jueves, octubre 15, 2015

Tasa de Interés y Crisis General del Capitalismo de Occidente. (Parte 2)



La crisis y la depresión constituyen un período durante el cual  se amontona,  ocioso, el dinero disponible para préstamos y las tasas de interés descienden”. Este enunciado, formulado por Paul Sweezy en su Teoría del Desarrollo Capitalista hacia el año de 1942  (FCE, 1974: 182), aun  con toda su meridiana sencillez  establece un patrón de relaciones esencialmente correcto, además de brindarnos una oportunidad inmejorable para iniciar con el buen pie la complicada tarea  de averiguar el cómo se articulan  entre sí: i).- el declive de la actividad económica; ii).- la sobre oferta de dinero para préstamo, y; iii).- la caída de la tasas de interés. Dado que tal propósito implica transitar desde niveles de análisis  más o menos abstractos hasta otros algo más concretos, he decidido proceder mediante el método de las aproximaciones sucesivas. Iniciaré, por tanto, con una de las definiciones más generales formuladas por  Marx sobre el  conceptos de interés, específicamente el de su ‘tasa natural’ para, a partir de aquí, esbozar el primer esquema básico de determinaciones. Procederé, posteriormente, a subvertir este primer esquema por  cuenta de otras definiciones, tanto del propio Marx  como de otros autores relevantes, todo con la finalidad de expandir el modelo explicativo gradualmente, al punto que nos permita aislar el cuerpo de relaciones básicas y proponer algunas consideraciones generales.  La razón de recurrir a Marx  como autor guía de este afán indagatorio, obedece a  que su interpretación sobre el concepto de tasa de interés resulta ser ambivalente. Ambivalente digo, pues así como la variable aparece como dependiente  de fuerzas económicas reales, tales como la oferta y la demanda de capital, la cuota media de ganancia y el carácter cíclico de la producción; de la misma manera se expone como una variable independiente cuya determinación escapa a cualquier tipo de ley económica. La solución a esta interesante paradoja  implica varios pasos que nos encargaremos de seguir por medio, claro, de nuestras aproximaciones, pero que  remite al hecho elemental  de que, en Marx, el  dinero que se presta  se presta como  capital y no simplemente como dinero, por lo que  el dinero en préstamo se convertirte en un valor que se incrementa a sí mismo  y adquiere, además del valor de uso que posee como dinero, un valor de uso adicional que consiste en producir ganancia. Bien, pues de la repartición de esta ganancia entre el prestamista (el que  presta capital) y el prestatario (el que  lo usa para producir ganancia) surge justamente el interés, y la proporción entre lo que se paga por el uso del capital (interés) y la totalidad del capital desembolsado en calidad de préstamo, es lo que reconoceremos aquí  como tasa o tipo de interés, medido en dinero. De tal manera que la tasa de interés así definida  estará en dependencia de:  i).- el nivel o cuota de ganancia y, ii).- el arreglo a partir el cual se distribuye la ganancia total ente prestamistas y prestatarios; es decir, de una variable independiente estrictamente definida por factores económicos objetivos (la cuota de ganancia), y otra, igualmente independiente, pero que escapa en absoluto a toda posibilidad de determinación objetiva (el arreglo de repartición de la ganancia). Una ambigüedad que, como veremos más adelante, coloca a la tasa de interés y su determinación por parte del Banco Central  (o la Reserva Federal), en un espacio de intersección entre, por un lado, el conjunto de determinaciones económicas  propiamente estructurales; y del otro,  el conjunto de  subjetividades pecuniarias, aunque no exclusivamente, propiamente sectoriales o de clase, un conjunto inscrito por este hecho  especialmente en el  ámbito de la política.

Si yo, por ejemplo, he insistido tanto sobre la imposibilidad de la Reserva Federal de los Estados Unidos  de elevar el tipo  de interés referencial (medio), y he justificado tal incapacidad  aduciendo exclusivamente sobre el comportamiento de indicadores macro-económicos (inflación, crecimiento del producto, inversión, consumo individual, empleo, etc.), no es porque desconozca  el componente de indeterminación inherente a la tasa, sino porque considero que la situación de la economía americana (y global) es en este momento de tal “fragilidad” (así mismo lo dijo el Cuchillo-Gurría), que una trasgresión al  mandato de los factores estructurales en virtud de  una expansión imperial futura-imaginada podría significara, simple y sencillamente, una catástrofe en el núcleo duro del capitalismo de Occidente. Lo que de ninguna manera quiere decir  que un incumplimiento semejante siempre deba desembocar en el desastre.

Hacia mediados  de los años 70 del siglo XX, cuando el estancamiento crónico de las principales economías de occidente intentaba saldarse mediante una intervención estatal cada vez más amplia, es decir, cuando el lento crecimiento de su producción, el desequilibrio de sus balanzas comerciales, la pérdida del poder adquisitivo de los consumidores así como  el creciente desempleo, trataban de encubrirse tras el aumento del gasto y el empleo en el sector público; cuando, además, estas políticas de encubrimiento habían conducido, como bien lo definió en su momento el Ministro de Finanzas británico, Ian McLeod, hacia un estado de  stagflation, esto es, no sólo de inflación galopante sino también de estancamiento económico persistente; y cuando, finalmente, la caída en picada de la cuota media de ganancia y la inflación acelerada redujeron las tasas de interés reales (descontada la inflación) hasta niveles muy próximos a cero.  Es decir, cuando ninguno de todos los indicadores macroeconómicos hacían pensar en una suba de las tasas de interés, Paul Volcker,  designado a la cabeza de la Reserva Federal de los Estados Unidos por el presidente Jimmy Carter, decidió, el 31 de diciembre de 1979, incrementar  los tipos  a niveles sin precedentes desde la segunda guerra mundial; y sus efecto, como veremos más adelante, fueron de tal magnitud como la revolución económica que le prosiguió,  cuyo esplendor transcurre durante la década de los años  90  y su final inicia a partir de la Gran Crisis del 2008-2009. Sin embargo, la llanura esplendida representada por todo  el vasto sistema de Estados asistencialistas en bancarrota,  que hacia principios de los años 7 80 se abrió sin recato para ser penetrados por la nueva norma del capital financiero global,  hoy en día no existe más; en su lugar, dicho en memoria de Lenin,  aparece una planea de ‘partición final’, y final no en el sentido de que una  nueva repartición sería imposible –todo lo contrario, las re-particiones son posibles e inevitables siempre-, sino en el sentido de que la política imperial del capitalismo financiero iniciada a finales de los años 70, ha completado la captura de la tierra no ocupada de nuestro planeta. Por tercera vez el mundo está completamente dividido (Imperialism: 70), y una elevación de la tasa de interés bajo estas circunstancias, podría tener un efecto devastador para occidente. Pero como este es un asunto que trataremos en detalle a lo largo del texto  sólo me resta advertir, por último, que mi motivación en estas notas no responde al  protagonismo-acrobático que tan bien define a la academia mexicana (de ese gremio me despidieron hace tiempo y sin las prestaciones de ley), sino que,  sobre todo, a esta necesidad orgánica que  me empuja a escribir y que tiene que ver muy especialmente con el extraordinario y convulso periodo de la historia que nos ha tocado vivir. El hílo conductor de este trabajo más sus resultados finales, estarán, por ende, siempre orientados por mi preocupación  sobre la crisis actual del sistema capitalista y los que para mí parecen ser sus más probables desenlaces. Trataré de ser breve.