas,
y me preguntarán: <<¿A quién matamos?>>
Y habrá un silencio grande en el puerto
al preguntarme quién debe morir.
Se oirá entonces mi voz diciendo: <<¡Todos!>>.
y <<¡Hurra!>>, a cada cabeza que caiga.

Y el barco con ocho velas
y con cincuenta cañones
conmigo zarpará.

1929, de “La ópera de los tres centavos”
La obra poética de Bertold Brech está publicada en la colección “El libro de Bolsillo”, Alianza Editorial

miércoles, septiembre 13, 2006

Cosas de Literatura

El Margen XXXII

1.-Marx y la litera
tura de terror. Colaboración de La Tecla Indómita.
(Figura: Van Gogh, Tejados, 1886)
Los pasajes de El Capital dedicados a las modalidades de existencia del ejército industrial de reserva (eir) constituyen el punto más alto de la literatura terrorífica. Ni los más magistrales apuntes de Dickens pueden igualarlos, no digamos el terror metafísico de un Edgar Allan Poe. La fuerza en El Capital estriba en la frialdad del científico: alguien que no quiere moralizar sino comprender las leyes (la racionalidad) que rigen un régimen cuyo espíritu central busca la dominación del trabajo ajeno; un sistema en donde las mercancías valen lo mismo para todos en el mercado de los iguales --los escaparates--, sólo que la moneda de los que producen la riqueza vale menos que la de los demás. Al que produce la plusvalía (el productor directo) le cuesta trabajar ocho horas al día algo que vale para el común 15 minutos, y eso en el changarro de Rodríguez Cabo, según él mismo cuenta. No si no eso quiere decir la explotación del trabajo. La desigualdad por principio en un mundo aparente de equivalentes abstractos y de iguales.

La desigualdad es también un hecho temporal –-que no fugaz o pasajero-- en el capitalismo. No es lo mismo, por ejemplo, moverse en ciclos en los que se acumula valor a hacerlo en el ciclo de la reproducción simple. En tanto los capitalistas invierten para obtener un beneficio, sus asalariados se mueven en el terreno de la reproducción simple cuya finalidad es el consumo. No puede haber un mismo lenguaje de un tiempo a otro. NO hay manera de tender puentes. Sólo un evolucionista que se mueve en la fórmula puramente cuantitativa y no conceptual de D-M-D’ (Dinero-Mercancía-Dinero incrementado) puede pretender traducción lineal entre el lenguaje que acumula y el que se mueve en el mero espacio de la reproducción simple y elemental, esto es, en la misma medida siempre.

Marx clasifica los distintos modos en el existir del eir, los divide por actividades y funciones, unos son eir de modo latente, otros pasan a engrosar las filas del pauperismo; todos crecen en cantidad según se desarrolla y se despliega la acumulación capitalista. Nada en Marx lleva al mecanicismo idiota de suponer que el desarrollo capitalista implica el bienestar de todos. Incluso demuestra el resurgir del trabajo a domicilio como otro modo de existir en vida latente del eir y en plena industrialización. La producción de riqueza capitalista es producción de miseria en masa (y global) a un mismo tiempo.

El gélido bisturí de Marx causa terror en estos tejidos. Vivir años de más condena a un trabajador a formar parte del eir, no se salva ni en el jubileo. Marx escribe ahí mismo: “El pauperismo constituye el hospicio de inválidos del ejército obrero activo y el peso muerto del ejército industrial de reserva. Su producción está comprendida en la producción de pluspoblación, su necesidad en la necesidad de ésta, conformando con la misma una condición de existencia de la producción capitalista y del desarrollo de la riqueza. Figura entre los faux frais (gastos varios) de la producción capitalista…

“Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y vigor de su crecimiento y por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera, y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será la pluspoblación relativa o ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud proporcional del ejército industrial de reserva, pues, se acrecienta a la par de las potencias de la riqueza” (El Capital, Libro primero, capítulo XXIII, parágrafo 4).

2.-"Un Hombre Libre". Cuento de Salvador Rivera
Como casi siempre había bebido demasiado. Como casi siempre el roce de la araña lo despertó. Como casi siempre no fue capaz de dominar el miedo y no pudo moverse, no pudo gritar, y sudó. Como casi siempre eran las tres de la mañana. Como casi siempre tenía el pantalón puesto, la camisa negra y los zapatos. La boca seca, como casi siempre, la lengua agrietada, los ojos adoloridos y también agrietados y opacos pero con un destello. Tenía, además, la cara roja, verde y azul y anaranjada por el reflejo de una televisión prendida, esta sí, como siempre. Pudo tomar de la botella, tuvo náuseas como casi siempre, y un borbollón amargo estalló en el estómago y llegó a la garganta y subió hasta el paladar, a la nariz y regresó al estomago, al paladar de nuevo y logró, sin embargo, contener el impulso, tragar, volver a tragar hasta por cuarta vez y al final, desde luego, no vomitar, hacer una pausa, jadear, jalar más aire, recobrar el aliento, balbucear, proferir letanías, ofrecer una plegaria al cielo, pedir clemencia, desde lo más profundo de su ser: perdón. Como siempre volvió a tomar de la botella, y también como siempre, la sensación a muerte se hizo tenue, dócil, hasta graciosa incluso, y así, a la manera del conejo en la chistera de un mago, la zozobra, como casi siempre, también se disipó.

Qué alivió, qué desahogo significaba estar en el espacio de los vivos. ¡Puff!, se respiraban otros aires, las cosas se presentaban únicas, radiantes, pero sobre todo, maravillosamente ciertas. La lluvia no era ya el abismo negro con dardos de cristal, puñales de ónix. Era de agua, de gotas traídas desde los azules mares del Pacífico o del Golfo, el rocío arrebatador, rabioso de la exuberante selva Oaxaqueña, del Istmo, de Tuxtepec sobre el río Papaloapan.

¡Mira tú! Que haberse dejado amedrentar por el roce de una araña en la oscuridad, pura banalidad, cruda católica, sólo eso.

¿Habría que irse entonces? Habría que irse en busca de las sirenas del Golfo ¡sí!, por Puebla, recorrer los llanos hasta el límite oriental del altiplano. A partir de la tercera curva, tunel de “La concordia”, puerta de la Sierra de Songolica, el olor a mar, a sopa en un enorme plato de barro repleto de langostinos, ¡crac!, que con castañuelas pardas, ¡crac-crac!, pinzas gitanas, ¡crac!, recargan, ¡trac!, golpe de zapatilla sobre el tablado, ¡trac!, y una ramita de epazote, ¡trac!, y una ramita de romero, ¡trac-trac!, chicuelina del salero y al redondel un sombrero, ¡trac!, ole, ¡trac!, ole capitán torero. Después de la corrida cordobesa, verde Córdoba, cantina bajo el volcán, pero esta vez el de Orizaba, y además, una rocola dorada, Frenesí, quiéreme con frenesí: “¡justo lo que estaba buscando!”. Más ron. La Planicie del Golfo y las vacas pellejudas entre cerritos redondos, y los becerros. Los rechonchos becerros sobre los redondos cerros ¡uy! los berros, repique de los cencerros, el ladrido de unos perros, ¡de prisa!, ¡de prisa!, el ganado a los encierros. Más ron. El puente sobre el río, plantaciones de café, chozas de palma y una hilera larga de postes telefónicos con orquídeas grises encaramadas en los cables. Más y más postes hasta llegar a Veracruz, puerto de nuestra sacrosanta, señora de los homosexuales, niños que debieron arrancarse la verga con tijeras chinas para jugar en el mercado, puerto de Veracruz, bendito seas. Más Ron. Alvarado, solaz desenfado. Más ron. San Andrés, una lagartija de cristal en un hotel de paso , ¡Cuija!. Tiene los ojos blancos, como los ciegos, acecha moscas verdes, como los ciegos, tiene venas violetas, dedos rosados, cola amarilla, patas de rana, como los ciegos. Más Ron. Catemaco, el macaco, mono naco, indio, Saraguato, como Caco: brujo, también. Más ron. Un caminito estrecho, Playa Escondida. Casa de la sirena que está dormida. Playa de la Jimena que está dolida. Sirena, Jimena, mujer ajena. Más ron.

Se incorporó de súbito y buscó las llaves. En una bolsa de mano dos, tres calzoncillos, la chamarra, un libro, la cámara fotográfica y la tarjeta bancaria, ¿y la tarjeta bancaria?

-“Bendecida seas plateada tarjeta, alabado sea por siempre tu divino poder”.

Se persignó frente al espejo retrovisor y salió volando por avenida Revolución, cruzó Martí para quedar estacionado, tan solo dos cuadras adelante, justo frente a Los Ardalios. Qué cosa, las tres y media de la mañana y la cantina abierta. Descendió del auto, empujó las hojas de la puerta y caminó hasta la barra:

-“Qué pasó Enrique”.
-“Qué hay Sherife”.
-“Un Habana doble, siete años”.
-“¿Te lo sirvo derecho?”.
-“Por favor”.

Sherife se quedó allí, sentado, sólo con el servilletero, después con el vaso corto y dos hielos humeantes, tan humeantes como dos camisas blancas bajo la plancha de una tintorería, cuanto humo, pensó. Asunto obligatoriamente chino, volvió a pensar, tan chino como todas las tintorerías que pululan en los barrios bajos de todas las ciudades hermosas del mundo que, por supuesto, podría ser, una de todas ellas, San Francisco, pero también su lado oscuro, Oakland. Claro, dijo o pensó Sherife, el puente que cruza la bahía, primero desde San Francisco a Oakland, después de Oakland a San Francisco, va y viene, va y viene, va y viene. Más allá, mucho más allá, varias torres altísimas, rojas, que sostienen vigilantes el Golden Gate, torres que podrían ser, además, las crestas de una pagoda china, japonesa, vietnamita también, muy, muy a lo lejos. Pero mejor Alcatraz, la isla de Alcatraz y de Alcapones, y un Alcatraz, el ave, que se pudre, se mece con la espuma negra de las olas. Y en la taberna una cerveza oscura, espesa, acompañada de una historia, o sin ella. Tendría que ser una historia contada por Jack London, naturalmente, sólo por tratarse de un de los hombres más lúcidos, más ebrios de todos los alrededores de Oakland, de San Francisco, de California, de todo el mundo, de todo el mundo. ¿Una historia de lobos? ¿Colmillo Blanco, por ejemplo? No. ¿De humanos entonces?, podría ser la historia de Martín Eden, quizás, una historia fuerte, emparentada con amores y suicidios ¿Suicidios?

-“¿Suicidios?, puta madre”, exclamó Sheriff. Y es que algo muy importante había dejado de hacer.

-“Puta madre”. Volvió a exclamar. Y es que se trataba de un olvido imperdonable. Con el puño izquierdo golpeó la mesa, se lamentó, volvió a golpear, bebió, se levantó, quiso irse, pero al final, mejor, quiso quedarse y bebió, de nueva cuenta, bebió.

-”¿Qué pasa Sherife, está usted bien?”, preguntó Enrique.

-“No pasa nada, todo bien”, respondió Sherife.

Enrique dejó la barra y apresuradamente caminó hasta Sherife, le tomó del brazo, lo miró fijamente y preguntó de nuevo.

-“¿Qué pasa, sucede algo?”

Sherife estaba descompuesto, visiblemente consternado. Guardó silencio por un momento y después habló.

-“Las pistas, carajo, no indiqué las pistas”, dijo.

-“No es tan grave Sherife. No es tan grave”. Como si con estas palabras, Enrique fuese capaz de enderezar el tiempo.

-“No indiqué las pistas, carajo, no las indiqué”. Interrumpió Sherife sin prestar atención.

-“Ya me jodí, las pistas, no las indiqué, nadie entenderá la historia”, insistió.

Sherife no estaba exagerando. Antes de salir del departamento debía haber colocado tres pistas indispensables. La primera, tenía que ver con sus propias intenciones suicidas y para ello sólo hubiera bastado mencionar, por ejemplo, que el libro, el mismo libro que minutos antes había tomado de la repisa y colocado con descuido al interior de su maleta de viaje, no era sino la novela de Martín Eden, una de las obras menos conocidas de Jack London pero más estrechamente emparentada con la historia de Sherife. Después, tendría que haber establecido los motivos de Martín Eden para morir, ahogado, en las negras, gélidas profundidades del Océano Pacífico. Dejar claro este punto significaba mucho en la historia de Sherife ya que, a través de su revelación el lector podría entender, de un solo golpe, el terrible significado de las playas del Golfo en el desarrollo del drama, el de Sherife, y de paso, agarrar desde la punta el hilo de la madeja, en donde todas, absolutamente todas las fibras del estambre, desde la boca seca, hasta los ojos quebrados, el reflejo de la televisión, el vómito contenido, etc., etc., etc., deberían jugar, participar activamente en el desenlace sorpresivo, necesariamente sorpresivo de la historia. Pero Sherife había desperdiciado mucho tiempo en poesía, con displicencia había desbarrancado su oportunidad en los “redondos cerros de los becerros con cencerros”, en las tenazas de los langostinos y en una suerte de paso doble cordobés. No, en las historias renacentistas no había espacio para el azar. Ni la entropía, ni las ocurrencias deshilvanadas, ni las imágenes difusas tenían cabida, así lo había determinado el Santo Papa cuando ordenó a su esclavo, Miguel Ángel, pintar historias bíblicas sobre la Capilla Sixtina. Pero para Shrife ya era tarde y, tanto como Galileo, Sherife tendría que pagar las consecuencias.

Las otras dos pistas eran todavía más sencillas, se trataba de dejar constancia acerca de su larga experiencia en el buceo y la natación. Para ello, después de tomar el segundo trago, levantarse de la cama y adoptar la decisión de dirigirse al mar, al Golfo particularmente, debería haber vuelto los ojos hacia los diplomas enmarcados, dispuestos sobre las paredes de su cuarto y decir algo más o menos así:

-“Me cago en la ostia. Medalla de oro en los mil quinientos metros dorso y estrella dorada por el descenso de cuarenta metros a pulmón. Qué bueno que conservé los diplomas, documentos muy útiles sin duda, sobre todo, cuando uno busca suicidarse y que los demás logren entender el asunto anticipadamente”. Sólo con eso hubiera bastado, pero Sherife no lo hizo, todo por sus turbias inclinaciones poetizantes.

-“Claro Sherife, ahora entiendo”, dijo Enrique, “con esos títulos ya podría usted nadar y sumergirse tanto como se le diera la gana”.

-“Así es, Enrique”, respondió Sherife.
-“Bueno Sherife, y dígame, ¿qué piensa hacer ahora?”.
-“Creo que, de todas formas, me voy a lanzar a Veracruz”.
-“Y, con el perdón, Sherife, ¿que carajos tendría que hacer usted en Veracruz?”.

-“Pues, teóricamente, al menos, el asunto no debería resultar tan complicado, respondió Sherife. Para empezar, tendría que salir de los Ardalios como si no te hubiera visto, como si en vez de parar aquí hubiese seguido por Avenida Revolución hasta Viaducto, la carretera a Puebla, y después, efectivamente, el fin del altiplano, la tercera curva y el olor a mar, a sopa, lluvia, neblina, una tormenta fría, y la noche hasta llegar a Veracruz, y después Alvarado y una tormenta tropical, un amanecer en San Andrés, más adelante Catemaco, y al final: Playa Escondida”.

Había bebido durante todo el camino, no se le veía bien. Abrió la puerta del auto, caminó hasta la choza de madera y descorrió la frazada roja que cubría la entrada. Sobre el piso de tierra, en el fondo, titilaban cuatro o cinco veladoras junto a la virgen María. En una larga mesa de pino sólo tazas y platos de barro, un florero, una botella de aguardiente. De la viga principal colgaban lámparas de aceite y una hamaca. Atrás, una figura esbelta, expectante. La abrazó.

- “Jimena, ya no puedo”, y Sherife no dijo más.

Se quito los zapatos, los calcetines, la chamarra, los pantalones. Acomodó el bulto de ropa junto al altar, besó a Jimena, se detuvo a acariciar sus labios, sus ojos, sus extensos ojos de gata. Vio un vitral de colores que como un río se desbordaba en él, vio un sollozo, si, vio un pinche sollozo, y vio, de igual manera, cómo su propia vida, en tropel, se había descuartizado ya, hecho añicos contra el bloque de granito esculpido por las infamias diarias, vio el brillo de los cristales sobre el suelo de arcilla, trató de recogerlos, nadie hubiera podido. Salió de la choza y caminó hacia el mar, sobre la playa. No se detuvo, entró directo al agua y nadó. Nadó hasta contar cien brazadas completas, luego doscientas, después quinientas, mil, mil quinientas, dos mil, tres mil brazadas más y así, hasta perder la cuenta. Cuando al fin se detuvo, de la costa sólo se distinguían los picos de las montañas más altas, las crestas del volcán San Martín, había nadado mucho, había nadado más allá de todos los asideros posibles, y más allá. Hasta donde el mar se tiñe de filones morados, hasta allí, y las corrientes frías logran ascender desde las negras profundidades con sus violentos chorros de vida, y una casi imperceptible, delicada pulsión de muerte, hasta allí. No descansó, no lo necesitaba, tenía que llenar los pulmones e iniciar el descenso para llegar, al menos, hasta la marca de los 40 metros. Jaló, jaló todo el aire que pudo. Alzó los brazos e impulsó el cuerpo como si quisiera tomar vuelo, ya en lo alto, flexionó hacia adelante la cintura, dirigió la cabeza hacia abajo y con la punta de los dedos logró romper, en posición de picada perfecta, la delgada superficie oceánica. Avanzó, luchaba contra su condición de globo humano. Los seis primeros metros fueron los más difíciles, pero igual hasta los siete y los ocho. Un intenso dolor de tímpanos lo obligó a compensar y, después, nuevamente, emprendió el descenso. Diez, doce, catorce, dieciséis metros más. De ahí continuó hasta los dieciocho, veinte, hasta los veinticinco. Había aprendido de Martín Eden que la única forma de engañar el instinto y no retornar hacia la superficie, era, además de cargarse de aire, bajar hasta las profundidades con los ojos cerrados. Pero Sherife los abrió. La oscuridad y el abismo lo hicieron aspirar una inmensa bocanada de agua e inundarse de sal, de olas amargas. Ni siquiera tosió, vio una grieta en el fondo, una grieta de luz, era un pliegue sin tiempo, un instante, infinito. Cayó, como una hoja lanceolada cae en la hojarasca, cayó como una pluma blanca de paloma cae, meciéndose en el viento, en las tinieblas del océano, cayó. Y Sherife calló.

-“No, Sherife, qué bueno que siempre no se fue a Veracruz”, dijo Enrique palmeándole la espalda, “nadie hubiera podido entender su pinche historia, vamos, ni siquiera sus pinches maestritos(*) ”.

Ya el sol iluminaba la calle cuando Sherife abandonó Los Ardalios, salió hasta Avenida Revolución, abrió la puerta de su auto, encendió la marcha y se fue.


(*)Esta referencia obedece a que, el día en que fue leído el primer borrador, entre los asistentes a la presentación se encontraba el profesor Gerardo de la Torre, uno de los representantes más destacados del cuento latinoamericano contemporaneo y crítico implacable de la obra de Rivera.
La segunda y tercera ilustraciones son obras de la pintora francesa Francoise Devaud. "Playa Escondida" 1 y 2.