domingo, septiembre 16, 2007

Los (otros) Gritos

El Margen XLVI

Los (otros) Gritos

Texto y Foto:Salvador Rivera
Colaboración: Susana Garduño
Todo es, o mejor, se describe o aprehende, de acuerdo a la forma y color del cristal con que se mira, y esta pos-moderna obviedad sólo quiere decir que los ojos tras los que observo ahora no hacen sino intensificar en la oscuridad la luz, resaltan el contorno de las figuras patrias y rellenan los huecos con tonalidades verdes, algunas veces rojas y otras blancas. Es decir, son ojos especialmente diseñados para discriminar, en mitad de la más cerrada noche mexicana, en medio del ocultamiento provocado por el festín de El Grito, la persistencia de un patrón endémico, a saber: la algarabía del miedo.


Es el pueblo de Tlalpan, el lugar de las fincas con los patios y huertos más extravagantes durante la Colonia; lugar en el que se paseaban las señoritas más finas, más afrancesadas de la época porfiriana, y por ello, se dice, el lugar más frecuentado o acechado por nuestro caballero y príncipe, rey del engaño, nuestro sacrosanto señor: Don Chucho el Roto. Aunque él, necesariamente, oriundo de la Candelaria de los Patos o la Santa María la Redonda. Vaya usted a saber, la cosa es que Tlalpan, muy a pesar del acoso Chichimeca, ha sido siempre el lugar de la calma, el sitio, por ejemplo, de los hospitales con los bosques y jardines más extensos.




Encinares bajo cuya fronda crujen las hojas secas ¡cronch! ¡chroch!, praderas manchadas por rocas negras salidas de algún volcán y un sinfín de borreguitos blancos, y otros negros: sosiego, tranquilidad, moderación, mesura, calma… Sólo para que los tísicos y los leprosos lograsen conquistar la santa sanación. Los leprosos, se sabe, gracias a los maravilloso influjos de los vientos venidos del oriente: desde el Golfo de México. Los locos, en cambio, por efecto exclusivo de la contemplación o el bálsamo del silencio. El sitio de las aguas mágicas, de la Fuentes Brotantes. Entre los paisajistas del siglo XIX: veta de inspiración para el trazo de sus mejores óleos; entre los jefecillos del siglo XX: el lugar predilecto, por escondido, para llevar a sus secretarias a beber y después, como parte del estímulo laboral, a coger….


Ya en el centro, una plaza con fresnos y jacarandas, un templo parroquial del XVII, un edificio, sede de la administración local, inspirado en el estilo neoclásico pero construido de acuerdo a las normas del provincianismo burgués del siglo XIX, un kiosco circular con olor a meados, tres bustos erigidos a la memoria de otros tres personajes irreconocibles. ¡Ah!, y un tronco seco con 5 ejecuciones por ahorcamiento a su favor:

NOMBRE DE LOS PATRIOTAS QUE FUERON AHORCADOS EN ESTE ÁRBOL

Coroneles

Dr. Felipe Muñoz
Vicente Martinez

Mayor

Manuel Mutio
Capitán
Lorenzo Rivera
Teniente
José Mulio

Tlalpan D.F 1865-1940

Así reza la inscripción en piedra que descansa a su lado.

Treinta años, hace cosa de 30 años que llegué a Tlalpan y el pueblo, desde luego, era muy otro, es decir, un lugar mucho más emparentado con la vida campesina del viejo Xochimilco que con la norma modernista canonizada por los intelectuales de CU. El cura era el cura, el médico el médico, el profesor el profesor, el Catrín: Catrín, la Catrina: Catrina… “¡El Alacrán! ¡La Sirena! ¡El Diablo! ¡La Campana! ¡la Estrella!…¡Looooootería!”


Y bueno, la Jalisciense, que duda: ¡Jalisciense! Por cierto, una de las cantinas escogidas por Don Renato Leduc, sólo para repetir entre la concurrencia, una y otra vez, una y otra vez: -“Aguadas me gustan más porque me lastiman menos”. Y créame usted, de veras, nunca de los nuncas supe yo a cuál de todas las aguadeces quería referirse el tal poeta don Renato.



Los Portales de ahora, con su “1900”, el “Café la Selva”, “Goliardos”…no eran sino lúgubres colchonerías con olor a Pápalo-quelite: los reductos últimos de la República Española. Por entre los barrotes de todas las ventanas de todos los inmensos hospitales psiquiátricos de la zona, asomaban los rostros empolvados de las locas: “Hola chulo ¡Ey tu! no te hagas. Dame un quico, anda, sólo uno, y mi felicidad serán tus celos…” Había, además, un silbido persistente, el del afilador; una heladería: La Michoacana; una bonetería tras cuyo mostrador atendía siempre la señorita con las mejillas y labios más purpúreos, el vestido de tul con tonos más rosados y las zapatillas de ballet con las cintas más celestes: tal como una muñequita de pastel, pero con algo más de 70 años a cuestas.



En realidad, pienso ahora, en aquel Tlapan-añejo sólo habría hecho falta un melancólico organillo en mitad de la plaza, una gran zapatería en la calle de Hidalgo, dos o tres millones de moscas verde-azules, un caballo blanco y una pulquería para que, sin duda, el ritmo de la vida pudiese asemejarse al infame, nauseabundo fastidio que priva, por ejemplo, en Pénjamo, Guanajuato: La Perla del Bajío.


Sobre la calle de Moneda hay una hilera de puestos improvisos desde donde 40 cocineras gordas y sudadas, ofrecen otras tantas gordas, aunque éstas de maíz sudado, pero ahora de manteca. Ofrecen quesadillas, también, bañadas en sudor y en algo de manteca, a un tumulto inmenso de clientes potenciales. Son, en su mayoría, los gordos niños con sus obesas madres quienes demandan más, los que compiten con mayor ardor por la fritanga. Se apiñan, codean, muerden, escupen a sus vecinitos; arremeten, con todo su peso, en contra de las otras madres, mujeres corpulentas que tratan, a su vez, de impedir la embestida infantil restregando sus gruesos culos sobre los rostros tumefactos de los gordos niños Se trata, sin duda, de una contienda infame, pero igualmente, de una batalla tan sorda y tupida como sólo los espíritus de la clase media podrían llegar a protagonizar: la vida por un lugar, un puesto o una posición desde donde la conquista de un pedazo de algo deje de ser mera ilusión, un puro sueño. Mientras, a lo lejos, los padres observan, callan y comen. Se trata de un numeroso grupo de hombre adultos, cuyos atuendos deportivos, el uso de gorras con visera, la exhibición de teléfonos celulares y el modo sui géneris de indicar con las llaves del auto entre las manos, meciendo, haciendo del manojo castañuelas: “tin-tin” que no, “tin-tin” que no, “tin-tin” que no soy indio. “Tan-tan” que siempre hubo, “tan-tan” que siempre hubo “¡Tan!”, una tatarabuela de castilla “¡Tan!”, una tatarabuela de castilla “¡Tan!”, y eso ¡carajo! Sólo para empezar “tan-tan”. Un abuelo francés, “tan-tan” ¡Sí! El abuelo francés “¡Tan!”, el de los Pirineos “¡Tan!”, con sus ojos azules “¡Tan!”, con su barba cerrada “oui-oui” y eso “¡Tan!”, sólo pera seguir “tin-tin””. Y mis dos primos Belgas “¡Tin!”, y mi tía la italiana “¡Tin!”, y eso “¡Tin!”, y eso “¡Tin!”, sólo para terminar “tan-tan”. Pero nunca-jamás ¡Virgen María!, de la región tarasca u otomí, ni mucho menos de la zona mazahua o tlaxcalteca.




Paso doble andaluz más las pulseritas plásticas de color amarillo, las “cangureras”, los pupilentes flamígeros de las hijas, la cadenita guadalupana y la enorme variedad de cámaras digitales, irremediable, inevitablemente los delata como un grupo de visitantes, inmigrantes temporales venidos a Tlalpan, todos, desde los palacetes, también plásticos, de Villa Coapa.


Es el mismos tumulto que mañana, en sincronía con la salida del sol, iniciará otro más de sus desplazamientos cíclicos en dirección a Cuernavaca, Cuautla, Tepoztlán y Oaxtepec. Como una marabunta que devora a su paso todo lo comestible, el hormiguero motorizado se habrá de desplegar por toda la extensa red de caminos vecinales, siempre en busca de más…y siempre más.



Curioso, una buena cantidad de gordos niños vienen atados de los antebrazos por correas retráctiles que, en apariencia, son controladas a distancia por un pequeño contingente de chachas uniformadas. Pero ésta es sólo la apariencia, en realidad, son las chachas las que salen a la plaza amarradas a los niños. No vaya a ser que la cohetería y el alboroto logren desatar en ellas, la peregrina idea acerca de que la independencia es, también, un asunto de sirvientas, y así, a la manera de las negras cimarronas que alguna vez huyeran hacia lo profundo de las montañas veracruzanas, decidan, las chachas, correr en busca de su propia libertad, ¡Uy, que espanto! Y es que pasado un tiempo, las exchachas transformadas en madres, fieras enloquecidas por el hambre del crío, podrían regresar sobre sus propios pasos con el turbio propósito de saldar algunas cuentas, ciertas facturillas de clase sólo canjeables por el valor, a precio de quirófano, de un riñón infantil con su juego de córneas, y también, por qué no, de un corazoncito palpitante. Quizás por ello, sólo quizás, únicamente salgan a pasear como pasean las perras: bien amarraditas… de las trompas.




El reloj que corona el frontón central del palacio marca las 10:55 de la noche; 196 años y 364 día después de haberse dado el verdadero grito, pero 8 horas y 5 minutos antes, porque resulta que el de Hidalgo, según consta en la página 3,928, volumen 7 de la Enciclopedia de México, no se dejó escuchar sino hasta las 6 de la mañana del 16 de septiembre.



Dicen los que saben que eran 56 los años que tenía el cura Hidalgo cuando resolvió gritar en contra de una posibilidad mayor: el peligro de que la Nueva España, con todo y sus apacibles atardeceres, sus extensas llanuras sólo pobladas por indios y caballos dóciles; de que la Nueva España pasase, de súbito, a engrosar el inventario imperial de Napoleón Bonaparte y precipitar, con ello, su propia condición de colonia periférica hasta el ojo mismo del huracán positivista, racional, certero, calculador y protestante del siglo XIX; hasta las más insondables profundidades del siglo del vapor, del valor mercantil, del ferrocarril, de la especulación inmobiliaria y de la luz…eléctrica. Hidalgo, ante el abismo modernizador, frente a la tentativa avasallante del capital industrial, también global, gritó, pero gritó, que duda, de puritíto miedo.


Es la hora, por fin, y todos gritan, el cielo de Tlalpan se enciende como un vitral de luz. Quizás pretendan conjurar, con ello, la avalancha de lavadoras chinas que muy pronto vendrán a desplazar a las sirvientas indias. Y es que la eventual liberación de las mucamas, la ciudadanización de la gatas, pues, es un tema que preocupa a los visitantes de Coapa, un asunto patrio, un tópico de seguridad nacional. Podrían las chachas, después de todo, regresar sobre sus propios pasos y convertirse, por cuenta de exigir el reembolso de un adeudo inmenso, en las futuras heroínas que al final nos legarán la verdadera patria, tan rejuvenecida y confortante como la vieja Europa después de las sangrientas invasiones bárbaras del siglo V. Bendita globalización, sólo por eso. Bendita seas.





Es decir: ¡Bendita Seas!

sábado, abril 28, 2007

Vendaval

El Margen XLV


Vendaval

Imagen-Transustanciación: Françoise Devaud
Texto: Salvador Rivera

Oí pasar el vendaval. El vendaval había dejado tras de sí la oscuridad, un espasmo de miedo, un hueco. Caminé a tientas, busqué con las manos una caja de fósforos, tranquilidad, pensé. ¿Dónde podría encontrarla? Sobre alguna de las repisas, entre las gavetas, quizás en el cofre… quizás. Con la luz del candil regresé hasta el escritorio e hice lo posible por escribir algo, cualquier cosa…Nada, no tenía nada que decir, absolutamente nada que decir…¡Va!, me puse de pié, arrojé la pluma sobre la mesa y resolví salir.



En el jardín, una nube negra atravesaba la Luna… como en Buñuel, pero esta vez con más estrellas, la nube negra había traído el aire, un aire, también negro que hacía sonar las hojas como erres, como los riscos en un raudal de tierra, como se oyen los arroyos, las ramas, las romerías; las hojas con el viento ronroneaban… Así… como los gatos.



Al fondo, las montañas de Amatlán, ya no como en Buñuel, sino como las iglesias góticas de Monet…cortaban el cielo. Nada especial, me dije, nada especial. Abrí el portón y tomé la vereda blanca hacia el Cerro de las Mariposas. Era tanto el resplandor de la Luna que, en ocasiones, mi sombra ocultaba las piedras del camino. Avancé, seguí hasta llegar a la antigua poceta. Curioso, sucedía con precisión milimétrica: justo en este punto una gota de sudor bajaba siempre por mitad de la espalda. Y sí, volvió a pasar, la gota de sudor llegó a la espalda, como siempre y, también como siempre, el aire, la fragancia del musgo, de los líquenes, de los troncos húmedos, me hizo respirar más hondo hasta batir la rígida coraza de mis sentidos y arrojarlos, en una exhalación, tras los enigmas de las agua, de la tierra…del fuego.

El telón de las cosas, a la manera de un enorme tajo incandescente en mitad de la noche, se develó entonces, y la ruptura de esa línea invisible me hizo girar, de súbito, al interior de un espacio encendido, esférico: Un espacio en el que mis sentidos se expanden horizontalmente como la risa, como los arroyos, como un soplo de humo. Un espacio en el que mis sentidos se infiltran verticalmente como la lluvia, como la raíz, o el miedo. Allá, lejos, una vereda blanca, una vereda blanca en donde yo mismo puedo distinguirme. Estoy sobre la hierba, envuelto por el follaje. Solo… Estoy en una tupida selva, bosque de niebla en donde una bala que camina por la espesura, olfatea indicios, busca la madriguera de una jaguar que vive de la noche, que devora cocodrilos, que anda enamorando serpientes. Una selva en donde habita un colibrí que bebe sangre y duerme bajo las piedras. Armadillos que hablan con los escarabajos y les arrancan los ojos para alumbrar sus cuevas. Brujos que se alimentan con la savia de las cascadas y que gobiernan sobre el lienzo de los pintores. Lobos negros que se convierten en orquídeas para escupir a los venados. Helechos que atenazan ratones. Una mariposa roja, una mariposa roja que aletea.



En esta selva inmensa rige la autoridad de las luciérnagas, ellas tienen la luz y establecen el olor, el color de las cosas; dirigen, como los astros, el destino, la suerte, la desdicha, y mandan sobre la reproducción y la vida; hacen brillar el sol, desatan las tormentas, establecen el límite de las estaciones y el ritmo del tiempo…otorgan indulgencias y castigan el desacato…. Han capturado al rey jaguar, lo acusan de creer en el dios de los hombres, de invocar la guerra, de incitar la duda, la libertad, la resistencia... La espera. Lo conminan al arrepentimiento. Lo condenan a morir por una bala.


El telón de las cosas, a la manera de un enorme tajo de luz en mitad de la noche, se develó entonces y como si hubiera trasgredido una frontera invisible, yo, hasta entonces observador, me veo a lo lejos, de pie sobre una vereda blanca: es un callejón adoquinado que desciende hasta alcanzar los arrabales de un pueblo azul, un pequeño caserío con el olor a puntes viejos, a guerras, a fragancias góticas. ¡Danza un bufón!, de pronto, de la nada.



Danza con el sonido de su flauta, al ritmo del pandero. El cascabel revienta con un golpe de talones y su pañuelo envuelve el cielo, lo recoge en un nudo y, ¡Zaz!, lo lanza de nuevo hacia mis propios ojos que estallan en color, como un vitral de luz… Tras la ventana, una bella mujer lo observa todo, hace un gesto de sorpresa, de iluminación y vuelve al sonido púrpura de su violín.


Recarga el arco sobre la cuarta cuerda y lo desliza, firme, como si lo frotara contra una fruta para sacar aromas, tiras… rasgaduras gitanas de color escarlata. Toca hasta la necedad, hasta el delirio.


Después, descansa, sueña con el hombre de los ojos de vitral de luz, sueña en un camino blanco, en una casa, en una vela, en una pluma sobre una mesa, en un jardín, en una nube negra que corta la luna, sueña en una nota escrita sobre un papel, sueña sobre una nota…


El telón de las cosas, a la manera de un enorme tajo de luz en mitad de la noche, se develó entonces. Allá, lejos, me veo caminar por entre el polvo de una vereda blanca, es un camino estrecho que desciende hasta un peñasco altísimo. Abro el portón: es mi casa. Puestas sobre el escritorio hay dos o tres cuartillas en perfecto orden… Y al final una nota. Es una nota escrita en tina… Garabateada, destella al calce:

“Como la nube negra que corta la noche...
“Como una nube negra que empaña la luna...
Como una nube negra que corta la luna
vi tus ojos tras la ventana:
Tus ojos vitral de luz.


martes, abril 10, 2007

Desdoblamiento

El Margen XLIV


Desdoblamiento
Foto-Transustanciación: Françoise Devaud
Texto: Salvador Rivera
Los listones de color que lleva el río:
cinco jinetes que cabalgan,
flotan sobre el plumaje del faisán,

y tiñen, luego, el dosel de la selva.



Hasta el sudor azul que llueve,
que escurre por entre los bejucos.
La bruma, la neblina:
un manojo de nubes que embadurna las palmas,
y embarra las orquídeas sobre el lienzo del bosque.



Todo.
El cofre del tesoro español con cien paños de Flandes,
un cuchillo encantado con el mango de plata,
tres ristras de azafrán,
y cuarenta ¡Cuarenta kilos de oro!



Hasta la capa púrpura del rey Quetzal,
hasta el bastón del brujo,
hasta la flor exuberante de la que bebe el ciervo
y un pandero, y un cascabel de piedra
y el marfil tallado por los magos del Congo.



Todo.
Absolutamente todo,
hasta el Laurel y los Amates,
y la fiesta del agua en la cascada
y el remolino azul y el manantial y el risco.



Todo.
Absolutamente todo…

¡Tinta fría!

viernes, febrero 16, 2007

Vodka Azul

El Margen XLIII



Vodka Azul

Foto-Transustanciación: Fraçoise Devaud
Texto: Salvador Rivera

Un hombre de 45 años, no más. Diez de la mañana, porción doble de vodka en “Los Abetos”, cantina de noble tradición sobre avenida Jalisco: barrio de Tacubaya. Con el vodka en “Los abetos” el ciclo de todas las mañanas toca a su fin:

regadera-cajero-periódico-cigarrillos-trago;
regadera-cajero-periódico-cigarrillos-trago…y así.

La tarde y la noche son otra cosa, espacios, horas durante las que se consuman otros ciclos, otros itinerarios. La mañana es siempre la misma, siempre así…iluminada, azul.Sobre la mesa: el diario, el vaso desde el que asciende una bocanada de humo, un soplo de niebla:



Vapor de Vodka azul, listón en nube

Gazné de tul-cristal que el viento sube.


Observo la columna de niebla que se levanta desde el fondo del vaso, pienso sobre el significado oculto del movimiento espiral. En la forma de las galaxias, del tifón, del agua, de la vida, del tiempo.


Pienso en la concatenación de ciclos a través de saltos expansivos cada vez más amplios, más abiertos, más abarcativos. Regadera-cajero-periódico-cigarrillos-trago; es también otro ciclo que rompe en la espiral del trago hacia otra nueva regadera de luz que desemboca en otro trago azul y en otra regadera de vida mas extensa, más y más amplia. El ciclo de mi rutina, de mi vida, se engarza con la espiral de niebla, se hace con el movimiento del rehilete, de las constelaciones.


Humo de alcohol añil, niebla en el vaso
Danza de mi embriaguez dibuja el trazo.


Duda, se levanta, paga la cuenta y se dirige hacia la puerta de salida. Avenida Jalisco estalla en mambo. Sin duda el Mambo en Sax de Pérez Prado, piensa. Son las doce del día, el hombre de cuarenta y cinco años trastabilla en dirección al sur, hacia las montañas del Ajusco… porque la tarde y la noche son otra cosa; horas durante las que se consumen otros ciclos, otros itinerarios. La mañana es siempre la misma, siempre así… iluminada, azul, piensa y se va.

Vapor de Vodka azul, listón en nube
Humo de alcohol añil, niebla en el vaso

Gazné de tul-cristal que el viento sube
Danza de mi embriaguez dibuja el trazo.

jueves, febrero 08, 2007

Orizaba

El Margen XLII
Foto: por cortesía de Judith Zubieta
Orizaba: Una Historia de Migrantes
Salvador Rivera
Para los amantes del turismo “alternativo” o para quienes “lo nacional” sigue siendo motivo de exaltación, fe, esperanza y, sobre todo, caridad, va una sugerencia de “plan” vacacional: si usted sale desde el Distrito Federal, tome, primero, carretera con dirección hacia la ciudad de Puebla, no se detenga, siga hasta el borde del Altiplano y descienda por entre los bosques húmedos de “Cumbres de Maltrata”. Pasará por Ciudad Mendoza. Llegará a Nogales y, poco después, a Orizaba. Pero antes de seguir, permítame advertirle que el recorrido que le propongo no se relaciona con el género de los Rallys, toda vez que ninguna recompensa material estará aguardando al final del camino, ni la sagacidad en la competencia le otorgará mayores posibilidades de éxito, ni menos aun podrá, por esta vía, obtener reconocimiento alguno por parte de sus patrones, no, operar bajo el principio de “beneficios máximos” aquí, mi amig@, no le servirá de nada. Desde luego, tampoco crea en mis indicaciones. Por el contrario, haga exactamente lo que le venga en gana, o mejor, dispóngase a percibirlo todo a partir de sus propios sentidos, todo, desde el primer momento hasta el último, sólo eso. ¿Ya?, muy bien, con esta nueva disposición el trayecto resultará mucho más entretenido, ¡seguro! ¿Qué tenemos entonces? De entrada, tres grandes tipos de asociaciones vegetales: en primer lugar, los bosques de pino, o lo que queda de ellos, en las estribaciones del volcán Popocatépetl. Posteriormente, ya sobre la Meseta Central, la vegetación característica del matorral espinoso, islotes conformados por gramíneas de rápido crecimiento y poblaciones de arbustos resistentes a la sequía, como el mezquite, por ejemplo.



Al final, entre las cañadas profundísimas, sobre las empinadas montañas en su caída hacia las llanuras del Golfo, los encinares junto a los bosques húmedos del trópico dominarán el paisaje. Por cierto, le confieso algo, las sensaciones que siempre han despertado en mí estos despeñaderos de “Cumbres de Maltrata” son, para decirlo de la forma menos afortunada: “in-des-crip-ti-bles”. Pero más, se trata de una suerte de “rebote germinal” que me lleva a distinguir, entre sueños, estas mismas montañas y sus cañadas desde un lugar distante, quizás desde el Golfo de México. Allá, muy lejos, veo cómo los farallones más altos de la sierra se levantan sobre los bordes curvos del océano... Pero volvamos a lo nuestro. Si es atento y observa por la ventanilla del lado izquierdo, podrá distinguir, además, la extraordinaria gama de tonalidades y formas del Pico de Orizaba, pero antes, las de La Malinche y, con mucha suerte y cielo despejado, hasta los contornos del Cofre de Perote ¡Magnífico! Sin embargo, ya quedaron atrás, como todo, ‘el paisaje se perderá en la bruma’, qué le vamos a hacer.



En fin, una vez en Orizaba deberá alojarse en algún hotel (los mejores están ubicados en las inmediaciones de la Catedral, el “Plaza Palacio” no está mal...290 pesos la noche). Descanse, pónganse cómodo, hasta un regaderazo... podría ser. Bien, ya está. Ahora cálcese un par de tenis, vístase con ropa holgada, resistente, una gorra con visera, un impermeable y listo. Dispóngase a caminar por un lapso aproximado de dos a tres horas. Salga, vamos, salga a la calle, respire hondo, perciba el vocabulario de los colores, el pulso vegetal sobre el “Cerro del Borrego”. Es un latido verde que resulta, por una parte, de la incidencia oblicua de la luz sobre el follaje, hacia adentro, como la sístole, y, por la otra, del ascenso de las hojas de encino empujadas por los vientos del Golfo, hacia fuera, como la diástole. Producto de la cadencia con que los árboles abanican la tibia niebla, hacia adentro, como la sístole, y el hecho, quizás, de estar erguido, el cerro, solo, como edificio “orgánico”, salido de una calle o de una esquina, hacia afuera, hacia arriba, como la diástole.


Que el Cerro del Borrego verde, pulsa, es un hecho, se lo aseguro. Que si pulsa de miedo o de felicidad o de abandono, eso ya no lo sé, la cuestión, repito, es que pulsa, tal cual, como un borrego verde, pulsa. Pero deje usted en paz al desdichado borreguito, después de todo siempre ha sido el mismo, pobre borreguito verde ¡Un sentimental!... Dicen las viejas chis-mochas con rebozo y escapulario, con las pantorrillas llenas de pelos negros, además... que el Cerro del Borrego siente de amor, que siente fuerte, todo por un malandrín, un canijo, un engreído que cree poderlas todas, dicen, y es que el borreguito pulsa fuerte, así: “pum-pum”, “pam-pam”, “pum-pum”, “pam-pam”, chaparrito y regordete pulsa el borreguito verde de puro (des)amor, pulsa por el amor de un barbaján, dicen, amor por un machazo, pulsa, loco, desenfrenado por el amor al chulo-rey, al gran padrote de todos los cerros y de todos los volcanes del Golfo, pulsa, el borreguito verde, dicen, por El Pico de Orizaba, ¡ah¡ ¡sí!, eso es lo que dicen las viejas requete mochas de Orizaba y yo nomás se lo paso al costo. En fin, sea lo que fuere, a pesar de todo y tanta exuberancia usted no deberá perder el paso, no, se trata de alcanzar las vías férreas a la altura del barrio “Modelo”, justo en la frontera que divide los municipios de Orizaba y Río Blanco. Ese es el objetivo principal, adelante pues.



Caminará frente al Gran Café Palacio “Traído desde Bélgica en tres barcos de vapor a través del océano en 1892... De estilo francés muy en boga en Nueva Orleans”, leerá usted mismo en la Guía turística de Orizaba, un folletín patrocinado por el Gobierno del Estado. Llegará, después, hasta el Parque Castillo y bajará por la calle Madero hasta la avenida Poniente 7. Una vez allí, doblará hacia la derecha (dirección poniente) y avanzará por espacio de ocho cuadras hasta llegar a la calle Sur 20. Cruce entonces la avenida y siga por la misma calle, es decir, por la Sur 20, camine una, dos, tres, cuatro, cinco cuadras más hasta alcanzar el cruce ferroviario. Muy bien, ahora ya está usted aquí, se trata de la colonia Modelo.



De cara al sur podrá distinguir, a su lado izquierdo, las instalaciones de la planta cervecera, "La Modelo" (incluye embotelladora y fabricación de envases de vidrio); poquito más allá, verá una de las secciones del viejo barrio obrero, originalmente construido con el propósito de dar alojamiento a los trabajadores de la empresa y, en esta misma dirección, pero algo más retirados, los restos de lo que algún día fuese la estación ferroviaria de Orizaba y que hoy funciona como lugar de carga y descarga para los trenes que llegan desde la frontera con Guatemala, el Istmo de Tehuantepec y la Península de Yucatán.



Ya entrados en gastos habría que decir que la estación de Orizaba ha sido operada, desde la privatización ferrocarrilera, por la empresa de transporte de carga Ferrosur, propiedad, hasta el 25 de noviembre del año 2005, de la empresa de inversiones Sinca Inbursa y del consorcio fabricante de cable Grupo Condumex, ambas pertenecientes al “Imperio Slim”. El 25 de noviembre del año 2005, el gigante minero Grupo México, a través de su subsidiaria Infraestructura y Transportes Ferroviarios (ITF), compró la totalidad de Ferrosur por un monto de 3,200 millones de pesos. A cambio de Ferrosur, las empresas de Slim recibieron el 25 por ciento de las acciones de Infraestructura y Transportes México (ITM), controladora de ITF, en una operación en la que no se desembolsó dinero en efectivo. Esta alianza permitió unificar las compañías ferroviarias Ferrosur y Ferromex, lo cual hizo posible establecer rutas continuas entre cuatro puertos del Pacífico y el Golfo, entre ellas la conexión de Coatzacoalcos con cinco ciudades fronterizas de Estados Unidos. Lo que a su vez ha permitido la integración del triángulo industrial México-Guadalajara-Monterrey, con la región del bajío y el corredor industrial del sureste de Coatzacoalcos (El Financiero, 26 de noviembre del 2005).




Y una cosita más, a la estación de Orizaba arriban la casi totalidad de las “cargas” que son transportadas, primero, por el ferrocarril Chiapas-Mayab, desde Ciudad Hidalgo, en la frontera con Guatemala, hasta Ixtepec, en el estado de Oaxaca, después, por la Compañía Transístmica, desde Ixtepec hasta Medias Aguas, en el estado de Veracruz y, al final, por Ferrosur, desde Medias Aguas hasta la propia estación de Orizaba. La empresa Chiapas-Mayab es propiedad del consorcio estadounidense Genesse & Wyoming con propiedad sobre el 99% del capital social. Dicha empresa es la única del ramo que opera en México beneficiada con préstamos del Banco Mundial, al tiempo que se especializa en el transporte de minerales, petróleo y sus derivados, graneles agrícolas y forestales (granos básicos, pulpa, celulosa, madera, frutas, etcétera), y productos de la industria maquiladora. Genesse & Wyoming es una empresa líder en la operación de líneas cortas, que entre 1982 y 1997 adquirió la propiedad de 18 compañías de ferrocarriles en Estados Unidos y Canadá (en la región de los Grandes Lagos y el río Mississippi), así como en Australia. A las cuales se suman las otras tres líneas que adquiere posteriormente cuando se expande hacia Bolivia, el sureste y el norte de México (en la región minera entre Coahuila y Durango). La zona de influencia de esta línea ferroviaria son los campos petroleros de Tabasco, Campeche y Chiapas, las regiones agroexportadoras de la costa del pacífico del istmo y Chiapas, entre ellas el Soconusco, así como las zonas agrícolas de tabasco, Campeche y Yucatán. En su cartera de clientes de alto rango aparece, en primerísimo puesto, la mega-empresa paraestatal Petróleos Mexicanos (Revista Fortuna. http://www.revistafortuna.com.mx; Ma. Antonieta Zárate Toledo, Las propuestas recientes para el desarrollo del Istmo de Tehuantepec.).



Y ya por último, sólo permítaseme advertirle una cosa importante: podría ser que a partir de tanto dinero involucrado, tantos nombres de compañías y corporativos multinacionales interesados en el ramo, así como la participación directa de uno de los más destacados jerarcas del capitalismo global (un hombre muy caritativo y bondadoso, a juicio del Presidente Legítimo) usted, cándidamente, se haya construido una representación de la estación Orizaba muy a la manera de las gare parisinas. No es el caso, la estación, en ruinas, se encuentra ocupada permanentemente por la(s) policía(s) (municipal, estatal y federales), por lo que, para acceder a ella, deberá identificarse y justificar “plenamente” los motivos de su visita. Es decir, el criterio de inversión en el ramo ferroviario mexicano, parecería estar diseñado a partir de un principio básico de exclusión, a saber: garantizar beneficios máximos a través, por una parte, de la libre movilidad de mercancías, al tiempo de regular, puntualmente, el flujo o desplazamiento de las personas. Curioso, el mismo criterio de exclusividad que rige a lo largo de toda la frontera México-Estadounidense así como en la cuenca del Mar Mediterráneo... ¡Ey! patriotas Anti-Muros ¡Aquí tenemos un Muro Patrio!

Pero regresemos al cruce entre la calle Sur 20 y la líneas Ferroviarias. Hacia el lado derecho, decía, las vías se pierden entre las montañas en dirección al Altiplano, van subiendo con su destino puesto en Puebla, en Apizaco o en la Ciudad de México. Justo sobre el cruce se levanta un puente peatonal pintado de color amarillo y una caseta de “vigilancia” hecha de pedazos de madera con láminas de cartón; más allá, vacíos, oxidados, cuarenta vagones se extienden sobre el riel de acotamiento por algo más de seiscientos metros.



Bajo sus ruedas, éstas sí brillantes y lustrosas como navajas suizas, se apilan montículos incontables de basura: envases de refresco, anforitas de mezcal, pedazos de ropa, latas de frijoles, de sardinas, de chiles, “Del Monte”, bolsas plásticas, papeles, excrementos humanos, plumas, picos, patitas de palomas y otros restos... de fogatas, algunas todavía humeantes, otras, que ardieron alguna vez. Por el borde del terraplén corre un arroyo, raro, de aguas cristalinas, frías, tan pobres como los vecinos que han adornado sus riberas con “banquitas” de hojalata, palmeras plásticas atadas con tiras de papel celofán y columpios hechos con llantas de camión. Tal vez durante las mañanas calurosas del verano, este insignificante riachuelo se transforme en un mar, en un recodo del Caribe y el desnutrido jovenzuelo que despacha en la tienda, vestido con una trusa anaranjada más tres o cuatro plumas ‘de color azul pastel’, salga a recorrer las playas, “convertido”, digno, con la barbilla en dirección al cielo, “a recoger arena ¡chico!", a seducir en un descuido a los paseantes, así, a la manera de las locas de La Habana: quebrando la cadera, abanicando, pues, echao pa lante el majo...Tal vez, puritanos, sólo tal vez.



Hay, sobre las vías, un tumulto de muchachos que conversan en cuclillas, algunos están sentados. Se trata de un grupo de entre 10 y 12 hombres, más dos o tres mujeres, adolescentes tod@s, cuatro o cinco niños de 10 a 12 años y un hombre cuarentón junto a la única mujer “madura”. Un total de 20 personas que conversan sobre las vías, una imagen rota, como panzona o chipotuda, o mejor, algo que a primera vista “salta” como un evento extraño: 20 personas que conversan sobre las vías, hágame usted el extrañísimo favor. “Son los migrantes”, le informará cualquiera, “están esperando que el tren salga de la estación para engancharse”, le volverá a decir cualquiera, “no hacen nada, son buenos muchachos”, así le dirá el señor cualquiera.

Aproxímese, vamos, se dará cuenta ahora de que no sólo no son capaces de establecer el “límite mínimo de seguridad” exigido por el instinto de supervivencia en grupo, sino que, incluso, ceden sin oposición el espacio que, al menos en teoría, debería ser irrenunciable bajo cualquier tipo de circunstancia, el lugar del ser, el del aquí y ahora. Su actitud es, por decirlo a la manera nicaragüense, semejante al de “gallinas compradas”, como si estuviesen muertos...de terror o por el efecto persistente del acoso.



La mayoría son de origen hondureño, hay también guatemaltecos, salvadoreños, nicaragüenses y mexicanos, éstos, en su totalidad, provenientes del estado de Chiapas. Dos de entre todos ellos se acercarán a usted con la intención de averiguar el motivo de su presencia, nacionalidad, su lugar de partida, el destino del viaje, aceptarán sin sospecha el contenido de sus respuestas, lo invitarán a compartir con el resto del grupo y usted recordará, en ese mismo instante, la estampa de un pirata del lejano Uruguay, salteador de caminos, transgresor de fronteras, también, un bucanero tuerto de nombre Zitarrosa con estrella en el hombro, una flor entre dientes, la otra, prendida del ojal:

“Yo no canto por vos
Te canta la zam
ba
Y dice al cantar: ‘no te puedo olvidar, no te puedo olvidar’

Y dice al cantar: ‘no te puedo olvidar, no te puedo olvidar’

Yo no canto por vos
Te canta la zamba
Y cantando así, canta para mí, canta para mí

Y cantando así, canta para mí, canta para mí...”



Humildemente los muchachos le dirán que son gentes de campo, que ya no podían soportar más la situación en Honduras o en El Salvador o en Guatemala y que juntaron algo de dinero para, en tropel, dirigirse hasta Ciudad Hidalgo, todo con el propósito de subirse a un tren y viajar hacia los Estados Unidos. Pero que a su llegada a la frontera con México no encontraron trenes, ni vagones, ni locomotoras, ni vías férreas, ni nada, porque un huracán maldito había hecho volar hasta los pericos, con los cotorros, con los cocodrilos y que debieron, entonces, de tomar camino por entre los calurosos montes y veredas del Soconusco. Que hubieron de pasar quien sabe cuantos días además de sus noches, hasta al final llegar a la estación de Arriaga.



Que durante este largo peregrinar fueron pasando, sus magros ahorros, hacia las arcas de las diferentes corporaciones policíacas: Federal de Caminos, Federal Preventiva, Federal de Investigaciones, Federal Antinarcóticos, Judicial Federal, de Aduanas, las policías estatales y hasta las mosqueadas policías municipales. Que el “traslado” de recursos no se limitó a la expropiación de sus pertenencias personales, es decir, al monto de dinero que ellos mismos portaban dentro de sus bolsillos. No, que la policía los mantuvo, además, secuestrados durante varios días, tiempo en que se les interrogó y torturó con el único propósito de obtener todos y cada uno de los teléfonos de sus familiares residentes en el extranjero y exigir, después, rescates entre los 3,000 y los 2,500 dólares, excepto, claro está, cuando se trataba de “damitas”, porque ahí, el “pago” se arreglaba de “otra forma”.



Que ya en Arriaga tuvieron que juntar una “vaquita” para pagarle al conductor del tren y que la tal “vaquita” no era otra cosa sino que el monto de dinero negociado a partir del número total de “pasajeros”, pero que de no cubrir con el importe de la “tarifa mínima”, el conductor sólo paraba el tren en un sitio previamente acordado con las autoridades federales y otra vez, todos los indocumentados pasaban a manos de la policía. Que el máximo riesgo al que habían estado expuestos consistía en no contar con el dinero suficiente para “cubrir” con los “pagos de tránsito”, dado que ello, en muchas ocasiones, podía significar la muerte. Que muchos de los “ilegales” capturados dentro de territorio mexicano por las policías locales y federales eran entregados (vendidos) para ser utilizados como esclavos en las grandes plantaciones bananeras ubicadas, principalmente, entre la Ciudad de Tapachula y Puerto Madero. Y, finalmente, que la base principal de la industria policíaca dirigida al secuestro, la extorsión, venta de esclavos, violación, etc., se encuentra localizada en la región del Soconusco en el estado de Chiapas y que los cadáveres de las incontables víctimas, obra, naturalmente, de la policía mexicana, descansan, hoy, bajo los rojos suelos bananeros del Soconusco, muchos de estos suelos, por cierto, de alto potencial exportador.

Después le hablarán de los accidentes, de “la degollada”, del “pata de palo”, del ”sinaloa”, de los golpes, del servicio terapéutico y de prótesis que el DIF ha prestado a los inmigrantes mutilados. De las “otras funciones” del DIF vinculadas con la identificación y entrega de inmigrantes a la Policía Migratoria, de los abortos por falta de atención médica, de los muertos y de las muertas por carencia de medicamentos. Pero también le hablarán del frío, de la lluvia, de lo difícil que resulta viajar de pie durante trayectos tan largos, del sueño, del peligro de dormirse en el camino sin estar amarrado y del otro sueño, del americano, de sus gloriosas expectativas al llegar a California, a Texas, a Colorado, a Nuevo México. Ah, y por supuesto, le hablarán también del hambre. Le platicarán entonces de la solidaridad que han recibido por parte de la gente más humilde, de las bolsas de comida y agua que la población les arroja a lo largo del camino, de la protección que les han brindado algunos templos católicos, de la parroquia de la Auxiliadora y del Padre Salomón. Le sugerirán, incluso, que vaya usted a verlo porque el tren no tardará en salir de la estación y ellos, los 20, deberán de estar listos para abordarlo. Y sí, efectivamente, muy pronto aparecerá la locomotora, avanzará lenta, muy lentamente, aunque con un inconveniente grave, muy grave: los primeros vagones siempre resultarán los peores ya que nunca reservan espacio para “viajar”, los mejores vendrán atrás, pero con la dificultad de que cuando éstos pasan frente al punto de abordaje, su velocidad será considerablemente mayor, entonces habrá que correr paralelamente al tren sobre un camino empedrado y al lado de las inmensas ruedas de metal, plateadas, brillantes, filosas como guillotinas. Habrá que correr hasta igualar velocidades con el ferrocarril y sujetarse, firme, de alguna escalinata, de alguna barandilla, de algún tubo cualquiera. En la otra mano deberán ir la ropa, las botellas de agua, la bolsa de comida y unos guantes de lana que usted les regaló. Habrá que correr. Parecerán las ruedas una jauría de perros, saldrán desde sus rieles, perseguirán la presa, le buscarán las corvas, le arrojarán al suelo, le cortaran los piernas, los brazos, le comerán la cara, para al final llevarla por debajo del tren. Habrá que correr, correr, cuando las ruedas salgan a comer. Habrá que volar, volar, cuando las ruedas salgan a cortar. Correr, correr, si las ruedas salen a comer. Volar, volar, si las ruedas salen a cortar. Habrá que correr, volar, pero también pensar y, al final, saltaaaaar, boing, alto, muy alto, al lugar de la luz, al centro de la vía, pero de la Vía Láctea, a su estrella mayor, resplandeciente, a Nueva York, a California ¡Saltar!... Ya sobre el tren habrá gritos de júbilo: “¡Hiiiiijo e Puuuuuta!”, “¡Hijo e Puuuuuta!”, “¡Hijó e Puuuuta!”. Como una despedida le mostrarán los guantes, arriba, en el aire...Hasta nunca, o mejor, y esto lo digo yo, ¡Hasta la Victoria!