“La crisis y la depresión
constituyen un período durante el cual
se amontona, ocioso, el
dinero disponible para préstamos y las tasas de interés descienden”. Este enunciado,
formulado por Paul Sweezy en su Teoría del Desarrollo Capitalista hacia el año
de 1942 (FCE, 1974: 182), aun con toda su meridiana sencillez establece un patrón de relaciones esencialmente
correcto, además de brindarnos una oportunidad inmejorable para iniciar con el
buen pie la complicada tarea de averiguar
el cómo se articulan entre sí: i).- el
declive de la actividad económica; ii).- la sobre oferta de dinero para
préstamo, y; iii).- la caída de la
tasas de interés. Dado que tal propósito implica transitar desde niveles de
análisis más o menos abstractos
hasta otros algo más concretos, he decidido proceder mediante el método de las aproximaciones
sucesivas. Iniciaré, por tanto, con una de las definiciones más generales formuladas por Marx sobre el conceptos de interés, específicamente el de su ‘tasa
natural’ para, a partir de aquí, esbozar el primer esquema básico de determinaciones.
Procederé, posteriormente, a subvertir este primer esquema por cuenta de otras definiciones, tanto del
propio Marx como de otros autores
relevantes, todo con la finalidad de expandir el modelo explicativo
gradualmente, al punto que nos permita aislar el cuerpo de relaciones básicas y
proponer algunas consideraciones generales. La razón de recurrir a Marx como autor guía de este afán indagatorio, obedece a que su interpretación sobre el concepto
de tasa de interés resulta ser ambivalente. Ambivalente digo, pues así como la
variable aparece como dependiente
de fuerzas económicas reales, tales como la oferta y la demanda de
capital, la cuota media de ganancia y el carácter cíclico de la producción; de
la misma manera se expone como una variable independiente cuya determinación
escapa a cualquier tipo de ley económica. La solución a esta interesante
paradoja implica varios pasos que
nos encargaremos de seguir por medio, claro, de nuestras aproximaciones, pero
que remite al hecho elemental de que, en Marx, el dinero que se presta se presta como capital y no simplemente como dinero, por lo que el dinero en préstamo se convertirte en
un valor que se incrementa a sí mismo y adquiere, además del valor de uso que posee como dinero, un
valor de uso adicional que consiste en producir ganancia. Bien, pues de la
repartición de esta ganancia entre el prestamista (el que presta capital) y el prestatario (el
que lo usa para producir ganancia)
surge justamente el interés, y la proporción entre lo que se paga por el uso
del capital (interés) y la totalidad del capital desembolsado en calidad de
préstamo, es lo que reconoceremos aquí como tasa o tipo de interés, medido en dinero. De
tal manera que la tasa de interés así definida estará en dependencia de: i).- el nivel o cuota de ganancia y, ii).-
el arreglo a partir el cual se distribuye la ganancia total ente prestamistas y
prestatarios; es decir, de una variable independiente estrictamente definida
por factores económicos objetivos (la cuota de ganancia), y otra, igualmente
independiente, pero que escapa en absoluto a toda posibilidad de determinación
objetiva (el arreglo de repartición de la ganancia). Una ambigüedad que, como
veremos más adelante, coloca a la tasa de interés y su determinación por parte
del Banco Central (o la Reserva
Federal), en un espacio de intersección entre, por un lado, el conjunto de
determinaciones económicas propiamente
estructurales; y del otro, el conjunto
de subjetividades pecuniarias,
aunque no exclusivamente, propiamente sectoriales o de clase, un conjunto inscrito por este hecho
especialmente en el ámbito de la
política.
Si yo, por ejemplo, he insistido tanto sobre la imposibilidad de la Reserva Federal de los Estados Unidos de elevar el tipo de interés referencial (medio), y he justificado tal incapacidad aduciendo exclusivamente sobre el comportamiento de indicadores macro-económicos (inflación, crecimiento del producto, inversión, consumo individual, empleo, etc.), no es porque desconozca el componente de indeterminación inherente a la tasa, sino porque considero que la situación de la economía americana (y global) es en este momento de tal “fragilidad” (así mismo lo dijo el Cuchillo-Gurría), que una trasgresión al mandato de los factores estructurales en virtud de una expansión imperial futura-imaginada podría significara, simple y sencillamente, una catástrofe en el núcleo duro del capitalismo de Occidente. Lo que de ninguna manera quiere decir que un incumplimiento semejante siempre deba desembocar en el desastre.
Hacia mediados de los años 70 del siglo XX, cuando el estancamiento crónico de las principales economías de occidente intentaba saldarse mediante una intervención estatal cada vez más amplia, es decir, cuando el lento crecimiento de su producción, el desequilibrio de sus balanzas comerciales, la pérdida del poder adquisitivo de los consumidores así como el creciente desempleo, trataban de encubrirse tras el aumento del gasto y el empleo en el sector público; cuando, además, estas políticas de encubrimiento habían conducido, como bien lo definió en su momento el Ministro de Finanzas británico, Ian McLeod, hacia un estado de stagflation, esto es, no sólo de inflación galopante sino también de estancamiento económico persistente; y cuando, finalmente, la caída en picada de la cuota media de ganancia y la inflación acelerada redujeron las tasas de interés reales (descontada la inflación) hasta niveles muy próximos a cero. Es decir, cuando ninguno de todos los indicadores macroeconómicos hacían pensar en una suba de las tasas de interés, Paul Volcker, designado a la cabeza de la Reserva Federal de los Estados Unidos por el presidente Jimmy Carter, decidió, el 31 de diciembre de 1979, incrementar los tipos a niveles sin precedentes desde la segunda guerra mundial; y sus efecto, como veremos más adelante, fueron de tal magnitud como la revolución económica que le prosiguió, cuyo esplendor transcurre durante la década de los años 90 y su final inicia a partir de la Gran Crisis del 2008-2009. Sin embargo, la llanura esplendida representada por todo el vasto sistema de Estados asistencialistas en bancarrota, que hacia principios de los años 7 80 se abrió sin recato para ser penetrados por la nueva norma del capital financiero global, hoy en día no existe más; en su lugar, dicho en memoria de Lenin, aparece una planea de ‘partición final’, y final no en el sentido de que una nueva repartición sería imposible –todo lo contrario, las re-particiones son posibles e inevitables siempre-, sino en el sentido de que la política imperial del capitalismo financiero iniciada a finales de los años 70, ha completado la captura de la tierra no ocupada de nuestro planeta. Por tercera vez el mundo está completamente dividido (Imperialism: 70), y una elevación de la tasa de interés bajo estas circunstancias, podría tener un efecto devastador para occidente. Pero como este es un asunto que trataremos en detalle a lo largo del texto sólo me resta advertir, por último, que mi motivación en estas notas no responde al protagonismo-acrobático que tan bien define a la academia mexicana (de ese gremio me despidieron hace tiempo y sin las prestaciones de ley), sino que, sobre todo, a esta necesidad orgánica que me empuja a escribir y que tiene que ver muy especialmente con el extraordinario y convulso periodo de la historia que nos ha tocado vivir. El hílo conductor de este trabajo más sus resultados finales, estarán, por ende, siempre orientados por mi preocupación sobre la crisis actual del sistema capitalista y los que para mí parecen ser sus más probables desenlaces. Trataré de ser breve.
Si yo, por ejemplo, he insistido tanto sobre la imposibilidad de la Reserva Federal de los Estados Unidos de elevar el tipo de interés referencial (medio), y he justificado tal incapacidad aduciendo exclusivamente sobre el comportamiento de indicadores macro-económicos (inflación, crecimiento del producto, inversión, consumo individual, empleo, etc.), no es porque desconozca el componente de indeterminación inherente a la tasa, sino porque considero que la situación de la economía americana (y global) es en este momento de tal “fragilidad” (así mismo lo dijo el Cuchillo-Gurría), que una trasgresión al mandato de los factores estructurales en virtud de una expansión imperial futura-imaginada podría significara, simple y sencillamente, una catástrofe en el núcleo duro del capitalismo de Occidente. Lo que de ninguna manera quiere decir que un incumplimiento semejante siempre deba desembocar en el desastre.
Hacia mediados de los años 70 del siglo XX, cuando el estancamiento crónico de las principales economías de occidente intentaba saldarse mediante una intervención estatal cada vez más amplia, es decir, cuando el lento crecimiento de su producción, el desequilibrio de sus balanzas comerciales, la pérdida del poder adquisitivo de los consumidores así como el creciente desempleo, trataban de encubrirse tras el aumento del gasto y el empleo en el sector público; cuando, además, estas políticas de encubrimiento habían conducido, como bien lo definió en su momento el Ministro de Finanzas británico, Ian McLeod, hacia un estado de stagflation, esto es, no sólo de inflación galopante sino también de estancamiento económico persistente; y cuando, finalmente, la caída en picada de la cuota media de ganancia y la inflación acelerada redujeron las tasas de interés reales (descontada la inflación) hasta niveles muy próximos a cero. Es decir, cuando ninguno de todos los indicadores macroeconómicos hacían pensar en una suba de las tasas de interés, Paul Volcker, designado a la cabeza de la Reserva Federal de los Estados Unidos por el presidente Jimmy Carter, decidió, el 31 de diciembre de 1979, incrementar los tipos a niveles sin precedentes desde la segunda guerra mundial; y sus efecto, como veremos más adelante, fueron de tal magnitud como la revolución económica que le prosiguió, cuyo esplendor transcurre durante la década de los años 90 y su final inicia a partir de la Gran Crisis del 2008-2009. Sin embargo, la llanura esplendida representada por todo el vasto sistema de Estados asistencialistas en bancarrota, que hacia principios de los años 7 80 se abrió sin recato para ser penetrados por la nueva norma del capital financiero global, hoy en día no existe más; en su lugar, dicho en memoria de Lenin, aparece una planea de ‘partición final’, y final no en el sentido de que una nueva repartición sería imposible –todo lo contrario, las re-particiones son posibles e inevitables siempre-, sino en el sentido de que la política imperial del capitalismo financiero iniciada a finales de los años 70, ha completado la captura de la tierra no ocupada de nuestro planeta. Por tercera vez el mundo está completamente dividido (Imperialism: 70), y una elevación de la tasa de interés bajo estas circunstancias, podría tener un efecto devastador para occidente. Pero como este es un asunto que trataremos en detalle a lo largo del texto sólo me resta advertir, por último, que mi motivación en estas notas no responde al protagonismo-acrobático que tan bien define a la academia mexicana (de ese gremio me despidieron hace tiempo y sin las prestaciones de ley), sino que, sobre todo, a esta necesidad orgánica que me empuja a escribir y que tiene que ver muy especialmente con el extraordinario y convulso periodo de la historia que nos ha tocado vivir. El hílo conductor de este trabajo más sus resultados finales, estarán, por ende, siempre orientados por mi preocupación sobre la crisis actual del sistema capitalista y los que para mí parecen ser sus más probables desenlaces. Trataré de ser breve.