domingo, septiembre 16, 2007

Los (otros) Gritos

El Margen XLVI

Los (otros) Gritos

Texto y Foto:Salvador Rivera
Colaboración: Susana Garduño
Todo es, o mejor, se describe o aprehende, de acuerdo a la forma y color del cristal con que se mira, y esta pos-moderna obviedad sólo quiere decir que los ojos tras los que observo ahora no hacen sino intensificar en la oscuridad la luz, resaltan el contorno de las figuras patrias y rellenan los huecos con tonalidades verdes, algunas veces rojas y otras blancas. Es decir, son ojos especialmente diseñados para discriminar, en mitad de la más cerrada noche mexicana, en medio del ocultamiento provocado por el festín de El Grito, la persistencia de un patrón endémico, a saber: la algarabía del miedo.


Es el pueblo de Tlalpan, el lugar de las fincas con los patios y huertos más extravagantes durante la Colonia; lugar en el que se paseaban las señoritas más finas, más afrancesadas de la época porfiriana, y por ello, se dice, el lugar más frecuentado o acechado por nuestro caballero y príncipe, rey del engaño, nuestro sacrosanto señor: Don Chucho el Roto. Aunque él, necesariamente, oriundo de la Candelaria de los Patos o la Santa María la Redonda. Vaya usted a saber, la cosa es que Tlalpan, muy a pesar del acoso Chichimeca, ha sido siempre el lugar de la calma, el sitio, por ejemplo, de los hospitales con los bosques y jardines más extensos.




Encinares bajo cuya fronda crujen las hojas secas ¡cronch! ¡chroch!, praderas manchadas por rocas negras salidas de algún volcán y un sinfín de borreguitos blancos, y otros negros: sosiego, tranquilidad, moderación, mesura, calma… Sólo para que los tísicos y los leprosos lograsen conquistar la santa sanación. Los leprosos, se sabe, gracias a los maravilloso influjos de los vientos venidos del oriente: desde el Golfo de México. Los locos, en cambio, por efecto exclusivo de la contemplación o el bálsamo del silencio. El sitio de las aguas mágicas, de la Fuentes Brotantes. Entre los paisajistas del siglo XIX: veta de inspiración para el trazo de sus mejores óleos; entre los jefecillos del siglo XX: el lugar predilecto, por escondido, para llevar a sus secretarias a beber y después, como parte del estímulo laboral, a coger….


Ya en el centro, una plaza con fresnos y jacarandas, un templo parroquial del XVII, un edificio, sede de la administración local, inspirado en el estilo neoclásico pero construido de acuerdo a las normas del provincianismo burgués del siglo XIX, un kiosco circular con olor a meados, tres bustos erigidos a la memoria de otros tres personajes irreconocibles. ¡Ah!, y un tronco seco con 5 ejecuciones por ahorcamiento a su favor:

NOMBRE DE LOS PATRIOTAS QUE FUERON AHORCADOS EN ESTE ÁRBOL

Coroneles

Dr. Felipe Muñoz
Vicente Martinez

Mayor

Manuel Mutio
Capitán
Lorenzo Rivera
Teniente
José Mulio

Tlalpan D.F 1865-1940

Así reza la inscripción en piedra que descansa a su lado.

Treinta años, hace cosa de 30 años que llegué a Tlalpan y el pueblo, desde luego, era muy otro, es decir, un lugar mucho más emparentado con la vida campesina del viejo Xochimilco que con la norma modernista canonizada por los intelectuales de CU. El cura era el cura, el médico el médico, el profesor el profesor, el Catrín: Catrín, la Catrina: Catrina… “¡El Alacrán! ¡La Sirena! ¡El Diablo! ¡La Campana! ¡la Estrella!…¡Looooootería!”


Y bueno, la Jalisciense, que duda: ¡Jalisciense! Por cierto, una de las cantinas escogidas por Don Renato Leduc, sólo para repetir entre la concurrencia, una y otra vez, una y otra vez: -“Aguadas me gustan más porque me lastiman menos”. Y créame usted, de veras, nunca de los nuncas supe yo a cuál de todas las aguadeces quería referirse el tal poeta don Renato.



Los Portales de ahora, con su “1900”, el “Café la Selva”, “Goliardos”…no eran sino lúgubres colchonerías con olor a Pápalo-quelite: los reductos últimos de la República Española. Por entre los barrotes de todas las ventanas de todos los inmensos hospitales psiquiátricos de la zona, asomaban los rostros empolvados de las locas: “Hola chulo ¡Ey tu! no te hagas. Dame un quico, anda, sólo uno, y mi felicidad serán tus celos…” Había, además, un silbido persistente, el del afilador; una heladería: La Michoacana; una bonetería tras cuyo mostrador atendía siempre la señorita con las mejillas y labios más purpúreos, el vestido de tul con tonos más rosados y las zapatillas de ballet con las cintas más celestes: tal como una muñequita de pastel, pero con algo más de 70 años a cuestas.



En realidad, pienso ahora, en aquel Tlapan-añejo sólo habría hecho falta un melancólico organillo en mitad de la plaza, una gran zapatería en la calle de Hidalgo, dos o tres millones de moscas verde-azules, un caballo blanco y una pulquería para que, sin duda, el ritmo de la vida pudiese asemejarse al infame, nauseabundo fastidio que priva, por ejemplo, en Pénjamo, Guanajuato: La Perla del Bajío.


Sobre la calle de Moneda hay una hilera de puestos improvisos desde donde 40 cocineras gordas y sudadas, ofrecen otras tantas gordas, aunque éstas de maíz sudado, pero ahora de manteca. Ofrecen quesadillas, también, bañadas en sudor y en algo de manteca, a un tumulto inmenso de clientes potenciales. Son, en su mayoría, los gordos niños con sus obesas madres quienes demandan más, los que compiten con mayor ardor por la fritanga. Se apiñan, codean, muerden, escupen a sus vecinitos; arremeten, con todo su peso, en contra de las otras madres, mujeres corpulentas que tratan, a su vez, de impedir la embestida infantil restregando sus gruesos culos sobre los rostros tumefactos de los gordos niños Se trata, sin duda, de una contienda infame, pero igualmente, de una batalla tan sorda y tupida como sólo los espíritus de la clase media podrían llegar a protagonizar: la vida por un lugar, un puesto o una posición desde donde la conquista de un pedazo de algo deje de ser mera ilusión, un puro sueño. Mientras, a lo lejos, los padres observan, callan y comen. Se trata de un numeroso grupo de hombre adultos, cuyos atuendos deportivos, el uso de gorras con visera, la exhibición de teléfonos celulares y el modo sui géneris de indicar con las llaves del auto entre las manos, meciendo, haciendo del manojo castañuelas: “tin-tin” que no, “tin-tin” que no, “tin-tin” que no soy indio. “Tan-tan” que siempre hubo, “tan-tan” que siempre hubo “¡Tan!”, una tatarabuela de castilla “¡Tan!”, una tatarabuela de castilla “¡Tan!”, y eso ¡carajo! Sólo para empezar “tan-tan”. Un abuelo francés, “tan-tan” ¡Sí! El abuelo francés “¡Tan!”, el de los Pirineos “¡Tan!”, con sus ojos azules “¡Tan!”, con su barba cerrada “oui-oui” y eso “¡Tan!”, sólo pera seguir “tin-tin””. Y mis dos primos Belgas “¡Tin!”, y mi tía la italiana “¡Tin!”, y eso “¡Tin!”, y eso “¡Tin!”, sólo para terminar “tan-tan”. Pero nunca-jamás ¡Virgen María!, de la región tarasca u otomí, ni mucho menos de la zona mazahua o tlaxcalteca.




Paso doble andaluz más las pulseritas plásticas de color amarillo, las “cangureras”, los pupilentes flamígeros de las hijas, la cadenita guadalupana y la enorme variedad de cámaras digitales, irremediable, inevitablemente los delata como un grupo de visitantes, inmigrantes temporales venidos a Tlalpan, todos, desde los palacetes, también plásticos, de Villa Coapa.


Es el mismos tumulto que mañana, en sincronía con la salida del sol, iniciará otro más de sus desplazamientos cíclicos en dirección a Cuernavaca, Cuautla, Tepoztlán y Oaxtepec. Como una marabunta que devora a su paso todo lo comestible, el hormiguero motorizado se habrá de desplegar por toda la extensa red de caminos vecinales, siempre en busca de más…y siempre más.



Curioso, una buena cantidad de gordos niños vienen atados de los antebrazos por correas retráctiles que, en apariencia, son controladas a distancia por un pequeño contingente de chachas uniformadas. Pero ésta es sólo la apariencia, en realidad, son las chachas las que salen a la plaza amarradas a los niños. No vaya a ser que la cohetería y el alboroto logren desatar en ellas, la peregrina idea acerca de que la independencia es, también, un asunto de sirvientas, y así, a la manera de las negras cimarronas que alguna vez huyeran hacia lo profundo de las montañas veracruzanas, decidan, las chachas, correr en busca de su propia libertad, ¡Uy, que espanto! Y es que pasado un tiempo, las exchachas transformadas en madres, fieras enloquecidas por el hambre del crío, podrían regresar sobre sus propios pasos con el turbio propósito de saldar algunas cuentas, ciertas facturillas de clase sólo canjeables por el valor, a precio de quirófano, de un riñón infantil con su juego de córneas, y también, por qué no, de un corazoncito palpitante. Quizás por ello, sólo quizás, únicamente salgan a pasear como pasean las perras: bien amarraditas… de las trompas.




El reloj que corona el frontón central del palacio marca las 10:55 de la noche; 196 años y 364 día después de haberse dado el verdadero grito, pero 8 horas y 5 minutos antes, porque resulta que el de Hidalgo, según consta en la página 3,928, volumen 7 de la Enciclopedia de México, no se dejó escuchar sino hasta las 6 de la mañana del 16 de septiembre.



Dicen los que saben que eran 56 los años que tenía el cura Hidalgo cuando resolvió gritar en contra de una posibilidad mayor: el peligro de que la Nueva España, con todo y sus apacibles atardeceres, sus extensas llanuras sólo pobladas por indios y caballos dóciles; de que la Nueva España pasase, de súbito, a engrosar el inventario imperial de Napoleón Bonaparte y precipitar, con ello, su propia condición de colonia periférica hasta el ojo mismo del huracán positivista, racional, certero, calculador y protestante del siglo XIX; hasta las más insondables profundidades del siglo del vapor, del valor mercantil, del ferrocarril, de la especulación inmobiliaria y de la luz…eléctrica. Hidalgo, ante el abismo modernizador, frente a la tentativa avasallante del capital industrial, también global, gritó, pero gritó, que duda, de puritíto miedo.


Es la hora, por fin, y todos gritan, el cielo de Tlalpan se enciende como un vitral de luz. Quizás pretendan conjurar, con ello, la avalancha de lavadoras chinas que muy pronto vendrán a desplazar a las sirvientas indias. Y es que la eventual liberación de las mucamas, la ciudadanización de la gatas, pues, es un tema que preocupa a los visitantes de Coapa, un asunto patrio, un tópico de seguridad nacional. Podrían las chachas, después de todo, regresar sobre sus propios pasos y convertirse, por cuenta de exigir el reembolso de un adeudo inmenso, en las futuras heroínas que al final nos legarán la verdadera patria, tan rejuvenecida y confortante como la vieja Europa después de las sangrientas invasiones bárbaras del siglo V. Bendita globalización, sólo por eso. Bendita seas.





Es decir: ¡Bendita Seas!