sábado, abril 28, 2007

Vendaval

El Margen XLV


Vendaval

Imagen-Transustanciación: Françoise Devaud
Texto: Salvador Rivera

Oí pasar el vendaval. El vendaval había dejado tras de sí la oscuridad, un espasmo de miedo, un hueco. Caminé a tientas, busqué con las manos una caja de fósforos, tranquilidad, pensé. ¿Dónde podría encontrarla? Sobre alguna de las repisas, entre las gavetas, quizás en el cofre… quizás. Con la luz del candil regresé hasta el escritorio e hice lo posible por escribir algo, cualquier cosa…Nada, no tenía nada que decir, absolutamente nada que decir…¡Va!, me puse de pié, arrojé la pluma sobre la mesa y resolví salir.



En el jardín, una nube negra atravesaba la Luna… como en Buñuel, pero esta vez con más estrellas, la nube negra había traído el aire, un aire, también negro que hacía sonar las hojas como erres, como los riscos en un raudal de tierra, como se oyen los arroyos, las ramas, las romerías; las hojas con el viento ronroneaban… Así… como los gatos.



Al fondo, las montañas de Amatlán, ya no como en Buñuel, sino como las iglesias góticas de Monet…cortaban el cielo. Nada especial, me dije, nada especial. Abrí el portón y tomé la vereda blanca hacia el Cerro de las Mariposas. Era tanto el resplandor de la Luna que, en ocasiones, mi sombra ocultaba las piedras del camino. Avancé, seguí hasta llegar a la antigua poceta. Curioso, sucedía con precisión milimétrica: justo en este punto una gota de sudor bajaba siempre por mitad de la espalda. Y sí, volvió a pasar, la gota de sudor llegó a la espalda, como siempre y, también como siempre, el aire, la fragancia del musgo, de los líquenes, de los troncos húmedos, me hizo respirar más hondo hasta batir la rígida coraza de mis sentidos y arrojarlos, en una exhalación, tras los enigmas de las agua, de la tierra…del fuego.

El telón de las cosas, a la manera de un enorme tajo incandescente en mitad de la noche, se develó entonces, y la ruptura de esa línea invisible me hizo girar, de súbito, al interior de un espacio encendido, esférico: Un espacio en el que mis sentidos se expanden horizontalmente como la risa, como los arroyos, como un soplo de humo. Un espacio en el que mis sentidos se infiltran verticalmente como la lluvia, como la raíz, o el miedo. Allá, lejos, una vereda blanca, una vereda blanca en donde yo mismo puedo distinguirme. Estoy sobre la hierba, envuelto por el follaje. Solo… Estoy en una tupida selva, bosque de niebla en donde una bala que camina por la espesura, olfatea indicios, busca la madriguera de una jaguar que vive de la noche, que devora cocodrilos, que anda enamorando serpientes. Una selva en donde habita un colibrí que bebe sangre y duerme bajo las piedras. Armadillos que hablan con los escarabajos y les arrancan los ojos para alumbrar sus cuevas. Brujos que se alimentan con la savia de las cascadas y que gobiernan sobre el lienzo de los pintores. Lobos negros que se convierten en orquídeas para escupir a los venados. Helechos que atenazan ratones. Una mariposa roja, una mariposa roja que aletea.



En esta selva inmensa rige la autoridad de las luciérnagas, ellas tienen la luz y establecen el olor, el color de las cosas; dirigen, como los astros, el destino, la suerte, la desdicha, y mandan sobre la reproducción y la vida; hacen brillar el sol, desatan las tormentas, establecen el límite de las estaciones y el ritmo del tiempo…otorgan indulgencias y castigan el desacato…. Han capturado al rey jaguar, lo acusan de creer en el dios de los hombres, de invocar la guerra, de incitar la duda, la libertad, la resistencia... La espera. Lo conminan al arrepentimiento. Lo condenan a morir por una bala.


El telón de las cosas, a la manera de un enorme tajo de luz en mitad de la noche, se develó entonces y como si hubiera trasgredido una frontera invisible, yo, hasta entonces observador, me veo a lo lejos, de pie sobre una vereda blanca: es un callejón adoquinado que desciende hasta alcanzar los arrabales de un pueblo azul, un pequeño caserío con el olor a puntes viejos, a guerras, a fragancias góticas. ¡Danza un bufón!, de pronto, de la nada.



Danza con el sonido de su flauta, al ritmo del pandero. El cascabel revienta con un golpe de talones y su pañuelo envuelve el cielo, lo recoge en un nudo y, ¡Zaz!, lo lanza de nuevo hacia mis propios ojos que estallan en color, como un vitral de luz… Tras la ventana, una bella mujer lo observa todo, hace un gesto de sorpresa, de iluminación y vuelve al sonido púrpura de su violín.


Recarga el arco sobre la cuarta cuerda y lo desliza, firme, como si lo frotara contra una fruta para sacar aromas, tiras… rasgaduras gitanas de color escarlata. Toca hasta la necedad, hasta el delirio.


Después, descansa, sueña con el hombre de los ojos de vitral de luz, sueña en un camino blanco, en una casa, en una vela, en una pluma sobre una mesa, en un jardín, en una nube negra que corta la luna, sueña en una nota escrita sobre un papel, sueña sobre una nota…


El telón de las cosas, a la manera de un enorme tajo de luz en mitad de la noche, se develó entonces. Allá, lejos, me veo caminar por entre el polvo de una vereda blanca, es un camino estrecho que desciende hasta un peñasco altísimo. Abro el portón: es mi casa. Puestas sobre el escritorio hay dos o tres cuartillas en perfecto orden… Y al final una nota. Es una nota escrita en tina… Garabateada, destella al calce:

“Como la nube negra que corta la noche...
“Como una nube negra que empaña la luna...
Como una nube negra que corta la luna
vi tus ojos tras la ventana:
Tus ojos vitral de luz.


martes, abril 10, 2007

Desdoblamiento

El Margen XLIV


Desdoblamiento
Foto-Transustanciación: Françoise Devaud
Texto: Salvador Rivera
Los listones de color que lleva el río:
cinco jinetes que cabalgan,
flotan sobre el plumaje del faisán,

y tiñen, luego, el dosel de la selva.



Hasta el sudor azul que llueve,
que escurre por entre los bejucos.
La bruma, la neblina:
un manojo de nubes que embadurna las palmas,
y embarra las orquídeas sobre el lienzo del bosque.



Todo.
El cofre del tesoro español con cien paños de Flandes,
un cuchillo encantado con el mango de plata,
tres ristras de azafrán,
y cuarenta ¡Cuarenta kilos de oro!



Hasta la capa púrpura del rey Quetzal,
hasta el bastón del brujo,
hasta la flor exuberante de la que bebe el ciervo
y un pandero, y un cascabel de piedra
y el marfil tallado por los magos del Congo.



Todo.
Absolutamente todo,
hasta el Laurel y los Amates,
y la fiesta del agua en la cascada
y el remolino azul y el manantial y el risco.



Todo.
Absolutamente todo…

¡Tinta fría!