viernes, julio 01, 2011

Arturo de Córdoba en Los Tuxtlas

Arturo de Córdoba en Los Tuxtlas
Salvador Rivera


Los Tuxtlas y una tormenta tropical. Y pienso ahora que nada hace falta, que verdaderamente nada hace falta, vamos, ni la noche, ni el mar, ni la selva, ni nada que impida traer a colación, aquí, la más tormentosa de todas las película de Arturo Córdoba (1). El relámpago, por ejemplo, con ese su sonido de ‘lo mío va en serio’, y su luz, que enciende los potreros y el dosel de la selva; por allá lejos está el mar, que también se ilumina, brevemente, pero se deja ver, plateado, inmóvil, como puesto sobre una tarjeta-postal. En el Salto de Yipantla hay una escalera extraordinaria que baja hasta el pié de la cascada, sus peldaños y recodos están llenos de historias cinematográficas, una de todas ellas, recuerdo, trata sobre la vida de un pintor, o mejor es decir, sobre la búsqueda de un secreto, una verdad oculta que el pintor cree poder develar en la selva de los Tuxtlas. Es Arturo de Córdoba, desde luego, quien, como casi siempre, hace las veces de: “el hombre atormentado por un pasado oscuro o avasallado por una pasión inquietante”, dice la crítica de la época, pero ahora, en los zapatos de un pintor. Pues bien, harto ya de una manera de existir que no le inspira nada, o bueno sí, uno que otro retrato familiar de calidad dudosa, el pintor decide pasar una temporada en el infierno… perdón, quise decir: resuelve el pintor parar en un hotel extraño, marmóreo, hecho de acuerdo con el formato de la certidumbre modernista (ausencia de duda) pero atrapado en ese imposible olor a mar y niebla del pasado que escurre entre las sábanas de todos los hoteles extraños, marmóreos de los años 50’s… en mitad de la selva. Por si faltara: con una vista esplendida hacia el salto de agua, o lo que es igual, con la trampa necesaria y suficiente para capturar secretos, pero no en ese lugar ni en ese tiempo, sino en aquel otro sitio y momento, muchos años después, es decir, en la tormenta tropical que en este mismo instante de hoy, aquí, frente al ventanal y la terraza, desborda sobre la inmensidad de Los Tuxtlas. Y sí, me consta, cayó el secreto.
(1).- Ahora me entero que Arturo de Córdoba nunca hizo una película ni remotamente parecida a la que yo describo.