domingo, septiembre 24, 2006

A la Salud del Pelado


EL MARGEN XXXIII
"Flor de Caña..., ¡Doble!", UN CUENTO DE SALVADOR RIVERA
(A la memoria de Enrique Gorriarán y Walter Ferretti)
El inmenso mar azul del Pacífico centroamericano, una línea larga... una fina línea blanca desde donde comienza la tierra y terminan los ríos, culebras al acecho que devoran todas las manchas pardas del océano. Muy, muy abajo... el suelo arrugado de montañas verdes y amarillas, chipotes tasajeados por un sinfín de caminitos grises por los que, seguramente, deberán transitar otro sinfín de hipotéticas hormigas de color rojo y otras... negras, el cielo en bóveda celeste sin una sola nube, el sol en la otra ventanilla... todavía en el oriente.

La cintura, la costa salvadoreña, casi como en un mapa gigantesco, corre hasta donde mis ojos ya no pueden seguir. Vuelo sobre la Bahía de Jiquilisco, muy cerca del Golfo de Fonseca y a tan solo treinta y cinco minutos de Managüa. Buena hora para llegar a almorzar.

Buñuel, siempre tan ocurrente. Tuvo que haber estado ebrio, o al menos tanto como lo estoy yo ahora, para lograr distinguir que cuando se viaja en un avión, la eternidad está siempre parada frente a uno, justo a diez centímetros de distancia. Es la misma sensación que produce observar un óleo colgado sobre un muro de concreto... tras esta ventanilla nada se mueve. Pobres renacentistas, murieron con la certeza de que la tierra en realidad giraba. ¡Allá ellos!

Managua, otra vez a Managua, que cosa... Ma-na-gua...Agua...Veinte años... hace veinte años ya. Agosto de 1984, noche de lluvia torrencial. Encubierta bajo la sombra de los reflectores antiaéreos la ciudad en penumbras. Aeropuerto Internacional Augusto César Sandino. Bellas mujeres enfundadas en sus uniformes verde olivo. Hangar para uso exclusivo del cuerpo diplomático. Un Lada negro y dos oficiales del Ministerio del Interior: directo hasta el lugar que habría de ser mi residencia durante los cinco años siguientes. Barrio de Las Sierritas a diez minutos del centro de la capital.

Lo que más recuerdo de aquella casa es el palo de mango. Había crecido en el patio trasero y todo el follaje descansaba sobre un techo de láminas. El viento hacía caer la fruta y en épocas de guerra esa lluvia de mangos siempre sonaba a ráfagas de bala sobre metal.

La Contra había llegado hasta los suburbios de Estelí, mis veintitrés años con pistola al cinto y un Kalashnikov entre las mano, se paseaban sobre los callejones estrechos de aquella ciudad sitiada. Corría, corría, corría. Corría para volver a correr... sólo para gritar frente a la casa de Violeta, de mi amada Violeta, para rugir y que oyera la Contra, para exigir lo que mi majestuoso porte merecía:

“¡Dios!.... ¡Dioooos!.... ¡Quítate el puto sombrero que voy pasando!.”

Una escena que bien hubiese podido incluir José Zorrilla en Don Juan Tenorio. Y arrancar, de paso, una lagrimita a los espadachines románticos del siglo XVII.

-“Señor, su Flor de Caña Doble... Sin Coca-cola y con dos hielos... como usted lo pidió”-.Yo creo que por eso estaba tan pinche loco... por la lluvia de frutas... la revolución siempre olió a lluvia de frutas. Tenía un aroma a mango, a café quizás.

-“Señor... ¡Señor!”..."¿Sí?, sí, sí dígame”. “Su Flor de Caña”. “Gracias, señorita. Señorita, disculpe, ¿cuánto tiempo falta para llegar?”. “Unos treinta minutos”. “Gracias”.

¡Mmm!, este ron sabe y huele a madera, a la caoba de todos los verdes árboles que hacen, desde aquí, las veces del extenso paño sobre la mesa de miss conchita. Desde aquí ¿Y desde allá?
En realidad ya bien me lo había dicho Don Juanito...

Una cosa es verla de lejos... y otra platicar con ella”.

Eso fue en el ochenta y cinco u ¿ochenta y seis?... ya no recuerdo. Cuatro o cinco meses de caminar por estas mismas montañas, por la zona de Jalapa y Ocotal... En La Segovia. Pinches moscos, casi ladillas negras que perforaban hasta la lona del impermeable, mis entrañables botas búlgaras... tuve que arrancarlas con unas tijeras vietnamitas... el lodo como masa de nixtamal, el agua fría que mojaba la espalda, las figuras en los troncos secos, el ruido de las ramas que siempre se mecían, que siempre se mecían y que siempre gritaban aunque no las pisara, el verde de las hojas, el verde de las plantas, el verde de la ropa, el verde de las piedras, las plumas verdes de las aves, los ojos verdes de las moscas, el verde de las gotas de lluvia, el verde de los charcos, el verde de mis balas trazadoras, el verde de mis manos, de mis brazos, de mi cara, de mi pelo, el verde de todas las caras, de todas las manos, el verde del aire, el verde de mis pesadillas, de mis recuerdos. Hasta las cucarachas, los grillos, los gusanos y los escarabajos eran verdes, hasta las mochilas de mis compañeros, hasta las tortillas, la carne, mi bigote también era verdes, la culata de los fusiles, la mierda, los meados, hasta la sangre y las costras eran verdes, el humo del cigarro...

-“Señor…debe abrocharse el cinturón de seguridad, estamos en zona de turbulencias”, “muy bien, gracias”. Zona de turbulencias, me lleva la chingada...

- “Señorita, ¡Señoritaaa!...

¡Mierda! mi trago... en fin, hasta Managua. ¿Hotel? Hotel Intercontinental... ¿existirá todavía?... ¡Cosa más grande caballero!... El centro por excelencia del turismo Sandinista de primera clase: la rancia nobleza del populismo latinoamericano, la inteligentsi del Bloque Socialista y otras linduras más. No me gustaba frecuentarlo... no me gustaba pero lo hacía, lo hacía porque era la pasarela de los mejores bizcochos de la revolución. Una construcción piramidal, un mundo de personas conocidas y desconocidas, el mesero siempre servicial con la charola de hielos, el pichel con fresco de coyolito y la botella de ron, bocas de carne de puerco-gallopinto-vigorón y una mesa fresca junto a la picsina ovala. Descansaba de los largos meses en la montaña, disfrutaba de los olores más insignificantes, de los sabores más comunes, de los eventos más distantes, de las palabras... Disfrutaba del sonido de las palabras, de sus acomodos, de los arreglos del vocabulario en Nica, de su pasión y dominio por la sorpresa verbal: ritmo de balada lenta, pegajosa, estúpida, hasta pueril quizás...y un estribillo corto, salto de lengua, tifón del trópico, veneno de alacrán... el aristocrático, sofisticado arte de las emboscadas. Disfrutaba de las miradas, de los párpados con gotas de sudor, del baile en botas militares, de los ritmo de marcha, de sus cuerdas, percuciones, pianos, de las trompetas. Disfrutaba de las trompetas, de su magia pirotécnica... del aire de los tiempos, de la brisa del lago, de la locura, de la revolución, del frenesí...

Cuando calienta el sol... cuando calienta el sol... cuando calienta el sol

-“¿Y deay mexicano?”, así me reconocía la gente a la que yo no conocía.
-“Andá, vení y tomáte un putazo de guaro con los de a píe”. Del saludo a la platica, de la platica a los mejores episodios, de los episodios a las secuencias cinematográficas, desde el cine a la representación teatral... y del teatro hasta el amanecer. El espejo oval de la piscina hacía astillas con la luz de los candiles y olas negras con los himnos de todas nuestras guerras... y olas negras con los himnos de todas nuestras guerras.

-¿Qué es lo que habrá pasado? ¿Qué es lo que se habrá roto?

No sé, yo jugaba muy bien en mi posición de extremo izquierdo. Dado que, con mi única excepción, todo el equipo se integraba por compañeros argentinos, la forma de tocar y mover el balón exigía llevar las cuentas de acuerdo con el compás del tango. Y vaya que lo había logrado interiorizar.

La tarde que enfrentamos a los cubanos fue la tarde del desastre. Yo había recobrado la pelota cerca de la media cancha, y avancé en diagonal hacia la portería contraria. “Pasála che, pasála. ¡Pasála che!”. Y yo la pasé justo hacia la zona que otorgaba todas las ventajas tácticas al oponente. Esa tarde perdimos un gol a cerro.

El Pelado, nuestro indomable capitán de equipo, llegó hasta mi con ojos increíblemente tristes:

-“¿Qué es lo que habrá pasado, che?, ¿Qué es lo que se habrá roto?

-“¿Qué me decís Pelado?”, contesté

Me tomó entonces del hombro y me zarandeó varias veces.

-“¿Qué es lo que habrá pasado?, ¿Qué es lo que se habrá roto?

-“No sé Pelado... no entiendo”, volví a contestar.

El zarandeo era más y más fuerte.

-“¿Qué es lo que habrá pasado?, ¿Qué es lo que se habrá roto?”. Más y más fuerte, más y más fuerte

-"¿Queeeeeé?, ¿Queeeeeé?... ¡Qué quieres carajo!"
- “Sí señor, ¿qué habrá pasado?”, el que pregunta es mi vecino de asiento.
- “¡De qué putas me esta hablando!”.
- “Del estruendo
- “¿De qué estruendo?
- “Del estruendo señor, del estruendo”.

Vuelvo la cabeza hacia la ventanilla y recibo el sol de frente.
-“¿Estamos regresando? ¿Qué pasó?
- “No sé señor, ¡no sé!”, llora mi vecino.
- “No debe preocuparse, amigo”, le digo para tranquilizarlo. “Seguro nos vamos a estrellar…

Y pienso que estoy ya demasiado ebrio para seguirle el paso… Y hablo, y pienso, y pienso, y pienso y aquella tarde espesa se aparece, y aquella tarde espesa también rueda, y se aparece, y rueda:

…Puse la bala de cabeza redonda y roja sobre la canaleta del magazín, oprimí el proyectil con el propósito de vencer la resistencia del muelle impulsor y deslizar la munición, después, hasta el fondo del riel. Tomé entonces el cargador por su porción más curva, lo incliné un poco para hacer coincidir los labios del porta tiros con los bordes metálicos del ‘pozo’ en la parte inferior del fusil y con un pequeño impulso, hice trabar los embragues. Corté cartucho, después dije algo o carraspee, levanté el pie, giré el tobillo. Con el rabo del ojo pasé inspección final a todos los nudos y cuerdas que me permitían mantenerme en pie sobre la rama de aquel árbol, es decir, en esa seiba inmensa y en su altísimo ramal que por más allá de treinta metros flotaba suspenso sobre el piso del bosque. Oradé con la punta y el talón de la bota sobre el tronco, y vi caer pedazos de corteza junto a orquídeas por entre el follaje de la selva, se precipitaban dando tumbos de un gajo a otro, de bejuco en bejuco, traspasaban las copas de los amates, de las caobas, para pegar con los helechos y rodar, al cabo de un instante, ligeras, cuesta abajo sobre la hojarasca. Traté de ajustar el compás de las piernas con tal de no perder el equilibrio por el efecto de las retrocargas, afiancé la culata sobre el hombro, deslicé con el pulgar el seguro hasta la posición “tiro-a-tiro”, sujeté entre la palma izquierda el guardamano de madera y con un rápido giro de brazo, dispuse el cañón en línea horizontal con la barbilla. Observé tras la mira, ajusté la distancia, la altura. Aspiré por la nariz todo el aire que pude, miré de nueva cuenta, volví a corregir, coloqué el índice sobre el gatillo y con la ligereza de quien toca la cuerda de un salterio, jalé de la palanca. El estruendo hizo crispar el dosel del bosque y embadurnar el cielo con el color de los tucanes, los papagayos, los faisanes y un quetzal... ‘Y un quetzal –¡puff!- con el pincel a rastras desde su larga cola’. Estrépito que se extendió, subió por entra las cañadas a la manera como cuando la flama de un dragón estalla al centro de un tapiz bengalí: lengua de mil tonos almagres con sus crestas, rizos de color violeta, índigo, bermellón... Y una línea de luz anaranjada, la línea de la bala trazadora de cabeza redondeada y roja, partió la tarde en dos.

Permanecí parapetado en las alturas, tan inmóvil como la excrescencia de líquenes y hongos salida desde el tronco, la mejilla empotrada al extremo del fusil y el ojo puesto en la trayectoria del disparo. Vi entonces que el trazo lumínico había cruzado limpio sobre el centro del blanco. Esperé hasta que el eco de la explosión se hubo disipado y giré el selector de tiro, ahora, hacia la modalidad de “ráfaga”, deslicé la mano sobre la empuñadura y presioné, ¡rápido!, el dedo contra el disparador. Tres balas contadas salieron desde la boca del cañón. Sin esperar volví a jalar. Y otra vez, y otra, y otra más, hasta que al fin, hubieron de agotarse los treinta cartuchos del cargador. Retiré entonces el magazín vacío para colocar otro nuevo, monté el fusil, puse el seguro, destrabé la bayoneta y corté, con la rapidez de la que fui capaz, todas y cada una de las sogas que me mantenían sujeto a la gran seiba. De mi mochila extraje un pesado rollo de cuerda de nylon con tridente metálico en la punta más un par de guantes de carnaza, trabé firmemente los garfios en una de las horquillas de la floresta, desenredé la soga y me deslicé por ella hasta llegar al suelo. La respuesta enemiga no se dejó esperar. Sonó en ese momento. Era una tupida andanada de proyectiles calibre 5.73 mm., proveniente de un centenar de fusiles R-15 en combinación con el fuego de tres o cuatro morteros RPG-7. Nada extraordinario sólo armamento convencional, los rokets, además, estaban haciendo blanco a unos trescientos metros de mi ubicación, distancia que, en la selva, puede significar tanto como una eternidad. Guardé los guantes en la mochila, con el antebrazo limpié mi frente, la cara, tracé con el índice la ruta de evacuación posible a partir de la densidad y dirección del fuego enemigo, y luego, sólo después de haber besado, besado, besado la culata del fusil e innscrito "Chombo for you" sobre el inmenso tronco de la seiba, inicié el camino de regreso hacia territorio nicaragüense. Calculé entonces que a buen paso y durmiendo sólo lo necesario, sería cosa de dos días para llegar hasta Jalapa, en la Segovia, y comunicar al Jefe, mi enlace con la Dirección de Contra-Inteligencia Militar en Managua, los pormenores y culminación exitosa del operativo. Porque seguro había dado en el blanco…Aunque seiscientos metros eran muchos y máxime si se trataba de un objetivo encubierto. Sin embargo, tanto la demora como la desorganización de la respuesta me hicieron suponer que, a estas horas, el estado mayor del Comando Regional contra-revolucionario debería estar lamentando la muerte de alguno de sus más importantes oficiales y, con mucha suerte, la de su propio comandante en jefe, el exguardia somocista, torturador y criminal a sueldo…

¡Tufff-Tuffff!...El roce de los neumáticos sobre la pista me avisa que hemos llegado ya al aeropuerto de Managua. Tomo el equipaje de mano, hago los trámites aduanales correspondientes y re-defino mi ruta de viaje hacia la Costas del Caribe nicaragüense. Allá me espera una flota de navíos bucaneros con dos de sus naves insignias: “El Pelado” y “El Chombo”…Pero esa es en realidad otra historia que... Ya me encargaré de revelar mucho más adelante...

miércoles, septiembre 20, 2006

Homenaje a Los Sin República


JENNY LA DE LOS PIRATAS
(Bertold Brecht)

Señores: hoy me ven fregar vasos
y soy yo quien les hace la cama.
Gracias les doy si me dan propina,
andrajosa de hotel andrajoso.
Pero ustedes no saben con quién hablan.
Una tarde en el puerto habrá gritos.
y se dirán <<¿Qué gritos son ésos ?>>:
Me verán sonreír mientras friego
y se dirán: <<¿Por qué se sonríe?>>

Y un barco con ocho velas
y con cincuenta cañones
habrá atracado en el muelle.

Ellos me dicen: <¡vete a fregar!>
Y me dan la propina y la tomo.
Las camas les haré, qué remedio.
(Pero esa noche no dormirán.)
Pues por la tarde oirán en el puerto
un estruendo y dirán: <<¿Qué estruendo es ése?>>
Me verán asomarme a la ventana
y dirán: <<¡Qué sonrisa tan rara!>>

Y el barco con ocho velas
y con cincuenta cañones
bombardeará la ciudad.

3

Señores: se acabó ya la risa.
Porque todos los muros caerán,
será arrasada vuestra ciudad,
menos un pobre hotel andrajoso.
Preguntarán: <<¿Quién vive en ese hotel?>>
Y me verán salir por la mañana,
y dirán: <<¡Era ella quien vivía!>>

Y el barco con ocho velas
y con cincuenta cañones
empavesará sus mástiles.

4
Y a mediodía desembarcarán
cien hombres. Y vendrán, ocultándose;
de puerta a puerta, agarrando a todos.
Ante mí los traerán con cadenas,
y me preguntarán: <<¿A quién matamos?>>
Y habrá un silencio grande en el puerto
al preguntarme quién debe morir.
Se oirá entonces mi voz diciendo: <<¡Todos!>>.
y <<¡Hurra!>>, a cada cabeza que caiga.

Y el barco con ocho velas
y con cincuenta cañones
conmigo zarpará.

1929, de “La ópera de los tres centavos”
La obra poética de Bertold Brech está publicada en la colección “El libro de Bolsillo”, Alianza Editorial

miércoles, septiembre 13, 2006

Cosas de Literatura

El Margen XXXII

1.-Marx y la litera
tura de terror. Colaboración de La Tecla Indómita.
(Figura: Van Gogh, Tejados, 1886)
Los pasajes de El Capital dedicados a las modalidades de existencia del ejército industrial de reserva (eir) constituyen el punto más alto de la literatura terrorífica. Ni los más magistrales apuntes de Dickens pueden igualarlos, no digamos el terror metafísico de un Edgar Allan Poe. La fuerza en El Capital estriba en la frialdad del científico: alguien que no quiere moralizar sino comprender las leyes (la racionalidad) que rigen un régimen cuyo espíritu central busca la dominación del trabajo ajeno; un sistema en donde las mercancías valen lo mismo para todos en el mercado de los iguales --los escaparates--, sólo que la moneda de los que producen la riqueza vale menos que la de los demás. Al que produce la plusvalía (el productor directo) le cuesta trabajar ocho horas al día algo que vale para el común 15 minutos, y eso en el changarro de Rodríguez Cabo, según él mismo cuenta. No si no eso quiere decir la explotación del trabajo. La desigualdad por principio en un mundo aparente de equivalentes abstractos y de iguales.

La desigualdad es también un hecho temporal –-que no fugaz o pasajero-- en el capitalismo. No es lo mismo, por ejemplo, moverse en ciclos en los que se acumula valor a hacerlo en el ciclo de la reproducción simple. En tanto los capitalistas invierten para obtener un beneficio, sus asalariados se mueven en el terreno de la reproducción simple cuya finalidad es el consumo. No puede haber un mismo lenguaje de un tiempo a otro. NO hay manera de tender puentes. Sólo un evolucionista que se mueve en la fórmula puramente cuantitativa y no conceptual de D-M-D’ (Dinero-Mercancía-Dinero incrementado) puede pretender traducción lineal entre el lenguaje que acumula y el que se mueve en el mero espacio de la reproducción simple y elemental, esto es, en la misma medida siempre.

Marx clasifica los distintos modos en el existir del eir, los divide por actividades y funciones, unos son eir de modo latente, otros pasan a engrosar las filas del pauperismo; todos crecen en cantidad según se desarrolla y se despliega la acumulación capitalista. Nada en Marx lleva al mecanicismo idiota de suponer que el desarrollo capitalista implica el bienestar de todos. Incluso demuestra el resurgir del trabajo a domicilio como otro modo de existir en vida latente del eir y en plena industrialización. La producción de riqueza capitalista es producción de miseria en masa (y global) a un mismo tiempo.

El gélido bisturí de Marx causa terror en estos tejidos. Vivir años de más condena a un trabajador a formar parte del eir, no se salva ni en el jubileo. Marx escribe ahí mismo: “El pauperismo constituye el hospicio de inválidos del ejército obrero activo y el peso muerto del ejército industrial de reserva. Su producción está comprendida en la producción de pluspoblación, su necesidad en la necesidad de ésta, conformando con la misma una condición de existencia de la producción capitalista y del desarrollo de la riqueza. Figura entre los faux frais (gastos varios) de la producción capitalista…

“Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y vigor de su crecimiento y por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera, y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será la pluspoblación relativa o ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud proporcional del ejército industrial de reserva, pues, se acrecienta a la par de las potencias de la riqueza” (El Capital, Libro primero, capítulo XXIII, parágrafo 4).

2.-"Un Hombre Libre". Cuento de Salvador Rivera
Como casi siempre había bebido demasiado. Como casi siempre el roce de la araña lo despertó. Como casi siempre no fue capaz de dominar el miedo y no pudo moverse, no pudo gritar, y sudó. Como casi siempre eran las tres de la mañana. Como casi siempre tenía el pantalón puesto, la camisa negra y los zapatos. La boca seca, como casi siempre, la lengua agrietada, los ojos adoloridos y también agrietados y opacos pero con un destello. Tenía, además, la cara roja, verde y azul y anaranjada por el reflejo de una televisión prendida, esta sí, como siempre. Pudo tomar de la botella, tuvo náuseas como casi siempre, y un borbollón amargo estalló en el estómago y llegó a la garganta y subió hasta el paladar, a la nariz y regresó al estomago, al paladar de nuevo y logró, sin embargo, contener el impulso, tragar, volver a tragar hasta por cuarta vez y al final, desde luego, no vomitar, hacer una pausa, jadear, jalar más aire, recobrar el aliento, balbucear, proferir letanías, ofrecer una plegaria al cielo, pedir clemencia, desde lo más profundo de su ser: perdón. Como siempre volvió a tomar de la botella, y también como siempre, la sensación a muerte se hizo tenue, dócil, hasta graciosa incluso, y así, a la manera del conejo en la chistera de un mago, la zozobra, como casi siempre, también se disipó.

Qué alivió, qué desahogo significaba estar en el espacio de los vivos. ¡Puff!, se respiraban otros aires, las cosas se presentaban únicas, radiantes, pero sobre todo, maravillosamente ciertas. La lluvia no era ya el abismo negro con dardos de cristal, puñales de ónix. Era de agua, de gotas traídas desde los azules mares del Pacífico o del Golfo, el rocío arrebatador, rabioso de la exuberante selva Oaxaqueña, del Istmo, de Tuxtepec sobre el río Papaloapan.

¡Mira tú! Que haberse dejado amedrentar por el roce de una araña en la oscuridad, pura banalidad, cruda católica, sólo eso.

¿Habría que irse entonces? Habría que irse en busca de las sirenas del Golfo ¡sí!, por Puebla, recorrer los llanos hasta el límite oriental del altiplano. A partir de la tercera curva, tunel de “La concordia”, puerta de la Sierra de Songolica, el olor a mar, a sopa en un enorme plato de barro repleto de langostinos, ¡crac!, que con castañuelas pardas, ¡crac-crac!, pinzas gitanas, ¡crac!, recargan, ¡trac!, golpe de zapatilla sobre el tablado, ¡trac!, y una ramita de epazote, ¡trac!, y una ramita de romero, ¡trac-trac!, chicuelina del salero y al redondel un sombrero, ¡trac!, ole, ¡trac!, ole capitán torero. Después de la corrida cordobesa, verde Córdoba, cantina bajo el volcán, pero esta vez el de Orizaba, y además, una rocola dorada, Frenesí, quiéreme con frenesí: “¡justo lo que estaba buscando!”. Más ron. La Planicie del Golfo y las vacas pellejudas entre cerritos redondos, y los becerros. Los rechonchos becerros sobre los redondos cerros ¡uy! los berros, repique de los cencerros, el ladrido de unos perros, ¡de prisa!, ¡de prisa!, el ganado a los encierros. Más ron. El puente sobre el río, plantaciones de café, chozas de palma y una hilera larga de postes telefónicos con orquídeas grises encaramadas en los cables. Más y más postes hasta llegar a Veracruz, puerto de nuestra sacrosanta, señora de los homosexuales, niños que debieron arrancarse la verga con tijeras chinas para jugar en el mercado, puerto de Veracruz, bendito seas. Más Ron. Alvarado, solaz desenfado. Más ron. San Andrés, una lagartija de cristal en un hotel de paso , ¡Cuija!. Tiene los ojos blancos, como los ciegos, acecha moscas verdes, como los ciegos, tiene venas violetas, dedos rosados, cola amarilla, patas de rana, como los ciegos. Más Ron. Catemaco, el macaco, mono naco, indio, Saraguato, como Caco: brujo, también. Más ron. Un caminito estrecho, Playa Escondida. Casa de la sirena que está dormida. Playa de la Jimena que está dolida. Sirena, Jimena, mujer ajena. Más ron.

Se incorporó de súbito y buscó las llaves. En una bolsa de mano dos, tres calzoncillos, la chamarra, un libro, la cámara fotográfica y la tarjeta bancaria, ¿y la tarjeta bancaria?

-“Bendecida seas plateada tarjeta, alabado sea por siempre tu divino poder”.

Se persignó frente al espejo retrovisor y salió volando por avenida Revolución, cruzó Martí para quedar estacionado, tan solo dos cuadras adelante, justo frente a Los Ardalios. Qué cosa, las tres y media de la mañana y la cantina abierta. Descendió del auto, empujó las hojas de la puerta y caminó hasta la barra:

-“Qué pasó Enrique”.
-“Qué hay Sherife”.
-“Un Habana doble, siete años”.
-“¿Te lo sirvo derecho?”.
-“Por favor”.

Sherife se quedó allí, sentado, sólo con el servilletero, después con el vaso corto y dos hielos humeantes, tan humeantes como dos camisas blancas bajo la plancha de una tintorería, cuanto humo, pensó. Asunto obligatoriamente chino, volvió a pensar, tan chino como todas las tintorerías que pululan en los barrios bajos de todas las ciudades hermosas del mundo que, por supuesto, podría ser, una de todas ellas, San Francisco, pero también su lado oscuro, Oakland. Claro, dijo o pensó Sherife, el puente que cruza la bahía, primero desde San Francisco a Oakland, después de Oakland a San Francisco, va y viene, va y viene, va y viene. Más allá, mucho más allá, varias torres altísimas, rojas, que sostienen vigilantes el Golden Gate, torres que podrían ser, además, las crestas de una pagoda china, japonesa, vietnamita también, muy, muy a lo lejos. Pero mejor Alcatraz, la isla de Alcatraz y de Alcapones, y un Alcatraz, el ave, que se pudre, se mece con la espuma negra de las olas. Y en la taberna una cerveza oscura, espesa, acompañada de una historia, o sin ella. Tendría que ser una historia contada por Jack London, naturalmente, sólo por tratarse de un de los hombres más lúcidos, más ebrios de todos los alrededores de Oakland, de San Francisco, de California, de todo el mundo, de todo el mundo. ¿Una historia de lobos? ¿Colmillo Blanco, por ejemplo? No. ¿De humanos entonces?, podría ser la historia de Martín Eden, quizás, una historia fuerte, emparentada con amores y suicidios ¿Suicidios?

-“¿Suicidios?, puta madre”, exclamó Sheriff. Y es que algo muy importante había dejado de hacer.

-“Puta madre”. Volvió a exclamar. Y es que se trataba de un olvido imperdonable. Con el puño izquierdo golpeó la mesa, se lamentó, volvió a golpear, bebió, se levantó, quiso irse, pero al final, mejor, quiso quedarse y bebió, de nueva cuenta, bebió.

-”¿Qué pasa Sherife, está usted bien?”, preguntó Enrique.

-“No pasa nada, todo bien”, respondió Sherife.

Enrique dejó la barra y apresuradamente caminó hasta Sherife, le tomó del brazo, lo miró fijamente y preguntó de nuevo.

-“¿Qué pasa, sucede algo?”

Sherife estaba descompuesto, visiblemente consternado. Guardó silencio por un momento y después habló.

-“Las pistas, carajo, no indiqué las pistas”, dijo.

-“No es tan grave Sherife. No es tan grave”. Como si con estas palabras, Enrique fuese capaz de enderezar el tiempo.

-“No indiqué las pistas, carajo, no las indiqué”. Interrumpió Sherife sin prestar atención.

-“Ya me jodí, las pistas, no las indiqué, nadie entenderá la historia”, insistió.

Sherife no estaba exagerando. Antes de salir del departamento debía haber colocado tres pistas indispensables. La primera, tenía que ver con sus propias intenciones suicidas y para ello sólo hubiera bastado mencionar, por ejemplo, que el libro, el mismo libro que minutos antes había tomado de la repisa y colocado con descuido al interior de su maleta de viaje, no era sino la novela de Martín Eden, una de las obras menos conocidas de Jack London pero más estrechamente emparentada con la historia de Sherife. Después, tendría que haber establecido los motivos de Martín Eden para morir, ahogado, en las negras, gélidas profundidades del Océano Pacífico. Dejar claro este punto significaba mucho en la historia de Sherife ya que, a través de su revelación el lector podría entender, de un solo golpe, el terrible significado de las playas del Golfo en el desarrollo del drama, el de Sherife, y de paso, agarrar desde la punta el hilo de la madeja, en donde todas, absolutamente todas las fibras del estambre, desde la boca seca, hasta los ojos quebrados, el reflejo de la televisión, el vómito contenido, etc., etc., etc., deberían jugar, participar activamente en el desenlace sorpresivo, necesariamente sorpresivo de la historia. Pero Sherife había desperdiciado mucho tiempo en poesía, con displicencia había desbarrancado su oportunidad en los “redondos cerros de los becerros con cencerros”, en las tenazas de los langostinos y en una suerte de paso doble cordobés. No, en las historias renacentistas no había espacio para el azar. Ni la entropía, ni las ocurrencias deshilvanadas, ni las imágenes difusas tenían cabida, así lo había determinado el Santo Papa cuando ordenó a su esclavo, Miguel Ángel, pintar historias bíblicas sobre la Capilla Sixtina. Pero para Shrife ya era tarde y, tanto como Galileo, Sherife tendría que pagar las consecuencias.

Las otras dos pistas eran todavía más sencillas, se trataba de dejar constancia acerca de su larga experiencia en el buceo y la natación. Para ello, después de tomar el segundo trago, levantarse de la cama y adoptar la decisión de dirigirse al mar, al Golfo particularmente, debería haber vuelto los ojos hacia los diplomas enmarcados, dispuestos sobre las paredes de su cuarto y decir algo más o menos así:

-“Me cago en la ostia. Medalla de oro en los mil quinientos metros dorso y estrella dorada por el descenso de cuarenta metros a pulmón. Qué bueno que conservé los diplomas, documentos muy útiles sin duda, sobre todo, cuando uno busca suicidarse y que los demás logren entender el asunto anticipadamente”. Sólo con eso hubiera bastado, pero Sherife no lo hizo, todo por sus turbias inclinaciones poetizantes.

-“Claro Sherife, ahora entiendo”, dijo Enrique, “con esos títulos ya podría usted nadar y sumergirse tanto como se le diera la gana”.

-“Así es, Enrique”, respondió Sherife.
-“Bueno Sherife, y dígame, ¿qué piensa hacer ahora?”.
-“Creo que, de todas formas, me voy a lanzar a Veracruz”.
-“Y, con el perdón, Sherife, ¿que carajos tendría que hacer usted en Veracruz?”.

-“Pues, teóricamente, al menos, el asunto no debería resultar tan complicado, respondió Sherife. Para empezar, tendría que salir de los Ardalios como si no te hubiera visto, como si en vez de parar aquí hubiese seguido por Avenida Revolución hasta Viaducto, la carretera a Puebla, y después, efectivamente, el fin del altiplano, la tercera curva y el olor a mar, a sopa, lluvia, neblina, una tormenta fría, y la noche hasta llegar a Veracruz, y después Alvarado y una tormenta tropical, un amanecer en San Andrés, más adelante Catemaco, y al final: Playa Escondida”.

Había bebido durante todo el camino, no se le veía bien. Abrió la puerta del auto, caminó hasta la choza de madera y descorrió la frazada roja que cubría la entrada. Sobre el piso de tierra, en el fondo, titilaban cuatro o cinco veladoras junto a la virgen María. En una larga mesa de pino sólo tazas y platos de barro, un florero, una botella de aguardiente. De la viga principal colgaban lámparas de aceite y una hamaca. Atrás, una figura esbelta, expectante. La abrazó.

- “Jimena, ya no puedo”, y Sherife no dijo más.

Se quito los zapatos, los calcetines, la chamarra, los pantalones. Acomodó el bulto de ropa junto al altar, besó a Jimena, se detuvo a acariciar sus labios, sus ojos, sus extensos ojos de gata. Vio un vitral de colores que como un río se desbordaba en él, vio un sollozo, si, vio un pinche sollozo, y vio, de igual manera, cómo su propia vida, en tropel, se había descuartizado ya, hecho añicos contra el bloque de granito esculpido por las infamias diarias, vio el brillo de los cristales sobre el suelo de arcilla, trató de recogerlos, nadie hubiera podido. Salió de la choza y caminó hacia el mar, sobre la playa. No se detuvo, entró directo al agua y nadó. Nadó hasta contar cien brazadas completas, luego doscientas, después quinientas, mil, mil quinientas, dos mil, tres mil brazadas más y así, hasta perder la cuenta. Cuando al fin se detuvo, de la costa sólo se distinguían los picos de las montañas más altas, las crestas del volcán San Martín, había nadado mucho, había nadado más allá de todos los asideros posibles, y más allá. Hasta donde el mar se tiñe de filones morados, hasta allí, y las corrientes frías logran ascender desde las negras profundidades con sus violentos chorros de vida, y una casi imperceptible, delicada pulsión de muerte, hasta allí. No descansó, no lo necesitaba, tenía que llenar los pulmones e iniciar el descenso para llegar, al menos, hasta la marca de los 40 metros. Jaló, jaló todo el aire que pudo. Alzó los brazos e impulsó el cuerpo como si quisiera tomar vuelo, ya en lo alto, flexionó hacia adelante la cintura, dirigió la cabeza hacia abajo y con la punta de los dedos logró romper, en posición de picada perfecta, la delgada superficie oceánica. Avanzó, luchaba contra su condición de globo humano. Los seis primeros metros fueron los más difíciles, pero igual hasta los siete y los ocho. Un intenso dolor de tímpanos lo obligó a compensar y, después, nuevamente, emprendió el descenso. Diez, doce, catorce, dieciséis metros más. De ahí continuó hasta los dieciocho, veinte, hasta los veinticinco. Había aprendido de Martín Eden que la única forma de engañar el instinto y no retornar hacia la superficie, era, además de cargarse de aire, bajar hasta las profundidades con los ojos cerrados. Pero Sherife los abrió. La oscuridad y el abismo lo hicieron aspirar una inmensa bocanada de agua e inundarse de sal, de olas amargas. Ni siquiera tosió, vio una grieta en el fondo, una grieta de luz, era un pliegue sin tiempo, un instante, infinito. Cayó, como una hoja lanceolada cae en la hojarasca, cayó como una pluma blanca de paloma cae, meciéndose en el viento, en las tinieblas del océano, cayó. Y Sherife calló.

-“No, Sherife, qué bueno que siempre no se fue a Veracruz”, dijo Enrique palmeándole la espalda, “nadie hubiera podido entender su pinche historia, vamos, ni siquiera sus pinches maestritos(*) ”.

Ya el sol iluminaba la calle cuando Sherife abandonó Los Ardalios, salió hasta Avenida Revolución, abrió la puerta de su auto, encendió la marcha y se fue.


(*)Esta referencia obedece a que, el día en que fue leído el primer borrador, entre los asistentes a la presentación se encontraba el profesor Gerardo de la Torre, uno de los representantes más destacados del cuento latinoamericano contemporaneo y crítico implacable de la obra de Rivera.
La segunda y tercera ilustraciones son obras de la pintora francesa Francoise Devaud. "Playa Escondida" 1 y 2.

martes, septiembre 12, 2006

La Consigna

El Margen XXXI

1.-La Consigna (Figuras Raoul Hausmann, Dada Sieg y Duchamp, Bicycle Wheel, 1913, Arte Dadá)
Gracias a la casualidad, pero ocupado desde hacía varios días en la reflexión sobre el contenido y naturaleza de las consignas, me topé, en el número 345 de la Revista Nexos correspondiente al mes de septiembre de éste año, con un artículo signado por Rafael Pérez Gay bajo el titulo “Exijamos lo Posible[1]. En dicho trabajo, entre otras cosas, se adjudica la autoría de la legendaria frase “Seamos realistas, exijamos lo imposible”, no a Ernesto Guevara (el Che), como todos habíamos aceptado siempre; no a Julio Cortázar, como sólo algunos “radicales” de la literatura habrían llegado a sostener, sino a los estudiantes del 68 parisino que, en una tarde de tantas, pintaran sobre cierto muro de Censier aquella la consignan “del Che”. Sea como sea, lo cierto es que el contenido de la frase hace más alusión (resuena más en ella) a los postulados de los programas futuristas, Dadás, Fluxus y Arte Povera que a las tesis foquistas de mi querido Ernesto. O quizás no, y sin embargo, lo que resulta innegable es que su hechura corresponde al pensamiento anti-capitalista más lúcido del pasado siglo XX.

Pérez Gay (Rafael), por su parte, dice algo más acerca de la frase, cito: “Lo firma Censier. A mí también me gustaba esa línea, me hechizaba su aliento rebelde, su aire libertario en busca de la plenitud. Debe ser la edad, pero en este momento no suscribiría ninguna de las frases que me enrojecieron en aquellos años”.

Sin embargo, Pérez Gay se equivoca. Y es que Censier no pudo haber suscrito ni ésta, ni ninguna otra consigna, toda vez que, para un barrio de París, resultaría imposible tomar la brocha y hacer el trazo. Censier: el barrio de París en cuyos muros los estudiantes insurrectos, una tarde de mayo, grafitearon la consigna “del Che”. “Sean realistas: exijan lo imposible”, todo, en año del 68. Así sí. Pero hay muchas otras: “¡Viva la Comuna!”, por ejemplo, que tampoco pudo haber sido firmada por el Barrio Latino, o “No me liberen, yo basto para eso”, escrita en las bardas de Nanterre. Y más.

(Hausman, ABCD, Arte Dadà)
En fin. Yo me quedo con el origen Dadá de la frase y esto por puro gusto. No me cuesta trabajo imaginar, por ejemplo, que, en medio de aquellas “veladas” celebradas en Zurich durante los años veinte alguien como Alfred Jarry, Apolliner, Marcel Duchamp o Man Ray hubiese contrarrestado algún argumento gradualista con su “Sean realistas: Pidan lo imposible”, tal y como corresponde a la traducción (y a la tradición) francesa. Pero lo importante aquí es que, ya sea en su variante “Seamos realistas, exijamos lo imposible” o, “sean realistas: pidan lo imposible”; haya sido dicha por Ernesto Guevara, grafiteada por los estudiantes de París o proferida por algún dadá, futurista o fluxus, lo “imposible”, en todos los casos, hace referencia a algo así como la necesidad de abolir las relaciones de explotación capitalista e instaurar una nueva sociedad sin división de clases. Mientras que lo “posible” para Pérez Gay no es más que la señal que anuncia la “neo-cargada” exmarxista hacia las filas del calderonismo. Un asunto curioso, pues la única posibilidad de éxito con la que cuenta el proyecto de Felipe Calderón para civilizar las tierras del sur, no es otro que la guerra de exterminio. Quizás su apresurada huída del marxismo lo haya hecho olvidar que la expansión del capital, en su expresión más pura, quiere decir Auschwitz. O quizás, también, sea éste el lugar en el que Pérez Gay habrán de encontrar, por fin, la verdadera morada de la ley, su verdadera norma democrática.
[1] http://www.nexos.com.mx/articulos.php?id_article=720&id_rubrique=237.php?id_article=720&id_rubrique=237

2.-Roger Bartra y el gobierno de coalición
La Tecla Indómita. (Figura. Duchamp, L.H.O.O.Q, Arte Dadá)
Alejado de la política y de la teoría política por algunos lustros, regresa ahora Roger Bartra a ellas con su misma perseverante búsqueda de una socialdemocracia moderna, no nacionalista (¿?), adecuada a los tiempos que van corriendo, algo que dejó trunco hacia principios de los ochenta, cuando el viejo Partido Comunista Mexicano empezó a metamorfosearse en una variante nacionalista del socialismo pequeñoburgués (PSUM-PMS).

Después de su crítica demoledora de los mitos político culturales del nacionalismo revolucionario (La jaula de la melancolía y Anatomía del mexicano), Bartra tuvo que guarecerse esporádicamente bajo la cobija de Letras Libres (Enrique Krauze y Christopher Domínguez) y acentuar su crítica democrática frente a la dictadura castrista en Cuba.

Está de vuelta en primera línea después del 2 julio en la palestra de la lucha ideológica, sólo que ahora, perseverante en su utopía como lo ha sido, busca encontrar el proyecto socialdemócrata en la derecha liberal que puede y debe encabezar Felipe Calderón si pretende garantizar el tránsito a un capitalismo moderno y postmoderno, según dice. Y es tan audaz en esto Roger Bartra que él mismo se pregunta: “¿Será posible o es una de esas utopías con las que a veces escapamos de la realidad cruel?” (Letras Libres, septiembre de 2006, Fango sobre la democracia).

Regresó Roger Bartra, después de su prolongado receso en el que se hizo experto en todo tipo de juegos y en neurofisiología, con los abajofirmantes, promoviendo el desplegado aquel de Reforma del 3 de agosto que firmó con José Woldenberg, Jorge G. Castañeda, Jorge Alcocer, Enrique Krauze, Leo Zuckemann, Guillermo Soberón , Joel Ortega Juárez y varias decenas de intelectuales y científicos variopintos. Una alianza peculiar entre ex comunistas libertarios, burócratas de pedigreé y aristócratas culteranos. Los altos mandos. Todo bajo el título de La coexistencia de la pluralidad política reclama la defensa de las instituciones de nuestra democracia.

En su colaboración para Letras Libres, Bartra va aún más lejos y afirma sin empacho al inicio de su ensayo que las pasadas han sido “las elecciones presidenciales más transparentes y auténticas que ha habido en México” (¡sic!). Sólo quien ha vivido enclaustrado y cercano al poder a un mismo tiempo puede olvidar que la represión en Sicartsa Michoacán, Atenco y Oaxaca constituyó la preparación del día de las urnas. Sólo alguien que teme venir al margen por falta de “tino político”.

Es innegable que buena parte de la crítica que hace Bartra del lópezobradorismo (al que insiste en llamar izquierda) ha sido tomada de nuestros argumentos o en mucho coincide con ellos desde otra perspectiva. Con todo, nos parece que se queda en la superficie. Al insistir en el análisis del fenómeno en el plano de las decisiones políticas de una cúpula, elude el estudio del caudillismo como expresión de todas las desigualdades sociales que implica la globalización “democrática”. Así, en su análisis aparece el caudillismo como el resultado de una obcecación mesiánica de grupos de mala fe. Pero el análisis de clase parece estar fuera del alance de Roger Bartra, una vez que hacia mediados del 1994 declaró la muerte del marxismo “por su incapacidad de traducirse en cultura” (Guilermo Zamora, La caída de la hoz y el martillo, Edamex).

Podríamos decir que Bartra es el más lúcido de los ex comunistas libertarios que ahora intentan entablar una alianza política con el calderonismo y empujarlo hacia un gobierno de Coalición. Sostiene esta corriente –que incluye al cardenismo tras bambalinas-- que es el momento de las reformas. Algunos –como Joel Ortega Juárez desde el periódico Milenio-- opinan que se puede aspirar incluso al referéndum y al plebiscito, a la segunda vuelta, pero eso parece sonarle a Bartra a puro maximalismo, pues sólo se conforma con que se reduzca el tiempo de las campañas y el presupuesto electoral de los partidos políticos, como si eso pudiera decretarse y no tuviera que ver con las correlaciones de fuerza. Por astucias de la historia, nuestros libertarios de los 80 han terminado por ser parte del poder y son de alguna forma sus flamantes intelectuales. A menos que, tal como hizo Fox hace seis años, el calderonismo decida también sacrificarlos…

Figura: Man Ray, Violìn-Ingres, 1920, Arte Dadà


jueves, septiembre 07, 2006

Fallo y Acción Anti-Capitalista

El Margen XXX.


1.- Ejército Industrial de Reserva
Una Colaboración de La Tecla Indómita
El ejército industrial de reserva (eir) forma parte del proletariado, aunque por sus funciones dentro de la relación capitalista, hace las veces de una contradicción frente a la clase obrera en activo (coa). Gracias al eir, la coa tiene que incrementar hasta lo inhumano su intensidad en el trabajo; en las mismas ocho horas le arrancan 16 de hace medio siglo, se le va la vida más rápido.


Lejos de servir para liberar al trabajo, la productividad capitalista lleva la intensidad y el desgaste obreros hasta el límite. Mientras otros piensan en gobernar hasta los noventa, el ciclo de la vida de los obreros ocurre en un santiamén. El capital es la lucha por racionalizar la dominación del trabajo ajeno y esto es la obsesión por el tiempo. La intensidad de trabajo rompe los límites del tiempo, los hace relativos al gasto de energía social, a la velocidad.


Ocurre pues lo que observa Christian Marazzi en El sitio de los calcetines, que unos pocos trabajadores ocupan dos o tres plazas a distintas horas del día --y a veces yuxtapuestas--, mientras un número cada vez mayor la hace de "espectador" en El Margen. Los pocos miembros de la coa forman parte de un temperamento servil, idóneo para la lógica de la maximización de la ganancia por la empresa capitalista. Marazzi explica claramente la estupidez que significa desear volver al fordismo por medio de la reducción de la jornada de trabajo, con todo y "prestaciones" --el precio del alma, según Benjamín Coriat--, la idea economicista en las nostalgias de Francisco Hernández Juárez por la "vida digna", orientada a la producción para un mercado en equilibrio, ¡juar!


La contradicción eir-coa se expresa en la siguiente frase de El Capital, de Karl Marx (capítulo XXIII):


"La soprepoblación relativa, pues, es el trasfondo sobre el que se mueve la ley de la oferta y la demanda de trabajo. Comprime el campo de acción de esta ley dentro de los límites que convienen de manera absoluta al ansia de explotación y el afán de poder del capital (p-795, Siglo XXI editores)".


Siempre fue función del eir --después de que el capital se apropió del espacio de la producción con maquinaria y gran industria-- abaratar los salarios o evitar súbitas alzas en ellos debido a la fortuita escasez de fuerza de trabajo frente a la demanda capitalista. En ese sentido es que el mismo Marx coloca comillas sobre la palabra improductiva cuando se refiere al eir.


A diferencia de Negri, que imagina la multitud como un conglomerado de caminos infinitos que se cruzan en algún punto unos con otros, Marx coloca la contradicción en el interior del cuerpo proletario. Mientras que para el primero el eir está integrado en la multitud con funciones biopolíticas (generador de energía afectiva e informativa); para Marazzi representa una multitud servil, dedicada al trabajo con la lengua (la palabra) cuyos servicios no se intercambian por capital sino por rédito; y para Marx, un sector cuya función reproductiva en el sistema capitalista consiste en flexibilizar para abaratar la fuerza de trabajo.


2.- Fallo, Derrumbe y Acción Anti-Capitalista. El Margen.
Ayer, muy de mañana, los siete magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) resolvieron, por unanimidad, otorgar validez a la elección presidencial del pasado 2 de julio y, con ello, no sólo reconocer en la figura de Felipe Calderón al nuevo jefe –electo- del Poder Ejecutivo Federal sino, también, dictar conclusión formal al prolongadísimo episodio electivo. Durante diez meses, casi, fuimos testigos de una conflagración alucinante, ya marcada por el escándalo, ya por el engaño, a veces por el chantaje, el gimoteo, la defenestración, el desplante, la bravuconería, etc., pero caracterizada, sobre todo, por la inconmensurable capacidad farsita del dinero.

De un lado y tras el manto de la creencia popular (cristiana) de alcanzar la solución a los problemas terrenos sólo por cuenta de la intervención de un mesías, tocó el clarín de mando de una burocracia insaciable, tiránica y hecha a partir de la transacción o simplemente el ofrecimiento de prebendas futuras. Del otro, investida por el gazmoño atuendo de la tolerancia institucional y la norma democrática, rugió el sonoro cañón de la guerra civilizatoria y crepitaron los hornos de exterminio en masa.

Hay que decir que el diseño y hechura de ambas prendas corrió por cuenta de dineros públicos. Para la confección de una, la de los pobres velos, se echó manos de todas y cada una de las funciones administrativas del gobierno de la ciudad de México, de sus fondos impositivos, infraestructura física, así como de su inmensa influencia económica, política y cultural; se recurrió, complementariamente, a mecanismos especulativos por cuenta de la emisión de bonos de felicidad futura (el famoso bono “ya me vi”) y se tuvo la suerte, o la sabiduría, de colocar al frente del operativo a uno de los representantes más voraces de la burocracia estatal que, para llegar a serlo, tuvo que eliminar a dos de sus oponentes más conspicuos: Cauhtémo Cárdenas y Rosario Robles, pero, desde luego, con los usos y las costumbres del santo salvador. En contraste, para la manufactura del gazmoño atuendo sólo fue requerido el plus-valor generado por cientos de miles de trabajadores, la existencia de una eficiente red empresarial, la activa colaboración desde los altos mandos del Estado y, por supuesto, el aire de los tiempos que hoy corre en favor del capitalismo global.

Sea como haya sido, la cosa es que, con el veredicto del Tribunal, toda la gran estructura de poder –público- que el mesías habría utilizado con fines de purificación o salvamento, se vendrá necesariamente al suelo, y con el colapso del populismo conservador[1] deberán abrirse dos nuevas e importantes posibilidades. Por una parte, el corrimiento del calderonísmo hacia posiciones social-cristianas, lo que de ninguna manera excluye la imposición del programa civilizatorio, la modernización a sangre y fuego de las tierras del sur. Por la otra, el surgimiento de una izquierda Anti-capitalista de gran envergadura que, lejos de encuadrar en el viejo esquema del partido piramidal de la modernidad, deberá ajustar su acción a las normas de horizontalidad-auto-organizativas de la pos-modernidad.

Es en ante este nuevo escenario que El Margen Convoca a la próxima velada de cultura y arte Anicapitalista a celebrarse, tentativamente, los próximos días 15 y 16 de diciembre del años en curso. Nada ha sido hecho de antemano, todo está por hacer. Organicemos colectivamente el encuentro. Sólo con una condición: desde la Izquierda y sin reminiscencias mesiánicas, por favor. El Margen.

[1] Véase Bartra Roger, “Fango sobre la democracia”, en Letras Libres, Septiembre, 2006.



domingo, septiembre 03, 2006

Cuba y su Nueva Historia



El Margen XXIX.


¿Qué dirá mañana Juanito? (Figura: Brueghel Pieter. Babel, 1530-1569. La Ciudad Ideal debía carecer de historia)

Una Colaboración de Demetrio Trucha
Descendíamos por la alguna vez resplandeciente escalera de mármol del teatro García Lorca de La Habana cuando Juanito se detuvo y me fusiló a boca de jarro:

-“coño chico, esta muchacha toca excelente, fue una velada inolvidable pero… óyeme tú, ese Mussorgsky no me gustó ná”.

Yo me estremecí como un cachorro ante su comentario ya que, desde mi humilde oído justamente los “cuadros de una exposición” habían sido ejecutados excelsamente por la pianista. Una interpretación profunda y a la vez con gracia y elegancia. En pocas palabra, unos “cuadros” que me habían hecho viajar en la galería de la imaginación.

Escaleras abajo, Juanito continuó su crítica haciendo hincapié en “esos elementos tan rusos”, quizás incluso dijo, “tan soviéticos”, que le habían llegado a irritar en su apreciación estética.

Habiendo Juanito concluido su idea debo decir que me quedé pasmado. No pude articular palabra y seguramente todo quedó sólo en un intento de balbuceo irrelevante.

Debe haber sido 1996, año en que la amistad cubano-soviética se seguía resquebrajando bajo el peso de la exigencia rusa de cada centavo de dólar por producto exportado.

En fin, nunca pude entender el vínculo entre una cosa y otra en el razonamiento de Juanito pero el caso es que, por alguna razón, a Modesto del XIX también le tocó ser defenestrado en un sector del imaginario popular cubano de entonces.

Años después recuerdo cómo en la mesa de mi casa una isleña muy cercana comentaba en la plática de sobremesa cómo “los rusos” se habían llevado de Cuba todo lo que valía. Decía que no habían dejado nada excepto uno que otro hijo de “la amistad de los pueblos” y un montón de hierros viejos que todavía andaban circulando por las calles de La Habana; “tecnología obsoleta”, como diría el comandante.

Y bueno, che, (yo me preguntaba), donde quedan los miles de muchachos que se formaron en la lomonosov, en el chaikovsky, en el kurchatov, por dar solo unos ejemplos y no meternos en cuentas de rublos y kopekas.

¿Donde quedaron aquellos años en que lo soviético era incuestionable y casi mitológico?

En ese mismo orden de ideas me viene a la mente alguno de aquellos kilométricos discursos de Fidel Castro, cuando se refería al cómo se habían puesto en pie los servicios de atención médica en la isla. Enfatizaba en la labor de los médicos cubanos, en el empuje revolucionario etc… No hubo entonces ni una sola mención acerca de los médicos y especialistas que de muchas partes del mundo acudieron a Cuba a principios de los años 60, cuando, prácticamente todo el personal clínico de la isla había cogido p’a Miami… En fin.

¿Y por que todo este anecdotario ahora? Dirá usted.

Todo esto a colación me vino cuando ayer ojeaba el diario Granma (la abue) y me topé con el artículo histórico de primera plana, “El día que Fidel cruzó a nado el Río Bravo”

Transcribo a continuación:

“Por supuesto, una profunda molestia causa a Fidel aceptar tal encuentro con Prío[1],, pues desde años atrás han sido acérrimos enemigos políticos. Pero para cumplir la promesa al pueblo de que en 1956 iniciaría la insurrección en Cuba el líder revolucionario necesita con toda urgencia el dinero para comprar las últimas armas, adquirir la embarcación para la expedición y finalmente preparar la salida. Lo obligan las circunstancias, por mucho que personalmente le duela y humille. Dicho encuentro, además, podría significar de cierta manera un compromiso, pero no tiene en esos instantes otra opción.

Años después, Fidel Castro alude de manera excepcional a tal encuentro, como "una amarga experiencia" de su vida revolucionaria. Se le presentaba una situación verdaderamente crítica, después de las detenciones y la ocupación de las armas, lo cual causó cierta decepción y provocó incluso que hasta la recaudación económica decayera. La consigna enarbolada (NR: En 1956 seremos libres o mártires) estaba en peligro de cumplirse e incluso hasta la posibilidad real de la expedición. Pero Prío entre otras cosas, deseaba ofrecerle los fondos con el propósito de humillarlo, pues siempre el líder revolucionario sostuvo la idea de que con el dinero robado a la República no se podía hacer revolución y que a las puertas de los malversadores tocarían solo después del triunfo. Y resulta profundamente amargo para Fidel tener que convertirse en un humilde indocumentado más, cruzar a nado la frontera con los Estados Unidos y entrevistarse con Prío para aceptar su ayuda.

Entre otros temas, se discute el asunto de la conspiración militar, pues ya Prío está en contacto con algunos oficiales. Pero Fidel no acepta ninguna transacción con el ejército. Recuerda Faustino que en aquella ocasión incluso Fidel invita a Prío a incorporarse a la expedición, pero este se disculpa, aduciendo que organiza otra, y se habla de su aporte económico.

Luego de asegurar Prío que coordinará sus acciones con el desembarco, Fidel se compromete finalmente a notificarle la fecha de la partida de la expedición. El ex presidente se compromete a su vez entregar a Fidel los 50 000 dólares pedidos como préstamo para la expedición. Sin embargo, la entrega de dicha suma no se efectuará en ese momento, sino posteriormente. La entrevista concluye ya de noche. “

No es mi idea editorializar ni tampoco soy historiador que conozca a detalle los pormenores del cómo se le ha suministrado la realidad y la “verdad histórica” al pueblo de Cuba durante estos casi 50 años. Sin embargo, al leer el mencionado artículo en la primera página de Granma, tuve la impresión de que los nuevos podadores de la historia empiezan a tratarla de otra forma, quizás con el fin de reinventar un futuro que se adivina incierto.

Curiosa forma de concebir la historia. ¿Que dirá mañana Juanito? Quien sabe!
Salud les desea: Demetrio Trucha

Y dice El Marge:

Consta en el imaginario habanero que durante los días de acercamiento entre la naciente democracia española y el gobierno revolucionario de cuba, un alto funcionario Ibérico preguntó al Comandante en Jefe acerca del Indio Hatuey, no porque le interesar la historia en sí, pues resultaba más o menos obvio que el tal Hatuey habría corrido idéntica suerte que los cientos de miles de aborígenes Tainos incinerados en la gran hoguera del conquistador. No, no era eso lo que intrigaba al castellano. Resultaba más bien que, estampada sobre la lata de cerveza que disponía a beberse, y más, bajo la estampa de un guerrero ataviado con plumas de faisán, brillaba el nombre Hatuey.

-“¿Dígame Comandante, y quién es éste Hatuey?” –preguntó el funcionario.

Fidel había sido tomado por sorpresa pues no imaginaba que bajo tales circunstancias alguien pudiese poner en entre dicho la concordia entre la tradición caribe y el legado conquistador, pero menos, desde luego, aquel pequeño burócrata español. El comandante se detuvo en seco, lo pensó y al fin dijo:

-“Mire amigo, ese tal Hatuey, sí, en efecto, fue un indio, un indio Taino que... –volvió a pensarlo-. Un indio Taino que decidió darse candela por problemas de personalidad”.

Eso es lo que me contaron una noche de lluvia los negros de Alta-Habana, bien marihuanos ellos cuando sus dientes de oro resplandecian en la oscuridad. Eso es lo que una noche de lluvia me dijeron los negros, bien marihuanos ellos, bien marihuanos, y con sus dientes de oro resplandecientes en la oscuridad.

[1] Carlos Prío Socarrás, ultimo presidente de Cuba elegido en comicios "democráticos?!" en 1948. El gobierno de Carlos Prío Socarrás terminó abruptamente el 10 de marzo de 1952 con el golpe militar del general Batista. Muchos cubanos recuerdan al doctor Prío como “el presidente cordial”.