jueves, octubre 02, 2008

Ecnomía Casino y Estado de Excepción

El Margen


Economía Casino y Estado de Excepción
Salvador Rivera
De acuerdo con informes estadísticos más o menos confiables, es posible suponer una estrecha relación de causatividad entre los así llamados “juegos de azar” y el uso de la violencia extrema. Así por ejemplo, según estudio publicado por la Review Economics and Statistics, para el años 2007 la proliferación del juego de casino en Estados Unidos habría traído aparejado un aumento de los casos criminales hasta del 8%.

El juego de casino, además de ser una práctica humana extraordinariamente lucrativa, constituye el espacio económico en cuyo interior el dinero cobra plena autonomía. Un poco de dinero basta. Sin el concurso de mediación alguna (fábricas, empleados, infraestructura productiva, instituciones educativas, centros de innovación tecnológica, etc., etc., etc.,); desde este insignificante mazo de dinero emanará –si se corre con suerte- miles, millones, miles de millones de veces su propia cantidad original, y todo, por intermediación de un “dado”. Es, el juego de casino, un acto de magia: D-D’, es decir: dinero que produce más dinero.


Michael Hudson, un economista que trabajó durante varios años en la Wall Street además de especializarse en asuntos relacionados con balanza de pagos y bienes inmobiliarios, nos explica cómo es que funciona la economía de casino. Hay, nos dice, una mesa en el casino, una mesa reservada para los muy ricos y la banca de inversión; en dicha mesa, todo el dinero que se juega es prestado. Enormes sumas de dinero que se toman de los prestamistas (ahorro bancario para la jubilación y la vivienda, principalmente) son destinadas para la conformación de un “fondo de libre inversión” o “fondo hedge”, que a su vez, sirve para respaldar todas las apuestas de los participantes y garantizar, si se da el caso, disposición ilimitada de crédito. Pero, ¿cómo y qué se apuesta en la mesa de los super-magnates? Bien, cada participante cuenta con un selecto equipo de matemáticos que sirve de programador computacional para minimizar riesgos en el peligroso campo de las apuestas cruzadas (straddles). Apuestas cruzadas que se hacen, no, desde luego, sobre la producción de bienes y servicios o la adquisición de activos reales, sino que, muy por el contrario, única y exclusivamente sobre el comportamiento de las tasas de interés, las diferentes tasas cambiarias y el precio de las acciones y las obligaciones (o los precios de las hipotecas empaquetados por los bancos). Este juego, advierte Hudson, se desarrolla en milisegundos, como fogonazos en pantalla, prácticamente sin intervención humana. “Lo único que importa es ganar dinero, en un mercado en el que el grueso de las operaciones comerciales dura apenas unos segundos. Lo que genera ganancias es la fibrilación de los precios, su volatilidad” (Hudson, Michael, 2008a).


Se trata pues de un juego Suma Cero. Tal y como los mercantilistas de los siglos XVI y XVII, quienes operaban a partir del supuesto que toda riqueza estaba contenida de una vez y para siempre en la dotación de metales precioso, los tahures del casino Wall ven en el dinero, pero más particularmente, en la anticipación de sus erráticos movimientos, la fuente originaria de toda ganancia. Es el “fibrilar de los precios”, su extremada “volatilidad”, lo que configura el entramado de los beneficios, por lo que, para hacerse de ellos, no basta con una “corazonada” al estilo de los viejos industriales de la época del baby boom, sino que hará falta ahora la intervención de super-computadoras con capacidad de efectuar los cálculos de distribución de probabilidad matemática a partir de la observación de variaciones ínfimas en las tasas de interés, las diversas paridades cambiarias, así como de los precios de las acciones.

Desde luego que el tahur no se conforma con el simple papel de espectador. El tahur hace, a partir de sus propios cálculos, todo lo que esté a su alcance por modificar a su favor el comportamiento de los precios y variables clave de la economía, con el propósito de ganar él y hundir al oponente, o si se prefiere, de hundir al oponente para ganar él. Porque la disposición del juego de casino es la misma disposición que conlleva la guerra: la victoria de una de las partes exige, necesariamente, la supresión de la fuerza antípoda. No existe forma de incrementar la ganancia sino es a costa del despojo de la ganancia ajena. La violencia pues, es parte del juego. Aquí, sin violencia expropiatoria no puede haber ganancia.


Pero éste, en realidad, es el fin del relato. La historia se remonta tanto tiempo atrás, como desde el día en que el primer capitalista quiso imaginar que sus ganancias, más que descansar sobre la apropiación del trabajo ajeno, provenían, íntegras, de la remuneración que la sociedad debía pagar por concepto del riesgo implícito de su propia inversión. Así, mientras más inexplorado y por ello, más atractivo el campo de transacción, mayor debería ser el riesgo, mayor la velocidad de reembolso y, mayor también, la tasa de ganancia. Desde la producción de bienes y servicios en tiempo presente, los capitales se desplazaban al terreno de los préstamos con interés; de aquí, hasta la adquisición de activos reales; después, hacia la compra y venta de bienes, servicios, préstamos, deudas y activos en tiempo futuro; más adelante, hacia la apuesta sobre la oscilación en las tasas de interés y los tipo de cambio (carry trade); para al final, jugar capitales sobre el comportamiento de las acciones y los precios, pero ahora, sobre “productos” apenas expresable en palabras, se trata, nos dice Hudson, de algo que no pude ser definido ni como capital tangible, ni como capital financiero, sino como opciones de estrategia bursátil sobre operaciones de compraventa cruzada de valores (Hudson, 2008b. Es decir, inversión con fondos “prestados” sobre simulacros de valor, inmensos apilamientos de apuestas sobre apuestas que dan como resultado “productos altamente sofisticados y automatizados”, cuya naturaleza última resulta ser un misterio absolutamente impenetrables hasta para los propios inversores.


Una expansión del capital que termina por abarcarlo todo. Los espacios de lo real y de lo irreal, hasta sus más insospechados intersticios, son incluidos, tasados como mercancías y puestos para su exhibición en los minimalistas aparadores de la Matrix. Tal como en el Barroco, donde una buena parte del imaginario precapitalista habría sido convertido en piedras para su posterior adoración, la expansión del capital durante la era posmoderna ha significado un vaciamiento, la constitución de un lugar en el que “...el más allá queda vaciado de todo aquello en lo que aún se manifiesta un mínimo respiro del mundo” (Benjamín, W., 1990). Y un lugar desprovisto de más allá en el que por añadidura, la única fuente de riqueza descansa sobre la práctica desenfrenada del pillaje, no podrá ser viable sino a condición de desenvolverse en el vacío, pero esta vez, en el vacío jurídico, lo cual quiere decir: estado de excepción.



Cuando en le año de 1933 Franklin Delano Roosevelt asume la presidencia de los Estados Unidos y encara la crisis bursátil del 29, lo hace investido de un poder ilimitado de reglamentación y de control sobre cualquier aspecto de la vida económica. En este sentido, el poder soberano del presidente se funda esencialmente sobre un estado de excepción ligado a una situación de emergencia económica (Agamben, G.). Pero no es, desde luego, que el estado de excepción se haya decretado a partir del arribo de Franklin Delano Roosevelt a la presidencia de los Estados Unidos, ni resultado, tampoco, de una “técnica” circunstancial para enfrentar la crisis bursátil del 29; el vacío jurídico habría sido justo el escenario al interior del cual el sector financiero norteamericano consuma su máximo despliegue, todo, durante las tres primeras décadas del siglo XX. Franklin Delano Roosevelt no hacía, con la promulgación del New Deal (curioso, la traducción al español puede tomarse como: reparto de nuevas cartas) sino formalizar una condición de estado de excepción (económico) que había prevalecido durante un largo periodo. Baste decir que el programa económico defendido por Roosevelt hasta poco antes de estallar la crisis, consistía en cuatro puntos extraordinariamente sugerentes, a saber: reducción sustantiva del gasto federal (hasta del 25%), presupuesto equilibrado, dólar respaldado por las reservas de oro y fin de la intervención del estado en los asuntos exclusivos del sector privado. Y es que Franklin Delano, hijo de James, vicepresidente a la sazón del ferrocarril de Delaware y Hudson, sabía bien que el único escenario capaz de garantizar las “transferencias de riqueza” desde el ámbito de lo común hacia las arcas privadas, no podía ser otro que el escenario de estado de excepción, el mismo en el que su padre James, barón de los ferrocarriles, habría sido favorecido por la asignación de tierras durante la Guerra Civil.

En estos días el Secretario del Tesoro Henry Paulson y el Presidente los Estado Unidos George W. Bush han pedido manos libres al Congreso para operativizar el más cuantioso e inequitativo traslado de riqueza del que se tenga memoria, el cual consiste, poco más o menos, en la disposición de dineros públicos por 700 mil millones de dólares, con el propósito de adquirir activos dañados de empresas financieras y liberar a los mercados de capital. Para ello, la primera propuesta legislativa elaborada por Departamento del Tesoro exigía que la compra de "los activos en dificultades de todas las instituciones financieras… [se haga] en los términos y bajo las condiciones que determine el Secretario (Paulson)", además que sus decisiones "no podrán ser revisadas por ningún tribunal de justicia ni por agencia pública alguna”. En la madrugada del domingo 28 de septiembre se anunció el acuerdo entre el Congreso y el Tesoro sobre el proyecto de “Ley de Estabilización Económica de Emergencia 2008”, en donde se autorizaba el paquete de rescate, pero bajo la condición de imponer ciertos candados al poder ilimitado del secretario Paulson. Acto seguido, la tarde del lunes 29 de septiembre, la cámara baja rechazó por 228 votos contra 205 a favor la iniciativa de ley a partir de dos argumentos, por una parte, el que sostiene que su aprobación no haría sino incrementar la intervención del estado en la economía (republicanos), por otra, el que reconoce como inaceptable recargar el peso del traslado sobre las espaldas de los contribuyentes (demócratas). Hay quienes ven en este desacuerdo la respuesta adaptativa del legislativo frente a la creciente inconformidad de la ciudadanía y sus posibles impactos sobre la próxima contienda electora. Nada más equivocado, la desaprobación del Congreso poco tiene que ver con los gustos y las preferencias de los votantes, representa, por el contrario, la primera manifestación explícita de lo que Mario Rivera define como “la continuación de la economía por otros medios”, es decir, la guerra declarada entre tahures. Cuando el dinero o la ganancia se convierte en un “recurso escaso”, toda vez que el juego en el que se participa es del tipo Suma Cero, entonces el cuchillo (exactamente el mismo que usara Mackthe knife) sustituye toda posibilidad de acuerdos. En este sentido, y en el entendido que la Cámara Baja terminará por aprobar el “salvataje”, el colapso bursátil se ha convertido ya en una crisis de contenido político en tanto las decisiones del ejecutivo y el congreso deberán tomarse, a partir de ahora, en contra de la absoluta mayoría de la opinión ciudadana, en beneficio de la minoría apostadora, y desde un espacio de poder fuera de la norma constitucional pero construido a partir de leyes y decretos de “emergencia”. Por tanto, con o sin acuerdo de la Cámara Baja el despojo se consumará a partir, justamente, de este espacio de poder paralelo y extra-legal, lo que significa el ingreso a un era de expropiaciones a gran escala en un contexto de estado de excepción. Violencia indiscriminada a partir de un juego Suma Cero.

Ya para finalizar, sólo quisiera traer aquí a colación las palabras de Giorgio Agamben en su interpretación de la octava tesis de Walter Benjamin sobre la teoría de la violencia: “[en el lugar del estado de excepción] se sitúa ahora la guerra civil y la violencia revolucionaria, es decir, una acción humana que ha suprimido cualquier relación con el derecho”... Cosa que para la situación mexicana y dicho en palabras estrictamente jaliscienses: Pa’ los toros del Jaral, los caballos de allá mesmo.

Agamben, Giorgio (2004), Estado de Excepción, Adriana Hidalgo, México.
Benjamin, Walter (1990), El Origen del Drama Barroco Alemán, Taurus, España.
Hudson, Michael (2008a), “El rescate de todos los rescates: golpe de Estado cleptocrático en Estados Unidos”, Rev., Sin Permiso, Argentina, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2067.
Hudson, Michael (2008b), “Rescate de los ricos: macarrones, queso y salchicha para el resto”, Bol Press, Argentina, http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2008092507&PHPSESSID=ddb3f428efe508198bb45bf6568cdf25